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Se escuchó un violento portazo, y un individuo furioso caminó por el pasillo como si llevara mucha prisa. Y realmente la tenía. Tenía prisa por alejarse de allí a la mayor velocidad posible. Amaba a su mujer más que a nada en el mundo, pero ella podía llegar a ser sumamente exasperante y con la desagradable costumbre de atraer demasiada atención. Hizo un rápido repaso mental de los sucesos de aquel espantoso día, y que acababan de concluir con su precipitada salida.

Esa mañana temprano había ido por ella al aeropuerto, tenía muchas expectativas para ese día, porque tenían algo que celebrar. Se moría de ganas por ver su cara cuando le diera el regalo que le había comprado. Por lo tanto, no podía estar más feliz.

Pero toda a aquella felicidad se hizo añicos en cuanto la vio. El frío beso del saludo, lo hizo sentir como si caminara desnudo en pleno invierno. Y la peligrosidad de su mirada, estaba gritándole un aviso, de la tormenta que se gestaba tras esos ojos.

El trayecto del aeropuerto al Hotel, lo hicieron en tenso silencio. Este era bastante largo, por lo que para cuando llegaron, él sentía el corazón oprimido y le costaba respirar.

Unos segundos después de haber entrado a la habitación, y sin darle tiempo a preguntar qué estaba sucediendo, la sorpresa lo golpeó con fuerza.

- Le agradecería abandonar esta habitación -- dijo ella con excesiva tranquilidad -- no acostumbro a compartir mi cama con extraños.

Si había un nivel de sorpresa superior al que él estaba experimentando, no lo sabía. Y esto debía leerse fácilmente en su rostro, por lo que ella dijo a continuación.

- ¿No me he explicado con claridad? -- preguntó, y seguidamente -- ¡Ah, no! Ya comprendo, debe ser que es usted sordo, o tal vez mudo, la verdad es que no tengo idea, porque como no lo conozco.

No había forma de que su cerebro se pusiera de acuerdo con su lengua, por lo que dio un paso hacia ella, pero quedó detenido por una mirada amenazante. De algún modo su corazón se abrió el camino que su cerebro era incapaz de efectuar.

- Mi amor -- logró decir -- ¿Qué sucede?

Pero por toda respuesta, ella le dio la espalda y pasó del pequeño recibidor de la suite, a la habitación. El aún no decidía si seguirla o no cuando ella volvió, y acto seguido arrojó algo a sus pies. El no había alcanzado a seguir la trayectoria del objeto, pero en cuanto aterrizó en el piso junto a él, la sangre se le heló en las venas. Pasó sus ojos de aquello que le había producido terror, a los de ella que lo miraba en aquel momento exhibiendo una sonrisa carente de alegría.

- Quizá eso conteste con exactitud su pregunta, señor -- dijo en tono monocorde

- Nena por favor. Hay una explicación para…

- ¡Oh, sí! -- dijo con sorna -- De eso no me cabe la menor duda. Pero francamente no estoy interesada en escucharla.

- Cielo te lo suplico, escúchame.

- Tengo cosas mejores e infinitamente más interesantes que hacer, que escuchar tus patéticas explicaciones -- dijo volviéndole la espalda

- Princesa… -- pero se detuvo al ver que se volvía con una ira fría en la mirada

- No-me-llames- así -- silabeó -- No estoy interesada en ser princesa de un reino de mentiras.

Pensó que todo esto debía ser una pesadilla.

- Nena, solo déjame explicarte.

- Si fueras inteligente, pero supongo que eso es mucho pedir, me librarías del dudoso placer de tu presencia, en este instante -- dijo con frialdad

- No me iré de aquí hasta que no me hayas escuchado -- dijo perdiendo la paciencia, y más alto de lo que hubiese sido conveniente considerando su situación.

Ella se acercó a él, y por un momento tuvo la estúpida idea de que dejaría las cosas así.

