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LA APUESTA DEL CHAPITA FIALLOS…

Desde que el Chapa Fiallos llegó a Loja y puso sus dos patitas en la plaza de San Chabaco, una fascinación extraña lo atrapó para no soltarlo jamás. El lugar era algo así como el paraíso, que el Chapa siempre había soñado y deseado. Pronto se envició en el juego de los naipes y en el aguardiente. Empezó tomándose las sobras de todas las botellas de la cantina de Don Tranquilino y apostando toda la paga que recibía de dos, máximo tres días de la semana de trabajo… ¿Y cómo terminó el Chapa del cuento su vida? Eso mismo es lo que vamos a contarles a ustedes, pero con la condición que no se lo cuenten a nadie.
Una noche como casi todas las noches de San Viernes en San Chabaco, la cantina de Tranquilino estaba repleta, todos estaban ahí, no cabía un alma más.
Copas van, copas vienen, los borrachos hablaban, vociferaban, el ambiente estaba a punto.
-¡Ñañon eres mi mejor amigo!
Nadie tomaba en cuenta a la viejísima rockola que se desgañitaba monótona en un rincón de la cantina.
Eche, amigo, no más, écheme y llene
hasta el borde la copa de champán
que esta noche de farra y de alegría
el dolor que hay en mi alma quiero ahogar.
La noche fue pasando entre uno que otro amague de pleito que no prosperaba, risas, chistes, en donde el bacán era el Chapita Fiallos y su conocido buen humor. Para las tres de la mañana la mayoría de los borrachitos se había tomado la del estribo y empezaron a irse dando tumbos y traspiés, y más de uno mordiendo el polvo de San Chabaco.
Don Tanquilino había apagado la rockola como quien dice: - ¡Se acabó la fiesta, ñatos!
Solo quedaba el Chapa Fiallos sentado en un rincón, frente a unas cuantas botellas casi vacías. No se sabe qué le había pasado, estaba como hipnotizado, sostenía tembleque una botella a la que se aferraba para chuparle hasta la última gota de aguardiente, totalmente ido, en una especie de trance como huyendo de lo único real: su desdichada vida.
- ¡Hey , hey pana!- tuvo que gritar el cantinero.
-Ya voy a cerrar, así es que anda terminando y lárgate de aquí-. Pero el Chapa no movió ni pata ni oreja, seguía así como muerto vivo.
De pronto se sintió un viento fuerte que hizo crujir las puertas de la cantina, que se abrieron de par en par. Con sorpresa los dos hombres vieron entrar, así, de sopetón, un señor distinguido, alto, fornido, ya de sus años, vestido de manera rara pero elegante, con bastón de mango dorado. Entró con paso firme y pasó directamente a sentarse en la mesa del fondo. Don Tranquilino, dando pasitos ligeros e inseguros corrió a atenderlo.
-Buenas noches caballero, ¡a sus órdenes! ¿En qué puedo servirlo?- Y mil palabras más salieron atropellándose de la boca del cantinero, que no hallaba la forma de halagar a tan distinguido visitante. El Chapa Fiallos, después de repuesto del trance en el que estaba y de la sorpresa que acababa de pasar, había estado mirando todo, y terminó por rebelarse.
¡Hey, hey! cantinero mala traza y de cantina de mala muerte ¿qué te pasa´pes? ¿No estabas sacándome casi, casi a patadas de este cuchitril? ¿Por qué carajo?, Y ahora ante este man que ni lo conoces siquiera te desvives ¿qué te pasa´pes carajo? ¿Acaso yo, mi presencia y mi plata valemos mierda? ¿O qué…? ¿Qué mismo? ¡anda ubicándote imbécil!
El extraño no se daba por enterado del pleito y mejor le hizo una seña para que el Chapa Fiallos se acercara.
- ¿Yo?- dijo El Chapa mirando a uno y otro lado hasta que se convenció que a él mismo lo llamaba el extraño. Se le bajaron todas las ínfulas de brabucón y, sorprendidísimo, empezó a caminar hacia el desconocido y, sin más, se sentó junto a él en la misma mesa.
Tranquilino, que no quería perder tan distinguido cliente, se acercó y al disimulo tomo el brazo del Chapa impertinente y clavándole las uñas intentó votarlo fuera de su cantina, pero el hombre elegante lo detuvo. Y enseguida dijo ordenando:
¡Bájame una botella del mejor trago del bueno, del de Curtincapa!. A lo que Don Tranquilino se apresuró en servírsela.
-¡Aquí tiene jefe, lo que mande!, esta botellita la tenía reservada para los buenos clientes ¡como Usted!- dijo, queriendo adular.
El hombre elegante cogió la botella con ambas manos y se la puso frente al Chapa, como desafiándolo, al mismo tiempo que lo invitaba a continuar la farra en otro lugar.
