Le llamé,
estaba acurrucado en su cama,
abrazando a su único ser querido en la soledad de su celda;
me dio las gracias por sacarle de su oscuro rincón de ensueños,
donde ve a sus padres, sonriéndole,
y entre abrazos y cariño,
pasa media vida en la juventud que discurre entre sus sábanas.
Bostezando, deposita dulcemente su ratón en la almohada,
y va transformándose, paulatinamente, trazo a trazo de los látigos,
golpe a golpe, en el hombre que vive la otra mitad de su vida,
más oscura, más fría.
Tiene su alma, más acurrucada aún que su cuerpo en sueños,
pero esta vez solo, sin roedor al que agarrarse,
solo su voluntad le mantiene en pie,
entre la jungla podre, jungla de contar horas, sonriendo,
esperando que el día llegue,
abrazar otra vez a su amigo de prisión y entrar en la celda,
entre las rejas, feliz dormido entre sus recuerdos,
mojando los pies en la arena,
peleándose con sus hermanos.
Mañana volveré otra vez a la triste rutina de sacarle de su mundo,
inmaterial pero real,
partiendo nuestros corazones;
me dará las gracias, de nuevo,
quedaré llorando mientras El levantará la cabeza orgulloso,
y con su máscara, volverá a coger la noria hasta que la luz,
entre por las rendijas de su celda de oro.
Noche tras día, año tras año, mientras,
el giro de su vida le irá transformando en un ave sin alas,
y logrará su libertad,
quizá cuando solo la necesite para encaminarse,
como los indios o los elefantes, al Valle de la Muerte,
donde se juntará, por fin, con sus sueños felices, con su carne,
tal vez, conmigo, recorriendo el Valle del Sol,
hasta nuestro encuentro final e inicio de quién sabe que…
Aguilagris |