- Si me obligas a escuchar tu odiosa voz, seré yo la que abandone esta habitación, para no regresar -- dicho esto, se alejó en dirección al baño

Le costó un par de minutos asimilar lo que le había dicho, y cuando lo hizo, sintió terror de nuevo. No podía permitirse perderla, ella se había convertido en algo tan esencial en su vida, como el aire que respiraba. Luego pensó que había sido muy necio de su parte enamorarse de aquel modo, pero casi rió de eso, porque como ella había dicho en alguna ocasión, el amor no es aquello que queremos sentir, sino aquello que sentimos sin querer, y definitivamente, él sí quería.

A partir de aquel momento, el día comenzó a deslizarse de una manera lenta y dolorosa. Cada vez que se dignaba mirarlo, el corazón se le hacía pedazos con la frialdad de esa mirada. Sin embargo, y en medio del caos que era su mente, decidió que el hecho de que siguiera allí, debía significar algo. Conociéndola, si pensara dejarlo simplemente ni se habría molestado en venir. De modo que trató de aferrarse a esa idea hasta que pudiese resolver aquello.

Hacia media tarde, hubo un momento en que sintió que lo estaba mirando, y levantó los ojos.

- ¿Es tu deseo que yo muera asfixiada? -- preguntó

Al principio no entendió, pero luego miró el cigarrillo que tenía entre los dedos, y entendiendo el mensaje lo apagó con rapidez.

Ya en la noche estaba desesperado. Pero lo que desató una violenta ira en él, fue la lectura de un ataque injustificado del que ella estaba siendo víctima, y la descarada afirmación de un infeliz, en relación a su deseo de poseer lo que le pertenecía.
Y de ese modo había llegado hasta este momento, en el que acababa de abandonar la habitación con un violento portazo, y se dirigía hacia el Bar del Hotel con la peor de las intenciones.


Pedro, el barman que estaba de servicio aquella noche, había hecho de su oficio un arte. Pensaba que los bármanes eran como los sacerdotes, ya que se veían obligados a escuchar las penas de una cantidad cada vez mayor de sujetos, que se sentaban en la barra a tratar de ahogar las mismas en alcohol. Había hecho una clasificación de éstos en tres grupos, porque según su credo, un hombre solo sufría por tres cosas, dinero, trabajo o mujeres. Los que tenían problemas de dinero, normalmente bebían Cerveza, que les permitía mitigar la preocupación. Los que tenían problemas de mujeres, solían beber Tequila, para olvidar rápidamente el motivo de su malestar. Y finalmente, los que los tenían de trabajo, bebían whisky, lo que los ayudaba a sentirse menos mal pero sin nublar el entendimiento demasiado pronto, y así tal vez encontrar una solución.

Cuando vio al hombre que acababa de entrar, se preguntó de qué clase serían los suyos. Evidentemente, pensó, no debía ser de mujeres. Ya que según su opinión, era el paradigma de lo que les gustaba. Alto, bien parecido, ojos claros, y la buena posición económica se le salía por todos lados, desde el modo de caminar, hasta las costosas ropas que vestía, lo que descartaba la opción de que fueran problemas de dinero. Así que solo quedaban los problemas de trabajo. A continuación, se dedicó a otro juego mental, qué marca sería la bebida que pediría. Pero antes de llegar a una conclusión, y antes incluso de que tomara asiento, ya el individuo estaba ordenando su bebida.

- Tequila -- dijo simplemente

Aunque Pedro se sorprendió mucho, ya que rara vez se equivocaba, se apresuró a servirle, pero mayor aún fue su sorpresa, cuando vio la forma en la que aquel desgraciado se bebía el trago, y le hacía señas de que sirviera otro. Definitivamente sus problemas debían ser extremadamente serios, aunque los problemas de mujeres siempre lo eran. Iba por el tercero, y aún no había dicho ni media palabra. Pedro pensó que a aquel ritmo, en cuestión de una hora como máximo, tendría que pedirle a algún bell-boy que lo llevara a su habitación, porque no podría sostenerse en pie.

