Viaje fugaz:
Viaje fugaz:
Tocan la puerta y va abrir. Ella sorprendida dice.
– ¿Y tú, qué haces aquí?
– ¡Sorpresa! –contesta él, con los brazos abiertos y con cara de ser la sorpresa. Eso piensa ella. Pero no, se equivoca, la sorpresa es otra. Y él agrega–. Ven, vamos… confía.
Él la toma de la mano y ella lo sigue sin resistencia, en fuga van hacia Paris o al valle del Elqui porque allá sí que verán noche y estrellas blancas y lejanas. Pero si fueran a París las luminarias estarían más cercanas, serían colores reflejados en sus rostros, en el río Sena o en el brillo de los adoquines húmedos. La atmosfera recuerda a las fiestas de los años 20. Caminan sin premura como si aquel momento pudiera detenerse, vivirse de a poco, como los buenos besos, precisando saltar de la calma al vértigo. Porque ellos eran eso, dos bocas que se reencuentran después de mucho tiempo.
Continuaron paseando abrazados por el Pont des Arts hasta pararse justo en la Rue de La Huchette. Entraron a un local que les sugirió que en su interior se podía ver la noche como a través de un caleidoscopio. Al salir se sentaron en una banca y conversaron. Por turnos intercambiaron sus historias personales, pero no fue hasta referirse al pasado común que la conversación pareció una canción cantada a duo. Hubieron silencios, pocos, pero eran pausas necesarias, tiempos para regresar al presente. El frio no se atrevía a importunarlos. ¿Y las estrellas? Las estrellas estaban quietas, pero de pronto se convirtieron en fugaces. La culpa fue del champagne que bebieron hasta agotar la botella, los deseos que pedir, los labios, y el deseo; pero todo eso, ella todavía no lo sabe.
No lo sabe porque sólo han trascurrido 15 minutos desde que ella abrió la puerta y recién ahora él le abre la puerta del taxi. Claro, la realidad suele ser muchísimo más lenta. Y eso que el taxista demoró muy poco en recojerlos, porque estaba previamente concertado. Iban atrasados.
Mientras, ella sigue intentando adivinar el lugar a donde van, y pregunta de nuevo y de nuevo, con la persistencia de una niña, pellizcándole el brazo, picándole el ojo con el dedo, luego con el extremo de un mechón de su cabello. Para suerte de él, el taxi nunca aceleró repentinamente y esquivó cada uno de los hoyos del camino. Pero él igual soltó un- auch-y una pista.
–Vamos a donde siempre deseaste ir
Cuando llegan al aeropuerto ella lo adivina. Ella piensa en razones para no creer, para creer que no es una buena idea, que es una malísima idea, y mucho más así, después de tanto tiempo, tan a destiempo, de esta forma irrespetuosamente improvisada como si el mundo se fuera a destruir de veras. A lo mejor es tarde para el mundo y retarde para ellos, pero las dudas quedaron en el taxi y no alcanzaron a subir y el avión ya va volando, con ellos arriba y bien sentados, coronados con un sentimiento de victoria por abordar justo a tiempo, saltándose la fila, los improperios, la buena educación. Dejan atrás los días cotidianos a cambio de un paréntesis.
A la fuerza van sin equipaje, material o preocupaciones, sin opción a negativas. Él la obliga a aceptar esta invitación, este inverosímil secuestro consentido. Y sí él se equivocó y discuten, situación altamente probable, el viaje es largo para que a ella la cara de demonio se le quite y deje de odiarlo infantilmente. Luego a ella le da sueño y duerme bien sobre el hombro de él. Ella sueña varias veces, a las horas despierta, o cree despertar, pero duda, porque llegan al valle del Elqui o a Paris y es de noche y lo que ella ve es fascinante, tan genial que es más creíble pensar que ella sigue en su cama y nunca hubo una sorpresa tras la puerta, o que sigue durmiendo en el bus o en el avión dentro de su sueño, o en el sueño de él, o en el de ambos, o en uno sólo como un sueño fusionado, porque hasta en eso, él quisiera volver a coincidir.
Entonces al mirar las estrellas tendidos en el capo de un camión, o separados o “juntoseparados” a años luz, en una noche alunada, oscura y a la vez brillante, con sus caras iluminadas como en un cine, cuando ella le preguntó.
–¿Dónde están las 7 cabritas?
Él las buscaría, aunque a él las cabritas se le vayan para el monte. Él siempre podría apuntar al cielo hacia allá o hacia acá, porque ubicarlas no importa. Porque él está dentro de un deseo, el de ella, que fue usurpado por él para crear un momento que nunca ha sucedido.
Fin
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