MILFOTOS
Confieso que me deleité con aquella primera foto: por respeto, pero también para no parecer un baboso, no describiré su hermoso rostro ni daré detalles de su armoniosa anatomía, ni de las prendas que la cubrían. Mucho menos de lo que quedaba descubierto, y aunque suene a exceso enfermizo, ni siquiera aludiré al escalonado plano inclinado en que reposaba con gracia felina.
El tema pasa por un andarivel totalmente distinto, porque más allá de mi natural arrobamiento había algo extraño en la imagen. Algo que merecía ser investigado.
Recordando “Las babas del Diablo” y “Blow up” me encerré en el laboratorio haciendo ampliación tras ampliación. Disculpas, pero por lo señalado en el primer párrafo tampoco puedo referirme a ellas. Sólo aclararé que amplié TODO.
Dediqué muchas horas a esta tarea placentera y a la vez minuciosa, pero a diferencia del personaje de Cortázar y de Michelángelo Antonioni, no descubrí absolutamente nada. Nada fuera de lugar, quiero decir. La verdad es que terminé con sentimientos encontrados: por un lado me sentía un afortunado y por otro un pelotudo.
Éso fue el viernes. El sábado, cuando las sombras del atardecer invadían mi estudio, lo descubrí.
¿Si exclamé “¡eureka!”, como Arquímides? Nada de eso.
En cierto sentido había hecho las setecientas cuarenta y cinco ampliaciones en vano, porque la evidencia estaba allí, en la toma original, y ahora saltaba a la vista haciéndo (se) evidente y haciéndo (me) sentir igual de afortunado, pero mucho más idiota que antes.
Herida de muerte mi vanidad de explorador y descubridor me dispuse a consolarme admirando otras fotos suyas, y allí experimenté lo mismo que Colón (supongo) cuando escuchó el grito de Rodrigo de Triana desde el carajo de su Nao. Porque “aquello” se repetía en todas ellas.
Así lo comprobé mientras el corazón me latía a un ritmo que se iba acelerando con cada verificación.
Llegué a una conclusión: el fotógrafo, seguramente su esposo, novio o amante, había comprendido que necesariamente debería compartir con otros el goce de la contemplación, pero se había reservado una parte.
O tal vez le hubiera “cortado” los pies para que no se le fuera.
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