I
Amatista siempre salía a contemplar la luna, ya sea que estuviese llena o sólo a medias, vestida con su traje de dormir negro, dejando sus cabellos negros libres a la brisa nocturna que corría en Resignación.
A ella no le molestaba ser espiada los hombres del pueblo o ser odiada por las mujeres de la región. Las hechiceras siempre despertaban ese tipo de sentimiento en las personas; Lo mismo le había sucedido a su madre, a su abuela y a su bisabuela, Generaciones de brujas que cosecharan admiración y repudio en los que las rodeaban. Amatista Barreda era una bruja, en efecto, y no lo negaba. Se dedicaba a los hechizos de amor y a la premonición de buenos y malos augurios.
-Tu hija va a ser una mujercita - le dijo Camomila, su madre, al enterarse del estado de su hija.
-¿Cómo puedes saberlo, si no tengo más que un mes de embarazo?
-Es el destino de las brujas: Vivir solas y parir mujeres. Tú no elegiste ser quién eres ahora. Y tu niña, ella también será una bruja como tu, como yo. Pertenecemos a una raza de mujeres malditas, hijas de padre desconocido.
-Se llamara Rosamaría.
La muchacha era la primera a no llevar los apellidos Barreda Barreda. Amatista quiso que su hija tuviese el apellido de su padre, aunque se tratase de un marino que no mostrara interés alguno en conocer a la pequeña. Se llamó Rosamaría Berditchevsky Barreda, rompiendo una tradición maldita durante generaciones. A veces creía que ella no seguiría los pasos que las demás Barreda, logrando llevar una vida normal al lado de un hombre. Pero ya le había dicho su madre que “Bruja se nace, no se hace”, y si el destino de Rosamaría era ser una bruja, así tendría que ser.
Rosamaría era un tanto descuidada con su aspecto físico: regordeta y desgarbada, cabellos rubios constantemente despeinados, siempre vestida con trapos viejos y rasgados.. Creció siendo una muchachita apartada y poco sociable, sin más amistad que la de Marcilanda Lisondo, tan poco agraciada como ella.
Amatista ya había intentado conjuros y pócimas para curar a su hija, pero ninguna había surtido efecto -y eso que rara vez sus hechizos no daban resultado. Convencida de que era el destino de Rosamaría el ser una muchacha poco atractiva, terminó por rendirse y dejar a su hija en paz. Creía firmemente que las generaciones de mujeres Barreda que la protegían; las hijas de brujas siempre están acompañadas, ya sea por ángeles o por demonios...
Amatista estaba sentada sobre una roca a orillas del río; no se vería con hombre alguno esa noche, por lo que podía tomarse todo el tiempo para observar el valle de Resignación. Nada le gustaba más que estar en aquél lugar horas y horas, por eso decidiera erguir su casa a orillas de aquella quebrada.
El crujido de una rama la sacó de súbito de su contemplación. Alguien estaba muy cerca de ella. Pensó que se trataba de alguno de sus amantes, pero para su sorpresa se encontró con la severa figura de Sagrario De Ayala, la esposa de Amado Garagaitía. llevaba puesta una larga saya negra, y una blusa del mismo color que le cubría hasta el cuello.
-Sabía que te iba a encontrar aquí -le dijo, llevándose las manos a la cintura en tono desafiante.
-¿Qué desea, señora?
-Ya lo sé todo, vagabunda -le interrumpió la otra, acercándose más - sé que has estado durmiendo durante mucho tiempo con mi marido ¡De seguro lo embrujaste con tus hechizos para arrastrarlo a tu pieza, Demonio con faldas!
-Tu marido buscó en otra parte lo que no encontraba en su casa.
-¡Cállate la boca, asquerosa! No voy a permitir que sigas sembrando el mal en este pueblo de gente decente.- ¡Voy a dar cabo de ti, artera!
La mujer de Garagaitía se lanzó sobre su contrincante con fiereza, derribándola al suelo. Ambas mujeres se trenzaron en una feroz pelea bajo la luz de la luna, abofeteándose violentamente mientras rodaban por el suelo. Los chillidos de ambas atrajeron la atención de los que estaban por las cercanías, por lo que la pelea pronto encontró una considerable cantidad de espectadores. Cuando ambas ya estaban sangrando, dos campesinos decidieron que era suficiente y apartaron a las mujeres.
