Tu eres mi hijo menor que apenas aprendes a caminar, o a balbucear algunas palabras. Pero no te preocupes, que a ti nada te puede pasar, porque te cuidamos bien, y con esmero. Yo sé de todas las enfermedades y vamos al médico solamente a confirmar la veracidad de mis diagnósticos. He cuidado tantos hijos que ni te preocupes. Pero, ¿ qué es esto ? ¿ Cómo que se acaba la fiesta y apagan la luz y los instrumentos se silencian, y tú quedas inerte ? Eso no puede ser. No me pueden salir con esas sorpresas. No, no, no, Veamos, meditemos, hundámonos. La realidad dice que sí. Y ahora el que la paga soy yo, por que de esta jactancia, de esta miseria mía se aprovechó la cínica muerte para clavarte sus garras. Y ya no hay vuelta atrás, la muerte no admite ningúna chance de ser revertida.
Increíble cómo en tan poco tiempo de vida ya habías dado señales, y muy claras, de que no habías venido a este mundo a ser uno más. Ya habías avisado quién eras. Rasgos que el tiempo marcaría en una personalidad firme, definida y virtuosa. Varias veces extraños me alertaron de la intensa luz que irradiabas. No habías venido a este mundo a engullir, a saciar apetitos, a depredar, a sacar ventajas, a morder vicios. Las cosas, por más luminosas y llamativas que fueran, no te llamaban la atención. Las dejabas de lado.Preferías reir, dar alegría, escuchar música, sonreirle a la gente en la calle, admirar los escaparates, bailar con nosotros, mirar extasiado el mar. Nunca te conocí un gesto egoísta con nada. Eres la encarnación, el duro ejemplo de todo lo que pudo haber sido y no lo fue. No ha existido nadie tan prometedor. Y siendo así, ¿ cómo podremos olvidarte ?
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