TAN CERCA Y TAN DISTANTE

Han pasado varios años del fin de la guerra.
La guerra y sus sinos más perversos aún que la misma muerte: el olvido.
La pérdida.
Desde la ausencia mutua –atroz, desalmada-, arrancados los abrazos por el espanto, Yuri ha buscado en miles de rostros el rostro de ella.
Un afán imposible, por el sinfín de un sinnúmero de semblantes, lugares, entornos que la pompa del mundo fija como carga.
Ya es casi un viejo; débil y acabado. Sin embargo su empeño no ceja. Su mirada es un estilete de sondeo infatigable, penetrante de todas las mismas caras del pueblo, de las imágenes y de la vida. Lo conserva en pie ese amor invulnerable, no contaminado por la distancia, los horrores, el silencio.
De pronto, Lara.
¡Es ella! Desde la ventanilla del tranvía en que viaja la ha visto. Camina con paso audaz, despreocupado, pletórico de elegancia y prisa. Su paso resuelto y grácil atraviesa esa calle moscovita donde una multitud hace su vaivén diario.
Yuri la ha visto. La divisó a escasos metros, por la ventana de vidrio cerrada y sorda.
Golpea con frenesí ese vidrio, pero no es suficiente para ser oído. Se pone de pie, de un salto, se alborota y arrebata hacia la puerta de descenso. Casi se lanza sobre la vereda por donde ella, con gesto feliz, ha pasado hace nomás unos segundos.
Y puede verla allí, adelante. Marcha, con ritmo sostenido y el mohín despreocupado en la sonrisa.
Yury corre, son unos metros. Ya la alcanza. Sólo falta llamarla, nombrarla una vez más y el milagro ha de desencadenarse.
Y cuando pretende vocear su nombre, cuando el hálito contenido durante años halla su razón de ser, un artero embate lo tumba. El grito silencioso que no alcanza. Es la sagrada hora en que la espalda de esa mujer huirá por la vereda, perdiéndose entre el público.
Ha sido el esfuerzo definitivo para su precario organismo. El brazo en inútil requerimiento como último y quimérico recurso.
Y cae Yuri, el corazón vencido, sobre la acera de aquella calle moscovita, ante el asombro de los transeúntes, con una última mirada sobre el contorno de Lara, que se aleja irremisiblemente.
Una Lara que, ausente de esa realidad, sigue su marcha ignorante del drama que ha dejado a su paso resuelto y grácil.
Y la muerte completa ahora la perfidia de la vida: Yury y Lara estuvieron a escasísimos metros del reencuentro. Podrían haber recomenzado lo que la guerra impidió.
Pero él no pudo llegar y ella nunca lo sabrá.

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