DESABASTECIMIENTO APOCALÍPTICO
No conformes con la violencia que habían logrado sembrar; con el bombardeo de malas noticias y las instaladas profecías de catástrofes de toda especie, los Amos planearon otra vuelta de tuerca.
Con el asesoramiento de su grupo de tareas mercenario, conformado por brillantes psiquiatras, sociólogos y otros especialistas, no tardaron en diseñar una nueva manera de ejercer presión sobre la ya atribulada especie humana.
Las estimaciones previas señalaron, con un pequeño margen de error, que los efectos se advertirían en un lapso de entre 15 y 30 días.
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Algo raro estaba sucediendo. Al principio Agustín lo atribuyó a la mera casualidad: bien podía ser que fuera simple azar y que hubiera dejado de cruzarse con las mujeres que conformaban su “target” simplemente porque ellas andaban por un lado y él por otro.
La razón le indicaba que mañana, o pasado, volvería a deleitarse con esas figuras cuidadas y plenas de las de más de cuarenta.
Pero los días transcurrieron y nada. Las calles, los paseos y los centros de compras parecían haber sido ganados por los jóvenes y los hombres maduros, aunque pensándolo bien también había disminuido el número de estos últimos.
De vez en cuando, es cierto, vislumbraba de manera fugaz el paso apresurado de alguna cincuentona apetecible, casi siempre luciendo gorro o algún otro tocado.
Beatriz fue como un oasis en el desierto.
Paseaba los encantos de sus 60 años con un garbo envidiable: la encontró por primera vez en un shopping y más tarde en otros lugares, luciendo como siempre, desde que la recordaba, su magnífica cabellera larga, brillante y absolutamente blanca, que contrastaba con su piel morena, realzando su belleza singular.
De las demás nada. Fueron desapareciendo de clubes, gimnasios y hasta de sus lugares de trabajo, como si hubieran sido víctimas de una epidemia extraña y selectiva.
No hay palabras capaces de describir la desazón y el desencanto del pobre Agustín, galán maduro privado de su razón de ser en la vida e incapaz de experimentar sentimientos o atracción por las más jóvenes.
En enero se sumió en la tristeza, bajó cinco kilos en febrero, perdió totalmente el apetito en marzo y se suicidó en abril. Me duele estar contando algo tan triste, pero así son las cosas, a veces crueles.
Y todo porque se terminó la tintura de pelo. No se la consigue por ningún lado.
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