Mientras bebía en rápida sucesión, estaba pensando que no podía ser más imbécil porque el día no tenía más horas. Cómo pudo ocurrírsele ocultar algo tan importante como aquello. Era apenas natural que estuviese furiosa, pero lo que lo atormentaba era que no lo dejara explicarse. Aunque tampoco estaba muy seguro de que su explicación lo ayudara mucho.

- Oiga… -- iba llamar al barman pero se dio cuenta que no sabía su nombre, aunque no tenía por qué, ya que no era un lugar que frecuentara

- Pedro -- dijo el barman, interpretando correctamente la mirada de desconcierto del hombre

- Muy bien, Pedro -- dijo -- no se quede ahí parado, sírvame otro

- ¿Cuál es el número de su habitación? -- preguntó mientras le servía

- A-678 ¿Por qué? -- lo miró con desconfianza -- Si está pensando en que mi mujer puede estar preocupada, olvídelo, en este momento lo que quiere es matarme.

No tenía idea de por qué había dicho semejante estupidez a aquel hombre. Sin embargo, él estaba sonriendo.

- No se preocupe amigo, la mía quiere matarme por los menos tres veces a la semana, y llevamos en eso más de veinte años, así que sobrevivirá -- le dijo

- Sí, pero con seguridad la suya no es una criatura imprevisible, capaz de matarlo lenta y dolorosamente -- le dijo con rencor

Pasó un largo rato hablando con el barman, y contándole los extraños detalles de su relación, hasta llegar a este infortunado día.

- Entonces salí, y me vine directo hacia acá -- finalizó

- Bueno amigo -- dijo el barman -- en todo caso y si me permite un consejo, yo en su lugar, haría un alto con la bebida.

- ¿Hay alguna buena razón para ello? -- dijo controlando su mal humor, porque a pesar de que no estaba acostumbrado a que nadie le dijera qué hacer, aquel hombre se había aguantado pacientemente toda su tragedia

- Pues la verdad no creo que a su mujer le haga mucha gracia, que alguien tenga que levarlo hasta su habitación cayéndose de la borrachera -- dijo -- ¿No le parece?

- En primer lugar, no estoy borracho -- dijo -- y segundo, no creo que se entere ni le importe.

- Créame, a todas les importa cuando uno llega destilando alcohol -- dijo el barman

- Aunque estuviese borracho, y no lo estoy -- insistió -- y en el improbable caso de que ella lo notara, teniendo en cuenta que ni siquiera me le puedo acercar, le aseguro que la mía, es la clase de mujer que es capaz de ponerlo a uno muy sobrio rápidamente, privándolo del feliz estado de semi inconsciencia producido por el alcohol.

Guardaron silencio un rato, hasta que un movimiento en la puerta atrajo la atención del barman. Después de unos minutos de atenta observación, volvió a dirigirse a su solitario cliente.

- Bueno, hay algo que podría distraerlo -- le dijo

- Ya tengo toda la distracción que necesito -- dijo levantando su bebida

- Hay una dama que parece muy interesada en usted -- dijo el hombre sonriendo

- No gracias -- contestó él sin molestarse en voltear a mirar

Pedro lo miró con curiosidad. Aquel sujeto había cometido un error estúpido, porque eso de ocultarle tu verdadera identidad a la mujer con la que quieres pasar el resto de tu vida, sin importar las posibles nobles y dudosas razones, en su opinión, que hayas tenido para eso; y luego dejar un documento de identidad, donde le resultaba fácilmente accesible, era una soberana estupidez. A menos, claro está, que inconscientemente quisieras que se enterara. Pedro pensaba que más bien debería estar contento de que no lo hubiese lanzado por el balcón. Ahora se estaba comportando como lo que sin duda era, un niño rico y malcriado, acostumbrado a hacer lo que se le viniera en gana, y como las cosas se le habían salido de las manos, lo exasperaba haber perdido el control. Pasando por el hecho, de que la mujer en cuestión, parecía ser la manzana de la discordia en la que otros parecían tener un interés, que según sus propias palabras, lo ponía enfermo. De modo que, y aunque pensó que aquel individuo no debía tener problemas para conseguir chicas, decidió insistir en que se distrajera.

