Gaviota nocturna

Vuelas entre las rocas, gaviota solitaria,
planeando sobre las cabezas de los que no podemos volar,
solo con el delirio de nuestros sueños olvidados,
de vez en cuando posas tus patas torneadas al mar y al sol,
y levantas tu rostro al paso de los que te miran, por arrogante,
alguno se te acerca, envidioso de tu forma y tú desdeñas su presencia y arrancas rauda hacia otra ola,
hacia el planeo principesco de tus alerones blancos,
picas aquí y allá buscando tu alimento.

Sabes que mi ensueño comenzó cuando te vi acodada en el noray oscuro y rojo de la noche junto al mar,
abriendo tú pico esbozando una sonrisa,
esta vez para atraer al macho a tu pecho acogedor de lágrimas y tristezas.

Marcaste en mi frente tu mirada fija y ya nunca pude borrarla de allí y la llevo incrustada en el alma mientras intento aprender a volar,
a planear contigo sobre la vida,
pero caigo rebotando sobre mi propia necedad,
y mientras curo mis heridas, con lágrimas de desespero,
tú ya no estás en mi horizonte,
tus blancas plumas están arropando a otro desgraciado aprendiz de hombre, que creerá ser tu par,
ignorante de lo efímero de tu compañía.

Volveré a cruzar mi andar cansino con tu ágil vuelo,
volveré a intentar seguir tu sentimiento alegre,
en el rojo oscuro y humeante de otra noche de alcohol.

Quisiera que una noche, por fin alegre para mí,
tengas un ala herida y acogerte yo entre mis torpes remos,
y navegar juntos bajo las estrellas, que tú mirabas arrogante,
dándole tiempo al amor para decírtelo todo,
para cortar tus alas y que nunca más puedas separar tú camino del mío.

Sabes, dulce gaviota de alquiler, que no podría hacerlo,
curaría tu cuerpo y abriría la celda, y tú Rebeca saldrías volando alto, lejos,
sin mirar atrás ni siquiera para recordarme.

Aguilagris