-¡Cochina, traidora, asquerosa! ¡Voy a hacer que te expulsen de este pueblo! ¡Te lo juro!...
Amatista recibió en silencio los insultos de la otra mujer; se puso de pie y se dirigió a casa sin emitir palabra. A lo lejos, divisó a su hija contemplando todo el escándalo desde la ventana de su pieza, con los ojos humedecidos....
No se comentaba otra cosa excepto la pelea al día siguiente. En las calles, en el almacén, en la peluquería, en las plantaciones. El colegio no sería una excepción, y Rosamaría lo sabía muy bien,.
“Tu madre es una perdida que se revuelca en el suelo como una bestia salvaje” decía un papel anónimo sobre su pupitre. Rosamaría miró a su alrededor y se percató de que todos sus compañeros la observaban atentos, con miradas burlescas, especialmente Selva Garagaitía, hija de Amado y Sagrario.
-¿Quién escribió esto? -preguntó con indignación la muchacha- ¿Quién dejó este anónimo en mi mesa?
Selva, muchacha sensual y desinhibida, se acercó desafiantemente a la hija de Amatista y, mirándola fijamente a los ojos, le contestó:
-Fui yo, gorda sebosa ¿me vas a decir que acaso es mentira?....
Selva era la más deseada de las jovencitas que asistían a la escuela rural. A pesar de tener solamente 13 años, su cuerpo ya tenía formas de mujer muy bien delineadas, y si bien sus rasgos toscos no la hacían hermosa, estaba tan convencida de su aractivo que terminaba por serlo. Jamás le había simpatizado Rosamaría, solía mofarse de ella a sus espaldas junto a sus amigas, pero no la consideraba una enemiga. Sin embargo, luego de enterarse de que su padre andaba en amoríos con la bruja Barreda, volcó toda su rabia hacia la muchacha.
-Tu madre es una mujerzuela barata -prosiguió Selva, alzando el tono de la voz para llamar la atención de los demás- y mi madre debió haberle pegado más. ¡Hija de Puta!
Como un acto reflejo, Rosamaría abofeteó a Selva Garagaitía en el rostro. De este modo, las hijas de ambas mujeres repitieron en la sala de clases el espectáculo de la noche anterior: Selva se lanzó sobre su oponente y las dos se dieron a rodar por el suelo, entre tirones de pelo y gritos histéricos. Placeres Araya, prima y mejor amiga de Selva, terminó la gresca arrojando un balde de lodo sobre la obesa muchacha, dejándola embarrada en medio de la sala de clases, entre las risas de todos los presentes.
-Tu vida será un infierno de ahora en adelante, chancha grasosa -fue la amenaza final de Selva, quien luego se retiró con la frente en alto y el ceño fruncido.
La única que se quedó junto a la embarrada joven fue Marcilanda. Y es que, a su pesar, era ella la única amiga que Rosamaría tenía en aquél pueblo, una muchacha delgada, con el rostro cuadrado, nariz larga y ojos muy juntos, los que ocultaba tras gruesos anteojos bifocales. A Rosamaría le desagradaba tenerla por amiga; estaba convencida de que merecía lo mejor, y Marcilanda no estaba en ese grupo.
-Te llevaré a tu casa -le dijo la cuatrojos (que así le apodaron sus compañeros)- tienes que quitarte ese barro.
-No quiero ir a casa. No quiero ir a ningún lugar. Me quiero ir de aquí....
-No digas eso, Rosamaría, no digas eso....
-¿Te fijaste si él estaba mirando?....
-¿Él? ¿Él quién?
-¡Tú sabes de quién estoy hablando! ¡De Denver! ¿Quién más podría importarme? ¿Viste si él estaba mirando cuando esos me humillaron de esa manera....?
-Sí, él estaba mirando....-le contestó, bajando la mirada.
-¡Ahora sí que él nunca se va a fijar en mí!....
Muchas personas solían acudir a casa de Amatista en busca de pócimas y embrujos, para sacarse males de ojo, para rogar por lluvia o para conquistar al ser amado. Sin embargo, por primera vez en años, aquél día nadie fue a consultarla. Sagrario era admirada por todas las mujeres de Resignación, y por tanto la tenían por líder. Si bien no era tanto el poder económico de la familia Garagaitía -el campo no era tan grande y las vacas no daban tanta leche- era el suficiente como para impresionar a los habitantes del pueblo.