- Debería decidirse rápido amigo -- dijo, y al ver el desconcierto en la cara de él, agregó -- La dama que le mencioné, parece estar atrayendo la atención de otros sujetos.

- ¡No sea necio hombre! -- dijo levantando innecesariamente la voz, lo que provocó que varias cabezas se volvieran -- Ya le dije que no me interesa otra mujer, con la mía tengo más que suficiente.

Pedro vio que era demasiado tarde, porque la fémina en cuestión se dirigía hacia la barra y ya estaba muy cerca, de hecho y sin duda, escuchó lo que él acababa de decir. De modo que consideró su deber advertirle.

- Bueno, será mejor que se prepare porque ella sí parece muy interesada en usted, y…

- ¿Es que no ha estado escuchándome? -- preguntó poniéndose de pie, y considerando irse a otro lado -- Amo a mi mujer, sin importar que quiera asesinarme ¿Está claro?

- Me alegra escuchar eso.

Pedro sintió deseos de reír al verle la cara al pobre individuo, y súbitamente entendió la situación. La que acababa de hablar era la responsable de que el desdichado éste, hubiese pasado ese día sintiéndose miserable.

Giró la cabeza para enfrentarse a aquellos ojos que lo miraban con… ¿diversión? Pensó que debía estar perdiendo el juicio, porque él no le veía lo divertido a la caótica situación por ninguna parte. Pero de una cosa pasó a la otra, y una ira violenta se apoderó de él al recordar lo que el barman le había dicho con relación a que había otros infelices que la estaban mirando con interés. De modo que miró por encima de ella, y ciertamente advirtió varias miradas que los observaban con atención, y las que devolvió con ira contenida.

- ¿Qué crees que haces? -- preguntó ella

- ¿Qué parece que hago? -- contestó él -- ¿Quieres sentarte, o solo viniste a ver?

- Estaba preocupada -- dijo sentándose a su lado

- Descuida, no creo que nadie quiera robarte el placer de matarme -- le dijo

Ella pensó que debía encontrarse en pésimas condiciones para hablarle de aquella manera.

- ¿Desea beber algo la señora? -- preguntó el barman

- No -- contestó él con brusquedad -- Ella no bebe.

Pedro lo miró y pensó que debía estar más ebrio de lo que había pensado, porque después de haberse pasado todo el rato gimiendo por su necedad, le parecía que estaba desaprovechando la oportunidad tratándola de esa manera. La miró a ella, y una sonrisa se dibujo en sus labios, no parecía en modo alguno una persona capaz de hacer daño, aunque uno nunca sabía.

- Quita la cara de idiota Pedro -- dijo él

El hombre se disculpó rápidamente al notar la curiosidad con la que la había estado mirando, pero ella le sonrió.

- No se preocupe -- le dijo -- es lógico que sienta curiosidad, con todo lo que probablemente le ha estado diciendo él de mí.

- De ningún modo señora -- dijo el barman educadamente -- y en caso de que hubiese dicho algo malo, cosa que no sucedió, con solo verla uno se da cuenta que es una buena persona.

Él miró al barman con incredulidad, ella apenas había dicho media docena de palabras, y sin embargo, ya se lo había metido en el bolsillo. Volvió ceñudo a su bebida, y el barman se alejó pensando que aquel individuo tenía razón al decir, como le dijo más temprano, que tenía muchos problemas para controlar sus celos.

