Viaje al Epicentro
Tenían que cambiar las baterías del aparato para que continuara registrando los movimientos sísmicos en la cueva de las sierras de Pie de Palo.
Los dos técnicos entraron y a unos cuarenta metros, sin prisa, pero con recelo - justificado recelo ya que hace tres días había ocurrido el terremoto en Caucete, que destruyó toda la ciudad - instalan las nuevas baterías.
Guillermo las reemplazó. Enseguida él y Alberto, compañeros del Inpres de San Juan,
emprendieron el regreso. Eran poco más de las tres de la tarde cuando los sorprende un
fortísimo temblor allá adentro. El movimiento era tan intenso que tambaleando, los tiraba
de un lado para otro. El sonido que acompañaba al temblor simulaba mil sirenas de
bomberos a la vez. No sabían qué hacer. Si volver al sismógrafo, o seguir corriendo hasta
alcanzar la puerta de la cueva. Mareados y casi desfallecientes, traspirando y agitados
avanzan hacia la salida y parece que las ondas del terrible sacudón también los seguía y no cesaban de agitarlos.
-Mirá, no agás ruido, dijo Guillermo.
-Pero si yo no hice nada, respondió Alberto, cerca de él.
Guillermo, entre conmocionado y aturdido, pero maravillado por la experiencia exclama:
-Quiero vivir este ruido y saber qué se siente aquí debajo de la tierra cerca del epicentro
del terremoto.
-Se ve que el ruido viene de…debajo de la tierra... La tierra se va a abrir y…¡nos va a tragar!-murmuró Alberto temeroso.
-Sí, ésta es una réplica del terremoto. ¿Y qué réplica?
Zumbidos fuertes y movimientos circulares a la vez.
-No te alejes. Esto parece una licuadora…
Estaban caminando como pudieron en aquella oscuridad temblorosa los dos. Por unos segundos la vida de cada uno se proyectaba en las paredes de la cueva, casi al finalizar el trayecto de regreso. Como flases, las imágenes de la infancia, de sus padres y hermanos,de los días de estudiantes en la primaria y en la secundaria, sus hijos, parecían moverse al compás del fenómeno telúrico en las paredes oscurecidas de la cueva.
Alrededor, piedras de todos los tamaños comienzan a caer, y se suman al ruido del temblor.
Ya están en la puerta de la cueva.
Sienten como si un siglo hubiera transcurrido en apenas unos metros.
Ahora entendían el principio del caos. La conmoción de las entrañas de la tierra.
Tenían que vivir con sus almas y recuerdos.
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