De pronto dos golpes cortos sobre la puerta le hicieron reconocer la forma que tenía Amado Garagaitía de identificarse. Se mojó el rostro brevemente, y acudió al llamado.
-No pensé que volvería a verte tan pronto -le dijo la mujer.
-Tengo que hablar contigo, Amatista. Sagrario ya lo sabe todo. Su hermana, Desposoria, me vio venir aquí y se lo contó todo...
-No me digas…¡Menos mal que viniste a avisarme a tiempo!
-....no podré seguir viéndote, Amatista. Ya no.
La mujer se dio vuelta de súbito. Apretó los labios y forzó sus músculos para no expresar emoción alguna.
-Me pareció haberte oído decir que me amabas el otro dia -le dijo ella al fin.
-No lo tomes así, por favor. Debes entenderme, Amatista. Se trata de mi esposa. Sagrario no me ha dirigido la palabra desde ayer, y creo que me va a costar mucho que me perdone. Ya no podremos mantener nuestra relación en secreto ahora que todos saben lo que existe entre nosotros. Mi deber es lograr el perdón de mi mujer.
-Una mujer que no te ama....
-Pero que es mi esposa y la madre de mi hija.
-Sagrario es una bestia ¿no supiste acaso como me trató ella?
-Debes entenderla, Amatista. Ponte en su lugar, piensa en la humillación que está pasando. Todo el pueblo se ha enterado..
-Fue ella quien así lo quiso. Si no quería ser humillada debió solucionar las cosas en silencio, como lo hacen las personas civilizadas. Tu mujer dice ser muy santurrona y beata, pero sus intenciones son muy diferentes a sus palabras.
-Lo siento, Amatista...
-No te preocupes, Amado -le respondió ella dándole las espaldas- ya estoy acostumbrada a esto. Es mi destino. Es el destino de toda bruja. Yo nací para ser una mujer sola, sin hombres. Puedes irte tranquilo.....
La mujer dijo esta última frase con un nudo en la garganta. Sabía que sería muy difícil volver a encontrar a otro hombre que la hiciese temblar como él.
-¿De veras no te importa que no nos veamos más?
-¿Y qué ganaría? De todos modos te vas a ir. Volverás con esa mujer odiosa. Lo mejor será que te marches de una vez.
Amado emprendió retirada con la cabeza baja. No quiso mirar atrás para una despedida.
II
Sentadas sobre el amplio sofá de la casa de los Garagaitía, Desposoria y Misericordia observaban a su hermana mayor dar vueltas por la sala hecha un energúmeno. A ratos empinaba las manos hacia el cielo y maldecía a Amatista Barreda
-Olvida esa mujer de una vez -le decía con serenidad Misericordia, la que le seguía en edad.
-Para ti es fácil decirlo ¿no? Como no eres tú la que está en boca de todo el pueblo.
Misericordia De Ayala se parecía físicamente a su hermana mayor, pero sus rasgos eran más dóciles. Ambas fueron muy bellas en su juventud, pero solamente Misericordia había logrado retener algo de ello con el paso del tiempo. Desposoria, la menor de las tres, en cambio no había heredado ni la belleza de su madre ni la inteligencia de su padre. Sus ojos estaban demasiado salidos, su nariz era larga y chueca, su voz, en extremo chillona. Tenía 35 años y aún no se casaba, lo que la obligaba a vivir en casa de Sagrario.
-Esa mujer merece un castigo -decía Desposoria con su voz nasal- ¡Tú eres la mujer más poderosa de este pueblo, debes expulsarla de aquí!
-Yo creo que en vez de preocuparte tanto de ella deberías preocuparte más por tu marido -opinaba Misericordia con serenidad,.
-No seas insensata -replicó Sagrario- es esa inmoral la principal culpable de todo. Es ella quien induce al pecado usando esos vestidos ajustados y esos escotes reveladores. ¡Bruja! ¡Arpía!
-¡Venenosa! ¡Casquivana! ¡Quién sabe cuánto tiempo lleva ésa revolcándose con tu marido! -proseguía Desposoria.
-¡Ya no le eches más leña al fuego! ¿no ves que nuestra hermana está hecha un atado de nervios? ¡Esto es toda tu culpa, Desposoria, por ir corriendo con el chisme. Si hubieses hablado primero con Amado, para que solucionase las cosas por las buenas, todo habría sido diferente!