- ¿Por qué no me contestaste? Te llamé al móvil.

El vaso que él se estaba llevando a la boca quedó a mitad de camino, y automáticamente se llevó la mano a la cintura dónde estaba su móvil, lo sacó y lo miró. El “feliz estado de semi inconsciencia”, como lo había llamado hacía un rato, se le había pasado de un solo golpe. Se levantó y le sujetó los hombros.

- ¿Estás bien? -- preguntó con apremio, pasando por alto al parecer, el hecho de que la estaba mirando, y parecía en perfecto estado.

- Sí, solo estaba preocupada como te dije, y como…

Pero no la dejó terminar, la abrazó tremendamente aliviado. En esos escasos segundos, su mente se había llenado de aterradoras imágenes de ella enferma o corriendo algún peligro, necesitándolo y que él no se hubiese enterado, porque el estúpido teléfono estaba descargado. Ella se separó un poco y levantó la cabeza para mirarlo.

- ¿Y bien? -- preguntó de nuevo -- ¿Por qué no contestaste? ¿Acaso estás muy molesto conmigo?

- Por supuesto que no, mi cielo -- se apresuró a asegurarle al verla triste -- Esta cosa -- dijo señalando el teléfono -- perdió la carga.
Los ojos de ella se iluminaron, y él sonrió. Sin importar cómo o cuánto lo mortificase, la amaba con locura.

- ¿Bailarías conmigo? -- le preguntó

- ¿Estás en condiciones de ello? -- preguntó ella a su vez

- No estoy ebrio, si eso es lo que estás pensando -- le dijo, aunque él mismo no estaba cien por ciento seguro de esa afirmación

- No fue eso lo que me pareció cuando llegué.

- ¿Me dejas demostrártelo?

Cuando la tomó en sus brazos y comenzaron a moverse al ritmo de la lenta melodía, y conocidas sensaciones empezaron a recorrer su cuerpo. Cerró los ojos mientras la sostenía con suavidad. Ella había enlazado sus brazos en el cuello de él, y ahora acariciaba con enloquecedora lentitud, el lugar del nacimiento de sus cabellos. El aspiró el aroma de los suyos, mientras sus manos acariciaban la espalda desnuda, sintiendo su piel y dejando que esta transmitiera deliciosos impulsos eléctricos a través de sus dedos. Deslizó una mano hasta su rostro y se separó los centímetros indispensables para ver sus ojos. Con lentitud descendió hasta posar sus labios sobre los que esperaban ansiosos, por un beso que llegaba con retraso de todo un día. No notaron cuando la música había dejado de escucharse. Cuando separó sus labios, la intensidad de la mirada hizo inútiles las palabras. Enlazó su brazo alrededor de la cintura de ella, y caminaron hasta la barra donde habían estado sentados hasta hacía un momento. Firmó la nota, y se dirigieron a la puerta. Fulminó con la mirada a todo aquel que se atrevió a poner sus ojos sobre ella, y difícilmente alguno de aquellos hombres habría tenido el valor de desafiar al dueño de aquella peligrosa mirada.

No habían terminado de entrar a la suite, cuando ya sus labios estaban nuevamente unidos en un beso tan intenso, que la hacía sentirse mareada. Sus ropas le fueron prácticamente arrancadas del cuerpo. Se separaron el tiempo justo para que él se deshiciera de su camisa, y luego con un violento movimiento, la estrechó contra él haciéndola chocar con el frió metal de la medalla que siempre llevaba puesta. El sentir la dureza de su excitación, y el sentirse responsable de eso, avivó las llamas del deseo de ella.

El cerró de nuevo la boca sobre sus labios, sin ningún tipo de contemplación. La urgencia lo estaba consumiendo. Olvidó la delicadeza, y se rindió al bárbaro gladiador italiano que dormía en su interior, y saqueó sin ningún escrúpulo lo que tanto había estado deseando.

