José, el muerto
¿Cuánto falta para llegar al cementerio? preguntó el muerto. Ay, José, ¿por qué preguntas esas cosas? respondió uno que cargaba la caja en la que iba José, el muerto. Es que estoy muy cansado, dijo el muerto muriéndose. ¿Cansado de qué? preguntó a su vez el que cargaba. De la vida, compadre, de la vida, dijo el muerto con solemnidad. Pues ya te moriste y bien muerto que estás, repuso el compadre. Sí, pero es que no termino de irme ¿sabes? dijo el muerto. ¡Ay, José! pues tendrías que estar muerto y requetemuerto, siete puñaladas no hay cuerpo que las aguante. Pues ya ves, dijo el muerto, no termina de escapárseme la vida. Eso es que eres un alma en pena y confundes las cosas porque estás empezando, respondió el que cargaba. Decían que la muerte era el descanso eterno, sentenció el muerto, y no siento más que tristeza y un enorme cansancio. ¡Ay, José! ¡Muérete ya, por lo que más quieras, o tendré que empezar otra vez con lo de las puñaladas! Entonces hubo un silencio, y el compadre que cargaba pensó que José, el muerto, se había muerto de verdad, pero al cabo de un tiempo se volvió a oir su voz: Está bien, me muero, no se hable más, dijo. Siete puñaladas son muchas puñaladas, pero antes de irme dime una cosa, ¿por qué me diste siete, si con una bastaba?
JUAN YANES |