-¡Era eso lo que me faltaba! ¡Una ayuda y al final termina como la mala de la película! Si no es por mi, ese desgraciado de Amado habría engañado a nuestra hermana para siempre con esa cochina. Lo que voy a hacer es ir a hablar con el padre Zorovando para que expulse a esa yegua de Resignación para siempre.
-Eso, que se vaya esa mugrienta asquerosa.
-No creo que el Padre Zorovando acepte expulsar a nadie. Tú debes perdonar a esa mujer por lo que te hizo, Sagrario, es tu deber de cristiana.
-Mi deber de cristiana es combatir al demonio en donde aparezca. Ahora se ha presentado en Resignación bajo el nombre de Amatista Barreda ¡Y juro por Dios que no voy a descansar hasta que esa piraña no sea expulsada de este lugar!
Zorovando Larrosa llevaba más de 30 años como párroco de Resignación. La capilla era algo grande para la reducida población del lugar, pero eso, lejos de incomodar a los habitantes, era más bien motivo de orgullo; una construcción de piedras y ladrillos, resplandecientemente bien mantenida, pintada de blanco tanto al interior como al exterior.
Sagrario ingresó furiosa a la capilla, agitando los brazos.
-Padre, necesito hablar con usted.
-¿Se trata de tu marido, hija mía?
-Más o menos. Se trata de la Maligna de Amatista Barreda. Usted debe hacer algo, expulsar a esa servidora del mal de Resignación.
-¿Expulsarla? yo no puedo hacer eso. No tengo ese poder.
-Claro que lo tiene, Padre. Usted es la cabeza de la iglesia en este pueblo, o sea, la palabra de Dios. Si usted dice que esa maldita debe irse, entonces ella se irá.
-Sagrario. Yo no puedo ni quiero expulsar a nadie. Es cierto que Amatista se ha equivocado, pero el destierro no es la respuesta a esas faltas.
-¡Ella está poseída por el demonio! Esa mujer ha hecho un pacto con Satanás para embrujar a todos los hombres de este pueblo, para llevárselos a la cama.
-Hija mía, la acusación que estás haciendo es muy grave. ¿Tienes acaso alguna prueba que respalde lo que estás diciendo?
-¿Y acaso son necesarias más pruebas que las que todos hemos visto? Esa mujer no sólo se dedica a dormir con maridos ajenos, sino que hace brujerías. ¡La quiero fuera de este pueblo!
-Pues yo no puedo hacer lo que tú me pides. Si quieres podemos rezar por el alma de esa mujer, para que Dios se apiade de su alma...
-¿Pero de qué le sirve ser cura si no ejerce como tal? -lo interrumpió abruptamente la mujer- ¿Para qué se hizo sacerdote si no va a aprovechar el poder que ello le confiere?
-¡Santamaríadelniñojesús, Sagrario! - exclamó atónito Zorovando, dando un pie atrás- Yo no me hice sacerdote para tener poder, estás muy equivocada.
-¡Entonces permítame decirle que es usted un tonto, Padre Zorovando, y no se ofenda con lo que le digo. Por lo que veo usted no va a poder ayudarme, así que será mejor que me vaya. Pero déjeme decirle una cosa: Dios nos envió como soldados santos a esta tierra a combatir el mal de frente y a punta de espadas, y no a escondernos dentro de las iglesias a rezar por nuestros enemigos. ¡Y yo, como leal guerrera que soy, voy a combatir al demonio con mis propias armas!
-¿Qué vas a hacer, Sagrario?...
-A expulsar el mal, Padre. A expulsar el mal.
Selva había quedado muy afectada por el problema de sus padres, pues veía herido su orgullo de líder con el bochornoso incidente que afectaba a su familia.
Fue por ello que decidió desquitarse con Rosamaría. Era su manera de reivindicarse ante los ojos de sus amigos. No le bastó con pegarle y humillarla públicamente. Quería verla destruida.
Placeres Araya la ayudó a urdir el plan. Observadora como era, fue la primera en percatarse del amor platónico que sentía Rosamaría por Denver Soto. Y esa información era exactamente lo que necesitaba Selva para su venganza.
Un paseo de curso por el fin de semana: ése sería el escenario para el ajuste de cuentas de Selva: quería elevar el ego de Rosamaría al cielo para luego hacerlo caer hasta el suelo.
