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Sentí curiosidad por entrar en la habitación donde alguna vez dormiste y al abrir la puerta noté que aún se conservaban los átomos de tu olor natural, flotaban en la obscuridad haciéndome respirar con profundidad como si fuera la última oportunidad de tomar aire.

Crucé el umbral y me tropecé con las llaves que a propósito dejé en el interior para no sentir tentaciones de entrar, pero aquí estoy otra vez – después de forzar la cerradura - asfixiándome por voluntad en el miedo que me provoca pensar que pudieras aparecer allí, con tu sonrisa de diabólica seducción.

Si hoy estuvieras viva, te morirías de vergüenza por haberme seguido la conversación aquel día en que te hablé utilizando un pretexto tonto antes de entrar al aula, tan tonto que yo también podría mofarme si acaso supiera que nunca sospechaste de mis intenciones – unirte a mí vida, no ser tú y yo, sino
nosotros - ¿no lo crees?

- ¿En cuántos grupos estás inscrita?
- Dos – fue tu respuesta. Y de allí, una amistad hermosa para mí.

En la habitación sólo hay silencio, camino a tientas hasta llegar a la ventana donde la luna me recuerda tu sensualidad y al poco rato me alejo porque el espectáculo es rutinario, igual que nuestra relación; lo más seguro es que nos hayamos equivocado al decidir vivir juntos, pero no sé cuál sea tu opinión. Después de todo nunca vi en ti un apaciguador de mi libido, eso lo sabes bien.

Ahora estoy frente al tocador que cada día, dos veces, solías visitar para arreglar tu cabello y hacer las decoraciones en tus ojos, cerca de los lagrimales.
resuena tu voz en mi interior, pero no te refieres a la del foco, hay que te interpretarlo; así que cierro mis párpados y de inmediato se ilumina la habitación de un amarillo tenue que presenta ante mí tu cuerpo ataviado por varias prendas y encima un abrigo largo.

- ¿Qué deseas? – pregunté quizá un poco despectivo. Luego te acercas a mi posición para tomarme la mano como solíamos hacerlo hace ya algunos años.

- Escucharte – respondes – estás inquieto desde que me fui y no te creas, a mí también me produce remordimiento que algunas veces no siguiera el hilo de tus conversaciones, pero tenía 18 cuando nos conocimos, apenas y empezabas a atraerme hacia ti.

Nos miramos mientras acaricio tu pelo y viene a mi mente aquel recuerdo cuando por primera vez pude pegar mi cuerpo al tuyo, fue en un abrazo que nos hizo sentirnos unidos con la fuerza de una locura post adolescente.

- Di mi nombre – susurras en mi oído pero hago el sordo a esa propuesta.

Como no diré tu nombre - aunque tus ojos muevan mis sentimientos - estás a punto de besarme. Abro los ojos y otra vez la obscuridad se cierne sobre mí y la agitación en mi pecho se acelera, entonces pongo en práctica los entrenamientos, aunque es inútil porque volverá. Lo compruebo cuando al fijar mi vista en el espejo tu sonrisa está dibujada de manera burlona, diabólica, penetrante. Estás vestida como ese viernes, y en tu cabeza el gorrito de encaje que aún así deja caer tu cabellera lacia provocándome nerviosismo. Me da miedo verte así, pero no quiero que lo sepas.

Te acercas a mí, pero ahora en la obscuridad y me tomas la mano… envuelto en la esfera de tu aroma me besas apasionadamente, caigo en la serenidad de tu piel cubierta sólo por las sombras de tu habitación, nos juntamos y nuestros alientos se confunden; me alimento con los jadeos de tu boca y las mieles que desprendes en cada contracción de tu cuerpo, en que tus muslos se abren como alas de mariposa.

Al terminar nuestro ritual, me dejas cubrir tu cuerpo caliente. Te abrazo e instantáneamente noto como los vapores de olor salen de los dos, fundiéndose entre las sombras que el espejo nos muestra; ¿puedes verlas? las más densas son las nuestras. Decido mirarte y cómo un momento de ficción en mis manos sólo queda tu gorrito, pero
segura me estarás viendo aún.

- ¿Qué sigue? – pronuncio para mí
- Nada, no sigue nada, sólo yo… yo y esta sonrisa que tanto te gusta – se escucha tu voz junto a un risita gutural.

Texto agregado el 13-12-2012, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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