Sus manos parecían actuar por voluntad propia; recorrían el rostro de ella, se enredaban en su pelo, se deslizaban por su piel con una incendiaria caricia que estaba transformando la sangre de sus venas en un río de fuego contra el que era imposible oponer ninguna resistencia.

Ella estaba ardiendo. El calor irradiaba por cada uno de sus poros. Con la mente nublada por aquella locura, que ocultaba todo rastro de razón y abandonando hasta el último átomo de resistencia, presionó contra él moviendo sinuosamente las caderas.

Para ser un hombre que siempre había estado orgulloso de su capacidad de control, estaba descubriendo que cuando aquella mujer andaba de por medio, dominarse se convertía en un imposible. Los gemidos de placer que escapaban de su boca, lo tenían completamente esclavizado, sentir su cuerpo anhelante estrechándose contra el suyo y el deseo escondido en cada rincón de su piel, era suficiente para volverlo loco.

Sus piernas chocaron contra el borde la cama, no tenía idea de cómo había llegado hasta allí, pero los pensamientos abandonaron su mente cuando la boca de él abandonó sus labios desplazándose en una caricia prolongada hasta la curva de sus senos. Redujo la voracidad de sus caricias a un lento succionar. Realmente la estaba torturando.

- Por favor… hazme tuya -- dijo con un gemido ahogado

Él se apartó ligeramente con una sonrisa que ella no había visto antes.

- Eso es precisamente lo que estoy haciendo mi reina -- y se deslizó hacia abajo aferrándola por la cintura.

Trazó un campo de besos por la extensión de su vientre, mientras ella pensaba que no sería capaz de sobrevivir a aquella enloquecedora seducción. Enredó los dedos en sus cabellos y gimió su nombre, pero pareció recordar algo.

- Ahora no sé cómo llamarte.

Él levantó los ojos hacia los suyos que se hundieron en su verde profundidad.

- No importa cómo me llames -- dijo mientras sus dedos buscaban la cálida humedad de su interior -- siempre que recuerdes que bajo cualquier nombre sigues siendo mía, como yo soy tuyo

Tras aquella declaración, buscó con su lengua aquel botón donde se concentraba toda la capacidad de gozo de ella, y sintió como explotaba de placer mientras él disfrutaba de lo que era capaz de hacerla sentir. Ella volvió a gemir su nombre, pero el aún no había terminado. Con su hambrienta boca y con sus dedos continuó elevándola a nuevas alturas de placer, y después de ese sin igual tormento, la tumbó en la cama.

Lo miró y fue consciente de su excitación, lo que hizo renacer el deseo que aún después del orgasmo seguía latiendo en los distintos rincones de su cuerpo. Cuando él quitó el botón de su pantalón…

- No -- dijo ella. Quedó paralizado tratando de recuperar el control de su mente y de su cuerpo.

- ¿No? -- preguntó, pero la vio moverse hacia él con una peligrosa mirada en sus ojos.

- Ahora me toca a mí -- y casi sintió que el corazón dejaba de latirle cuando ella sustituyó sus manos por las suyas.

Alentada por la consciencia de su poder, comenzó a bajar la cremallera con vengativa lentitud, tratando de cobrarse el tormento que él le había infligido un momento antes.

Pero cuando sintió su sexo libre y firme, se esfumaron sus buenas intenciones. Mientras lo rodeaba con sus dedos y lo acariciaba como jamás había acariciado a otro hombre, amándolo como él la había amado, utilizando sus inquietas manos y su ávida boca, comprendió la fuerza de lo que había entre ellos.

- Nena… -- jadeó él -- espero que te des cuenta de que me estás matando.

- No te preocupes amor -- dijo ella con una risa maligna -- tendré cuidado, porque todavía no he terminado contigo.

Con una fuerza que él no habría sospechado que ella tenía, lo tumbó en la cama y se colocó por encima. Su mirada incendiaria acarició su cuerpo seguida de sus manos que se deslizaron desde su pecho a su abdomen.