Cuando se iniciaron los preparativos para el paseo, la hija de Amatista se mostró reticente a participar; rechazada como había sido por todos sus compañeros, no tenía ánimos de paseos. Sin embargo, Selva tenía la manera de lograr que su enemiga cambiase de idea.
Almablanca Araya, hermana menor de Placeres y prima de Selva, era la muchacha más admirada y querida del pueblo, dueña de hermosos ojos verdes y angelical sonrisa. No había quién no se encantara con la hija de Misericordia De Ayala.
Selva acudió a su prima menor para que convenciera a Rosamaría de asistir al paseo al cerro que harían por el fin de semana, ocultándole sus intenciones de lastimar a su rival
-A mi me da mucha lástima que Rosamaría no vaya al paseo por lo que le dije la otra vez, Almita. Sé que fui dura con ella, que me excedí en mis reacciones, pero es que estaba tan herida....Ahora estoy muy arrepentida por todo lo que le he hecho Por eso quería pedirte que convencieras a Rosamaría para que vaya a nuestro paseo, junto a ésa su amiguita, Marci algo.
-¿Y por qué no vas a hablar tú con ella, Selva? Tal vez le haría bien a tu corazón hacer las paces con Rosamaría.
-Tú eres la más indicada, Almablanca. Tú eres más dócil, más suave, más amable. A ti te escuchará. Todos te escuchan, primita.
Halagada y motivada por hacer una buena acción, Almablanca fue a hablar con Rosamaría Berditchevsky, quien no dudó en aceptar la propuesta de su compañera. Siempre había deseado ser amiga de Almablanca. Le comunicó a Marcilanda que asistirían al paseo y fue a preparar su maleta.
El día del paseo llegó al fin, y todos los alumnos del sexto grado se reunieron para marchar rumbo al cerro en donde acamparían una noche. Rosamaría compareció excitada, y no se despegó del lado de Almablanca durante todo el trayecto, ignorando por completo a Marcilanda.
-Tu hermana ha ido conversando con la guatona ésa todo el camino -le hizo ver Selva a Placeres, con una mueca despreciativa en el rostro - Tú no crees que ellas se estén haciendo amigas ¿no?
-Es muy probable -le respondió Placeres- mi hermana es tan irritantemente buena que es capaz de amistarse con esa gorda sólo por lástima.
-Tanto mejor. Así todo le resultará más doloroso a la bruja ésa...
Y es que Selva sabía algo que casi nadie más sabía: Denver Soto planeaba declararse a Almablanca durante el paseo. Él estaba interesado en la muchacha desde hacía tiempo, y ésa era la ocasión para formalizar la primera relación amorosa de su vida.
El diálogo entre Almablanca y Rosamaría fue fluido y agradable; hablaron de todo: de comida, de colores, de aromas, de familias. Al llegar a la cima del cerro, podría decirse que ambas eran amigas -no íntimas ni confidentes, pero amigas. Marcilanda, a su vez, debió resignarse a oír una conversación ajena a ella durante todo el trayecto, en la que no fue incluida en ni una sola ocasión.
Mientras los demás se dedicaban a armar las carpas, Marcilanda se acercó a Rosamaría:
-Por favor, no me dejes más sola. Nadie me da bola en este grupo.
-Tal vez sea hora de que comiences a abrirte un poco, Marcilanda -le respondió la otra, con cierto paternalismo- has estado siempre escondida detrás de mis espaldas. ¡Reacciona, mujer, empieza a ser más sociable!
-No es que yo no quiera ser más sociable, Rosa.....¡Pero mírame! ¡Soy fea! ¡Nadie quiere ser mi amigo!
-De veras me gustaría seguir conversando contigo, pero quedé de armar mi carpa con Almablanca. Nos vemos más rato.
-¿Vas a dormir en la carpa de Almablanca? ¿Y yo, qué hago? Nadie va a querer aceptarme en su carpa....
-Bueno, será una buena ocasión para que te hagas nuevos amigos, Marcilanda....¡Nos vemos!
-Pero, Rosamaría....
La otra no la escuchó; en verdad, tampoco le interesaba hacerlo. Marcilanda se dio cuenta de que no tenía nada que hacer en aquél lugar. Tomó sus cosas y silenciosamente emprendió el camino de regreso al pueblo, sin despedirse de sus compañeros.
