Escribir es una pasión, un demandante juego, una responsabilidad ineludible, una profunda adicción que puede hundirte en la desesperación o darte paz, un temible desafío.
Escribir es una actividad que te obliga a involucrar los cinco sentidos, tu experiencia, tus recuerdos, tus conocimientos, tu yo más íntimo. Puede parecer o convertirse en una enfermedad incurable, de ésas que vas arrastrando año tras año, que se mitiga a ratos, pero que nunca llega a quitarse.
Escribir desgarra, corroe, pudre, hace sufrir, puede incluso matar; pero no por ello se deja de hacerlo. Más bien por varias de estas razones se escribe. Yo escribo; quizá moriría si no lo hiciera. No es exagerada la anterior aseveración; es casi como cuando se muere por amor.
Para escribir soy muy desordenado; la noche es la que mejor me acomoda para sentarme ante el ordenador o alguna de mis libretas de apuntes; entonces voy anotando las ideas sobre las que ya he reflexionado previamente durante el día, para que no se me olviden o se pierdan en cualquier rincón del olvido. Las ideas a veces están bastante completas; otras, son apenas esbozos de alguna palabra o pensamiento suelto, de una frase leída o escuchada al pasar. Las “pintas” en las calles, son un venero excepcional de sabiduría popular e ideas.
Por las mañanas escribo muy poco, las obligaciones cotidianas me impiden duramente acercarme a las letras. Los pocos minutos que puedo robarme, los utilizo para leer. Es de esta manera como he podido concluir “El laberinto de la soledad”, de Octavio Paz; el “Lectario de literatura mexicana”, de Alejandro Toledo; “El dios escorpión”, de William Golding. Mi lista de lecturas pendientes es larga; yo, apenas soy capaz de leer unas cuantas páginas al día. Es cuando me acuerdo de “Cumbres borrascosas” de la Bronté, libro que a los diecisiete o dieciocho años, me leí de un tirón sin parar (quizás apenas para medio comer) y que terminé el mismo día de su comienzo, hasta que mis ojos quedaron tan enrojecidos como dos coloridos jitomates.
Cuando escribo me convierto en un océano de dudas, el camino se vuelve cuesta arriba, la voluntad se ve amenazada con el desgano, y el miedo a no lograr expresar claramente lo que quiero decir, me agobia. Puedo permanecer mucho tiempo ante las hojas en blanco sin escribir una sola letra, sin encontrar el tono exacto de la idea ni el desarrollo idóneo para convertirla en materia literaria. Este es el momento clave, el instante preciso en que perseverar puede llevarnos a crear el texto ansiado, o a fracasar en el intento( sólo momentáneamente); porque de estos momentos habrá muchos más para el que desea escribir, caerá y se levantará, rodará o encontrará el rumbo, según la fuerza de voluntad que logré reunir cada vez.
Mailer da un sabio consejo a todos los que deseamos escribir: “la única forma de aprender a escribir, es escribiendo”. Esta frase que parece tan obvia, la mayoría de las veces la dejamos pasar como si no significara nada, como si la voz interna que vibra en sus palabras, no fuera lo suficientemente fuerte para escucharla y entenderla. Hay encerrada en ella, una verdad fascinante. El escritor que no escribe (poco, mucho, chueco, derecho, enredado, oscuro, como sea), no aprende ni es escritor; porque al escritor lo hace su obra, ¿o no?
La redacción, el estilo, el vocabulario, las frases largas, la coma, y el punto y coma, continúan siendo las fuentes de preocupación constante que me intimidan. Las parábolas y las metáforas tampoco se quedan atrás. Todas las anteriores, son las áreas de oportunidad que podrían hacerme conseguir un control más adecuado en mi forma de escribir.
El vino y el sueño son excelentes provocadores de ideas, su chispa permite capturar en un instante infinidad de imágenes sorprendentes, nuevas, esclarecedoras, vitales para la generación de historias. Un poema, un cuento, una novela entera, pueden nacer de una noche de copas o de una pesadilla.
Me he vuelto parco en palabras. La cortedad en mis textos tiende hacia el mínimo. Ello no quiere decir que digo lo que es preciso y relevante para una historia; mas bien mi pensamiento es revuelto y parco, bastante oscuro. Azorín sabía de lo que hablaba cuando se refería al estilo oscuro.
Para terminar, otro sabio consejo de Mailer: “si estás aprendiendo a escribir, hazlo como si estuvieras hablando con alguien”. De estas palabras, cada quien puede sacar sus propias conclusiones.
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