- Me gusta tu cuerpo -- le dijo en un susurro mientras lo acariciaba

- Es todo tuyo -- consiguió decir él entre jadeos, mientras ella cubría su vientre de besos que él sentía como dardos ardientes.

- Lo sé -- le dijo y él se sorprendió porque notó que su sonrisa era propia de Salomé y sus ojos brillaban con la luz tentadora de los de Eva, ofreciéndole el fruto prohibido del paraíso.

Lo terminó de despojar de sus pantalones, entre caricias torturantes y extrayendo gemidos de placer que retumbaban como un trueno lejano en su interior. El sentía el violento latido de la sangre en sus venas, en sus oídos en sus genitales, y cuando ya creía que estaba a punto de volverse loco, ella se incorporó dejando caer su negra cabellera sobre sus hombros y con una seductora sonrisa, casi perversa, fue cayendo con enloquecedora lentitud sobre él, arrastrándolo hasta lo más profundo de sí.
Al sentir aquella cálida humedad a su alrededor, su excitación alcanzó límites despiadados. Cuando ella comenzó a moverse sobre él con un ritmo lento y seductor, su hambre se transformó en voracidad. Ella arqueó la espalda, ofreciéndole sus senos y él los tomó con la boca. Sus movimientos aumentaron de velocidad, él la aferró por la cintura sin ninguna consideración a los posibles daños, víctima de un deseo brutal. Hasta que finalmente volaron juntos por aquel placentero precipicio.

Ella se dejó caer derrumbada sobre su pecho y escucho los violentos latidos de su corazón. Unos minutos después, cuando fue capaz de razonar y hablar nuevamente, él la hizo levantar ligeramente la cabeza y la miró a los ojos.

- ¿Ya te había dicho alguna vez, que eres una de las mujeres más ardientes que… -- pero ella lo silenció con beso.

- Espero que sigas teniendo motivos para decírmelo, y que no te canses demasiado pronto -- le dijo

Pero él sabía que sería incapaz de cansarse nunca.

- Nunca -- susurró sobre sus labios -- el único fin de mi existencia es amarte.

Mucho rato después, cuando ella dormía pacíficamente sobre su pecho, él seguía pensando que aún después de muerto seguiría amándola, deseándola y cuidándola desde donde quiera que la muerte lo enviase.

- Yo también -- dijo ella somnolienta

El se sobresaltó ¿Cómo era posible que… pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando ella levantó la cabeza y lo miró. Sin haberle dado una explicación razonable aún, sabía que ella ya le había perdonado el necesario secreto de su identidad, porque para amarse ¿acaso importa un nombre? Y sin mediar palabras la besó. Era un beso cargado de pasión y de promesas, un beso diseñado, para seguir soñando juntos por el resto de sus vidas.


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Texto agregado el 19-12-2012, y leído por 132 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-01-2013 Sin dudas, aquí estás en tu salsa. Eres realmente buena para este tipo de relatos. Me has tenido todo el tiempo al borde de la silla, y, no me avergüenza decirlo, con una firmeza que ha ido in crescendo, muy cerca de mis piernas. Realmente muy, muy bueno!! IGnus
20-12-2012 Hermoso cuento Gema... Y estoy de acuerdo con Yar. Solo que yo creo que solo saldrían dos cuentos de este. Sin embargo, es uno y está completo, engarzadas dos situaciones: La intriga amorosa y el erotismo. Saludos Felipeargenti
19-12-2012 Gauuuu Gem; me parecieron tres cuentos en uno, divididos casi con exactitud en cada tercio de tu texto, pero todos llevando en limpidas letras una narración poderosa, con buenas imagenes, algunas de ellas alucinantes. ME ENCANTO. Un abrazo niña!!!!!! cinco aullidos literarios yar
 
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