Selva había convencido a Denver Soto para que le siguiera el juego. Le coquetearía a Rosamaría lo suficiente como para entusiasmarla y hacerla creer que él estaba interesado en ella. Y así lo hizo durante todo el día. Empezó con miradas furtivas, las que hacían sonrojar a la joven, para luego dar paso a las palabras simpáticas y a las caricias breves. El muchacho encontraba muy divertido el juego, y también sentía antipatía por Rosamaría Berditchevsky, por el mero hecho de ser ésta fea. Encontraba que aquella era una excelente forma de ponerla en su lugar. Al fin y al cabo ¿Cómo podía ocurrírsele a esa pobre diabla fijarse en él, el más guapo del colegio?
Rosamaría se entusiasmó con los flirteos de Denver, y ahora que Almablanca era ya su mejor amiga, no tendría que recurrir más a la aburrida de Marcilanda. Aquel paseo se perfilaba como lo mejor que le había ocurrido jamás, y todo el incidente relacionado con su madre parecía quedar en el olvido.
Al llegar la noche, todos los chicos se reunieron a cantar en torno a una fogata; Rosamaría se ubicó al lado de su nueva amiga. Si bien a Almablanca no parecía molestarle su compañía, no dudó en abandonarla cuando Denver Soto vino a susurrarle algo al oído Rosamaría, algo desconcertada, observó como el muchacho de sus sueños tomaba a su nueva mejor amiga para llevarla a un rincón oscuro. No pudo ocultar su decepción.
Pasaban los minutos y la pareja no regresaba. Rosamaría ya no podía poner atención en los cantos; lo único que le preocupaba era que Denver y Almablanca estaban en algún rincón oscuro, haciendo tal vez qué cosas. Dominada por su curiosidad, la joven se alejó del grupo y comenzó a recorrer cautelosamente los alrededores. No tardó en encontrarse con lo que más temía ver: Denver y Almablanca abrazados bajo un árbol, besándose con inusual pasión para su edad. Una nueva pareja se había formado aquella noche.
Los ojos de Rosamaría se llenaron de lágrimas. No quería que nadie la viera llorar, así que corrió a refugiarse entre los arbustos. Sabía que no debía lastimarle tanto, pues todas sus ilusiones se habían formado aquél mismo día. Sin embargo, todo aquello le destruía el orgullo.
Selva se percató de lo que sucedía, y miró con satisfactoria malicia a Placeres. Ahora Rosamaría estaba vulnerable y desprotegida. Era el momento ideal para su venganza final. Entre ambas se acercaron a la pobre muchacha y, con brutalidad y violencia, le rasgaron las ropas, dejándola en ropa interior frente a todos sus compañeros de curso.
-¡Vean a la chancha en pelotas! -gritaba Selva, apuntándola con el dedo- ¡Miren esos rollos, esa guata, esa piel asquerosa!
-¡Gorda sebosa, si eres bruja porqué no te haces un hechizo para quitarte lo guatona y fea! - decía Placeres a su vez. La carcajada era general. Lo que más le hirió: Almablanca y Denver se reían de ella junto a los demás.
Los ojos de Rosamaría se llenaron de lágrimas. De rabia. De pena. De odio. Salió corriendo como una loca, aullando y tapándose los oídos para no seguir oyendo las risotadas de todos. Bajó el cerro en plena noche, dándose golpes contra las ramas, rasmillándose con los arbustos, tropezando con las piedras.
Llegó a casa de madrugada, semidesnuda, sangrando. Su madre ya dormía. Se largó a llorar sin detenerse más. Estaba sola. Sin Denver, sin Almablanca, y sin Marcilanda. No quería volver a la escuela nunca más..
Al día siguiente le contó lo sucedido a su madre, la que se ofendió sobremanera. Pensó en ir a pedirle explicaciones a la familia Garagaitía. Sin embargo, al intentar salir de su casa, se encontró con una muchedumbre abocada en las puertas de su casa, furiosa e indignada, quiénes empezaron a arrojarles piedras.
Sin entender absolutamente nada, la mujer se refugió en su casa, cubriéndose de los peñascazos que rompían sus ventanas. Rosamaría corrió a abrazar a su madre, para protegerse una a otra.
El motivo del ataque era obra de Sagrario De Ayala; la mujer acudió a la capilla durante la noche y robó las limosnas, rompió los santos, tiró basura dentro de la iglesia, y sobre las paredes, pintó: “Nadie se mete con la bruja Amatista”. Al día siguiente fue la primera en mostrarse indignada con la mujer, instigando al resto de los habitantes de Resignación a expulsar a la bruja del pueblo.
