Oscar Alvis es un zambo de unos cuarenta años, grande y obeso pero elástico como un gato. Tiene mentalidad quijotesca, es desfacedor de entuertos como diría Cervantes. Con él las peleas son a muerte. Ha entrenado en la esgrima con machetes y cuchillos y domina el español antiguo, la relancina, el cubano, el elástico de sombra y el falseo . No conozco a nadie que conozca más del asunto. De hecho es instructor de esas malas artes. Se trenza fácilmente con 15 varones armados y todos salen mal librados. Es, también, tirador con armas de fuego cortas. Tiene una técnica de tiro que él mismo desarrollo y que casi nunca emplea porque con un machete o un cuchillo le bastan. Incluso con un simple palo ya es peligroso. Le he visto borracho pelear con una multitud y he sentido espanto pero menos mal que es mi amigo.
Oscar estaba en una fiesta en el campo junto al río en la casa de la hacienda casa roja. Estaban más o menos cien vecinos en un baile y en una gran comilona. De pronto una moza joven le hinca el ojo y le extiende la mano invitándolo a bailar. El que es un galán de muchos quilates ni corto ni perezoso se ubica en mitad de la pista. Está bailando con la dama cuando llega el dueño de sus amores y le amenaza de muerte y le dice que puede bailar el resto de la fiesta porque se va a morir y para ello lo espera en el puente del río. El trio mercante ejecutaba música campesina apta solo para bailar. El violinista es un anciano de unos setenta y cinco años y ha sido advertido del diferendo. Al salir de la fiesta ofrece acompañarlo para que nada malo le suceda. Oscar no lleva miedo porque su contendor no tiene idea con que fiera se metió. Al llegar al puente está en contendor con un machete de veintidós pulgadas en actitud desafiante. El anciano le dice a Oscar que no intervenga. Le dice al afrentoso que respete que el señor sólo estaba bailando decentemente. Inmediatamente recibe un par de insultos y le dice que al también lo va a matar por metido. El anciano se quita el sombrero y comienza la pelea. La noche ya comienza y Oscar teme que asesinen al anciano. Siente un trajín y un golpeteo al oscuro. Prende su linterna y ve al quejoso lleno de sangre y este suelta el machete y suspende la pelea. El anciano le dice que sólo ha hecho una advertencia pero que si está muy enojado le mete un barberazo carrielero, es decir, desde el hombro izquierdo al bolsillo derecho del pantalón y que con ese si se muere si es lo que desea. El contendor desiste de la pelea entre sollozos. Abandonan el lugar y Oscar va muy sorprendido de ver la habilidad del anciano con la barbera que tenía abierta debajo del sombrero Barbisio. Me confesó que es tal vez con la única persona que no se atrevería a pelear. Que si le solicita que se arrodille y le bese los pies se lo haría. Un esgrimista de alto turmequé defendido por un anciano que al caminar arrastra los pies.