EL RETORNO
Mi retorno diario
me abría el umbral de la puerta
y mi casa me acogía
con luces o con sombras
al final del día,
y era su aroma
de sirios o penumbras
la delicada templanza,
con olor a hijos
y mujer amada,
a muebles que retozaban
tranquilos en la espera.
Signos de comida sabrosa
me satisfacían con premura
y a mi mesa concurríamos
en plenitud de familia.
A veces me asomaba a la esquina
y a mi calle llegaba el viento
para refrescarme el rostro,
y mi perro que conservaba vida
me galanteaba con coquetos saludos.
Las luces lentas del vecindario
parpadeaban en ojos opacos
y un rumor de quietud
bajo el infinito cielo
me hacían sentir más vivo,
abría entonces mi pecho
para llenarlo de tanto oxígeno,
y es que de pie,
en el centro del infinito,
me sentía aún más que pequeño.

A mi casa iba
de visita la poesía
o era apenas una frase
que al descolgarse se conjugaba.
Mi cama plácida
que acunaba como un nido:
Allí convergían secretos
arrollados entre las sábanas.
Allí se forjaba el hierro
en lo profundo de su alma.
Allí se extraían tesoros
que a la suma de los meses
proyectaban nuevas vidas.

A mi retorno habitábamos
con multitud secreta y querida
y nuestro entorno reservado
que a veces colmábamos de abrazos
nos solazaba pletórico,
después la noche me comentaba
su expandido silencio
en la templanza del verano
o al frió del invierno,
entonces un cuerpo me acurrucaba
y todo era un solo latido,
y he ahí que a casa
el retorno
es siempre lo más preciado.
20.12.07