Huellas (La Ciudad)

Las ciudades están formadas por millones de huellas, digitales, pisadas, aromas, etc., que cada ser humano o animal imprime cada hora, cada segundo, cada nanosegundo, dejando marcas indelebles, que transforman la ciudad, vista desde la percepción de un todo, como una entidad viva que late desde la tierra, desde sus raíces, hasta el punto más alto de su orografía.

La ciudad evoluciona para mejor o peor cuando es mencionada, promocionada e incluso difamada o criticada en cualquier círculo o foro, aunque estos puedan desarrollarse fuera de ella.

Por poner un ejemplo claro, meridiano e inobjetable, la figura, pública y privada, del ilustre e ilustrado Jovellanos, marcó el futuro de Gijón o Madrid ,con una intensidad y trascendencia impensables en su tiempo.

Cualquiera, en mayor o menor medida, deja un mensaje grabado en los genes de la ciudad con cada uno de sus actos, por pequeños que sean y aunque parezcan imperceptibles y/o estériles.
De ahí que el conjunto de ciudadanos que la pueblan va haciéndola crecer, evolucionar, pervertirse o alcanzar utopías que dejan de serlo, latiendo y mutando como un ente vivo y eterno si Dios lo quiere. (¿Podría ser Él, este plasma, con millones de ojos, y por eso dicen que todo lo ve?).

Tratemos de que cada día que habitamos nuestra gran urbe o nuestro pueblo perdido en el Pirineo, nuestras huellas mejoren nuestra corta vida y la de nuestros contemporáneos; dejaremos un mundo mejor para nuestros descendientes, que, en definitiva, somos nosotros mismos, renovados, mejorados por nuestro legado y ejemplo, siempre y cuando aprendamos de nuestros errores y aciertos, y dejemos a Natura hacer su trabajo, sembrando la semilla de sus alas, que siempre volarán más alto, más lejos que nosotros.

Actualmente el mestizaje y la globalidad han abierto una senda amplia y despejada para poder alcanzar la versión 2.0 de la ciudad, considerada como parte de un todo, que en un futuro sin ambición, guerras y egoísmo, formaría la realidad de una sola ciudad que se extendiera por todo el planeta, sin fronteras, aduanas ni puertas en los campos.

Entonces, con permiso de los políticos y de sus jefes, quizás podríamos ser felices.


Aguilagris (El Comercio)