Corre fuerte el viento en Punta Checo y la soledad del lugar también. Suele verse a Marta transitar con sus botas de goma y su pañuelo sujeto en dos horquillas fuertemente ajustadas, es tan pálida como el pan a punto de leudar y sus ojos tristes se empinan hacia el cielo premunidos de una agudeza particular. Hace más de cuarenta años que hizo un pacto con las nubes, llovería sólo cuando sintiera pena en su corazón enfermo y como su condición era más que recurrente la lluvia era infaltable, su compañía y el lazarillo cuando su vista se nublaba en el fogón donde hacía tortillas. Para vivir, así se llama la canción que suele silbar mientras troza madera,” para vivir hay que bregar duro, con mis manos amasar, tostar, curtir, limpiar, trepar y nunca añorar”.
El verdor húmedo de la puntilla, el cobalto cielo y el verde núcleo del mar serena su alma, no hay paraíso que no esté allí dormitando y ella tan pobre de hijos, tan sola de hombre. El invierno pasado le puso tierra a gesto rígido de su hijo cuando en un arrebato de audacia se terció con el mar, no hubo quien lo encontrara hasta que el agua hastiada de humanos vomitó los fragmentos del que un día acogió en sus pechos repletos; los gritos se escucharon en Chonchi y su llanto ahogó hasta los mismos nalcales, ese día no tuvo piedad el invierno, la madera se pudrió, el mate fermentó y su cuerpo fuerte se desvaneció. Pero todo pasa, la memoria hace estragos con sólo nombrar los sufrimientos, es que el silencio de la Punta y la belleza del lugar dejan muda el alma y te hace despertar. Hoy la mujer luego de un sueño tan largo como su pelo cano ha emigrado de sus colchas, corrió las cortinas, despolvó el placar, se puso sus polainas y dejó el letargo, “hay que hacer curanto, hay que bregar para vivir y dejarse de leseras”, todo esto lo cantaba mientras desenterraba las piedras, mientras volvía a la vida.
* Un trabajito modesto para ejercitar algo de narrativa.
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