Boquiabierto y sin repararse aún de la sorpresa el Chapa, nada más se dejó llevar diciendo para sus adentros:
-Qué hombre pa´bruto, dónde va a encontrar nada abierto a estas horas…hasta Mama Tina, la de los alberjeros estará roncando la del oso- pero bueno, al menos me doy lija de exhibirme un rato con este elegantón de mierda.
-¿Y bueno?-, preguntó el Chapa, haciéndose el confianzudo -¿de dónde mismo saliste?, nunca te hemos visto ni en pelea de perros, por aquí, habla ñaño y te salvas-. Pero el extraño guardaba silencio y apuraba el paso, caminando de la cantina con dirección al occidente.
-¿A dónde mismo me lleva este pendejo?- Se preguntaba el Chapa Fiallos entre chispo y asustado.
Cruzaron el puente y de sopetón se encontraron frente al cementerio. Recién el Chapa se daba cuenta el rumbo que habían tomado y mascullando palabrotas dijo bajito:
-¿Para qué mierda venimos al panteón?-, al mismo tiempo que escuchaba una tronazón de los mil demonios. Se limpió el sudor que le caía a los ojos, paró bien las orejas para oír mejor y saber qué mismo estaba sucediendo.
Cuando estuvieron frente a la puerta grande del cementerio, el extraño acompañante se viró poniéndose de lado, haciendo una venia con el cuerpo y una señal con su mano, que invitaba a entrar al borrachito.
-¡A ver, a ver! ¿Qué? ¿Y a este man se le cruzaron los cables? Más parece que está entrando a su casa-. Ante lo ojos sorprendidos del Chapa Fiallos se abrían las inmensas puertas de hierro, y lo primero que percibió fue un olorcito como a las Aguas Hediondas de Motupe, la música estridente, las luces multicolores, deslumbraron por completo a nuestro amigo el Chapa, que temeroso dio unos pasos hacia atrás con la intención de salir en estampida. Pero la puerta se había cerrado y él estaba parado en medio de un gran salón de fiesta repleto de personas que disfrutaban hasta más no poder. ¡A todos se los veía felices! Y como la felicidad y la algarabía son contagiosas el Chapa, olvidó sus temores y empezó a sentirse en su ambiente.
De acá y de allá brindaban con él:
-¡salud Chapita!,
-¡salud!- contestaba entre halagado y sorprendido.
-¿Quiénes también serán? Pero parecen ser gente buena, muy educada, elegante ¿y hasta me reconocen estos pelucones? ¡Carajo, cada quien tiene su día y este parece que es el mio!
-¡Hay! Si un ratito no más me viera el hijo de su mama, de Tranquilino o los infelices de San Chabaco, se comería mierda de la envidia.
Las damas de la fiesta también una lindura, las muy coquetas de rato en rato le guiñaban el ojo y las más atrevidas le hacían señitas maliciosas o se pasaban cerca de él rosándolo un poquito.
Una pregunta por demás impertinente lo sacó de su embeleso.
-¿La estás pasando bien?- Desde luego, imbécil, fue lo que iba a responder antes de darse cuenta que era su elegante amigo el que preguntaba. Entonces tomando aire y poniendo su consabida cara de estúpido contestó:
-¡Nunca antes en mi perra vida, había estado tan, pero tan feliz!
-¡Que bien!- contestó su amigo, -esta noche eres tú el invitado de honor. Así que disfruta…
-¡Jijoe´pta!, ¡jura!. ¡jura ñañito que todo esto es verdad…! Gritó, golpeándose el pecho y abriéndose de un tirón la camisa.
-jJúrale, júrale manito!… ¡yo, el invitado de honor! ¡chucta y sÍ me lo merezco!
-Claro amigo-, le aseguró el extraño, -y para demostrarlo te voy a conceder un deseo, el mejor de tus deseos, así que, pide, pide nomás cualquier cosa ¡lo que tú quieras!
El Chapa se quedó lelo – ¿y ahora qué digo, puccha madre? ¿qué digo?- La música había dejado de tocar y todos estaban quietos mirándolo y esperando su respuesta.
-¡Puccha madre! ¿qué digo?- Y en su interior advirtió que se venía para él, algo desconocido, y atinó a pensar ¿quién da nada gratis? ¡Puccha madre!-, de pronto no hallando qué mismo decir preguntó ¿qué quieres de mí? Habla claro broder, no manches.
El hombre, sin inmutarse, contestó: ¡sólo quiero un favor! Es todo lo que te pido para cumplir tu deseo.
El Chapa, intentando serenarse, se rascó la cabeza.
-¡y ahora puccha ¡ ¿qué pido? O mejor ¿qué huevada de deseo quiere este man que le cumpla yo?- Dio un pasito para atrás y agarró una copa bien llena y de una se la zampó, le quemaron las tripas pero también le dio el ánimo que le hacía falta .y resuelto dijo:
-A ver, desembucha de una ¿qué mismo quieres que haga, carajo?
Los ojos le brillaron al hombre extraño, se irguió estirándose tanto que parece que iba a tocar lo alto de la copa de los árboles del panteón y con voz ronca dijo:
-Todo es perfecto en ese lugar del cementerio pero que fastidio estar rodeado de cruces ¡no van con mi estilo!¡no las soporto! Y lo único que te pido es que arranques de raíz a todas antes de que lleguen las luces del alba ¡nada más!
-¿¡Nada más!?- contestó el Chapa sin entender lo que escuchaba. Y sin saber por qué, un sudor frío, como mal presagio, le empapó todo el cuerpo. ¡Nada más! Le quedo retumbando en su hueca cabeza.
-.Este man hasta se parece al demonio, por eso de andar haciendo pactos. Luego pensó ¡qué carajo! por la plata baila el perro y por el oro perro y perra…. ¡el diablo no hace apuestas con cualquier pendejo!, lo que me propone no está tan difícil, el cementerio es pequeño y creo que tengo tiempo hasta el amanecer.
Miedo se ha dicho… ¡claro que tenía miedo!, sentía el temblequear de las canillas y el rechinar de sus propios dientes. Venciendo el miedo se lanzó al ataque. Cada mano del Chapa Fiallos agarraba una cruz y la arrancaba de raíz. Después de un momento se detuvo en seco porque creyó escuchar un quejido, miro por todas partes y nada.
-¡Carajo este miedo maricón es lo que me hace oír pendejadas-, y en seguida reanudó su tarea con más empeño.
Continuó con lo suyo, al fin y al cabo ya estaba metido hasta las huevas en el asunto y allí si que no hay vuelta atrás, pensaba mientras frenético continuó arrancando cruces a diestra y siniestra.
Otra vez creyó escuchar esos quejidos, como que iban siendo más sonoros y acercándose más y más. Sin querer distraerse de su afán, pero fastidiado por lo que parecía que estaba detrás de él, dio vuelta a mirar para saber qué o quién hacía tanto ruido a sus espaldas y el horror lo cogió de sorpresa, ahogándole un grito en la garganta y parándolo en seco. De cada una de las tumbas por donde él pasó retirando las cruces iban saliendo cuerpos descarnados, esqueletos, en evidente búsqueda del profanador de su descanso.
A pesar del miedo, el Chapa sacó fuerzas y decidió continuar. Pensó:
-Si me apuro un poquito, me los gano a estos esqueletos mamarrachos… jugándoselas todas se dijo convencido.
– Al necio le han dicho, y yo soy como el burro ¡bien necio…! Al mismo tiempo que reiniciaba su macabra tarea.
Animado porque sabía que le faltaba menos de la mitad de cruces, le ponía ñeque, esfuerzo, todo, todito, el empeño para terminar.
Los muertos salidos de sus tumbas se movían rápido tras de él, queriendo atraparlo, habían momentos en que lo topaban y se les escapaba y en otros él era más rápido y les sacaba ventaja….Obvio que mientras más cruces arrancaba más y más grande era el cortejo de muertos que lo seguía.
El tiempo no se detiene jamás, pasa inexorable y en este caso consumiendo ya los últimos minutos de esta febril noche.
El Chapa estaba exhausto, ¡ya no daba más! Las piernas no le obedecían a dar un paso, casi, casi al borde del colapso, se dio cuenta que solo le faltaban dos cruces, ¡Sí, solo dos cruces!, pensó y la tarea estaría terminada.
¡Ánimo! y ¡a la carga! Pero cuando se disponía a rematar lo hecho vio horrorizado que el gallo parado en el tapial del cementerio se acomodaba para su primer canto de la madrugada…. dos, tres, cuatro aleteos y hacía retumbar su singular ¡quiquiriquí!
Entonces, en un último esfuerzo, estiró ambos brazos abalanzándose sobre esas dos últimas cruces que le faltaba arrancar del suelo, pero al mismo tiempo sobre él cayeron los miles de fantasmas de muertos que lo habían estado persiguiendo y, por más intentos de escaparse que hizo, quedó inmovilizado por esas esqueléticas manos que por fin lo habían alcanzado y se aferraban a él hincándole las uñas.
El gallo seguía haciendo retumbar su ¡quiquiriquí! sonoro que se juntó con el alarido de muerte del pobre Chapa Fiallos que esa madrugada había perdido la vida y la apuesta ¿Con quién? Eso no lo sabremos jamás…


Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec



Loja, Ecuador 14 de noviembre de 2012

Texto agregado el 19-12-2012, y leído por 149 visitantes. (0 votos)


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