El padre Zorovando fue el único que mantuvo la serenidad durante el acto, así que, alzando su debilitada voz, intentó calmar a la turba. Logró silenciarlos un momento para ir a hablar con Amatista.
La mujer dejó al sacerdote entrar raudamente, con miedo a que el gentío volviese a agitarse e intentase entrar a la fuerza..
-Yo no he hecho nada, padre. Quienquiera que haya escrito esas cosas en las paredes deseaba inculparme....¡le juro que no fui!
Zorovando Larrosa no era tonto, y sabía notar cuando una persona mentía o no. Y estaba seguro de que Amatista Barreda decía la verdad.
-No te preocupes, Amatista. Yo la voy a ayudar....
El padre se paró en la puerta de la mujer y la defendió en voz alta, para que todos lo oyeran: “Amatista es inocente”.
Indignada, Sagrario se largó a chillar:
-¡Esa bruja no sólo nos ha engañado a nosotros, también ha engañado al pobre del padre Zorovando.¡No merece seguir aquí! Si no se va por las buenas, que se vaya por las malas ¡Prendan llamas a su casa, para que aprenda a no meterse con Dios!
-Sagrario, no por favor - intentaba disuadirla Larrosa.
-No se meta, padre. Por lo que veo ella lo hechizó a usted también....
La muchedumbre, enardecida, empezó a tomar antorchas y galones de bencina; rodearon la casa con el combustible y le prendieron fuego. Aterradas, las dos mujeres no alcanzaron más que tomar algunas de sus pertenencias básicas para sacarlas de la casa.
Al ver a las Barreda en medio de la calle, Sagrario y sus seguidores salieron a su encuentro, cargando sus manos con piedras que les arrojaban con fiereza.
-¡Fuera de aquí, bastardas! ¡Nadie las quiere en este pueblo, pecadoras!
Amatista divisó entre la multitud a Amado Garagaitía; no le importaba que estuviese todo el pueblo, pero verlo a él ahí,, en medio de sus enemigos, en medio de los que querían expulsarla de Resignación para siempre, fue lo último que ella hubiese esperado. Sacando fuerzas de la rabia que empezaba a acumular, se dio media vuelta e, imponiéndose entre los peñascazos que le llegaban, gritó en voz alta, para que todo el mundo la escuchase:
-¡Está bien! ¡Ustedes ganaron! ¡Me voy de este pueblo Miserable!.....¡Pero no crean que esto no les va a costar nada!....¡Nadie daña a una bruja y sale inmune!....
En ese momento, miró al cielo. Un eclipse empezaba a tomar lugar, tapando el sol lentamente, volviendo el día en noche de un momento a otro. Se creó un ambiente siniestro y sobrecogedor, que por un instante acobardó a los habitantes del Resignación. Alzando aún más la voz, Amatista prosiguió:
-¿Ven el cielo cubriéndose? Pues ésa es la señal de la maldición que les voy a echar...¡Cuando el sol vuelva a ser tapado, esta inmundo pueblo, y todos los que hayan nacido en estas tierras, encontrarán una horrible muerte....¡Todos ustedes morirán al producirse el próximo eclipse!
Tomó a Rosamaría de la mano y corrió hacia las afueras de Resignación, emitiendo sonoras carcajadas. Sabía que su hechizo sería imposible de ser cumplido, pero también sabía que los habitantes del pueblo eran lo bastante crédulos como para dar crédito a la insólita maldición.
Efectivamente, luego de las palabras de Amatista, nadie se atrevió a tirar una sola piedra más; jamás la habían visto a una bruja tan enojada. Corrieron a sus hogares, arrepentidos por haberse enfrentado a la mujer. Desde ese día todos en Resignación estarían atentos al sol, temiendo el día en que éste se volviese oscuro.....
III
Rosamaría cumplía 27 años ese día. Ya no era la muchachota regordeta y sin gracia que fuera durante su adolescencia; luego de que llegara a Santiago, su vida y figura habían cambiado radicalmente.
Siempre se había preguntado porqué su difunta madre se obstinara tanto en radicarse en la capital. Una hechicera no tiene magia si está inmersa entre grandes edificios y avenidas atestadas. La habían pasado mal durante esos años; no tenían dinero ni oficio para valerse por si mismas. Amatista se las arreglaba sacando la suerte a mujeres del barrio alto, y Rosamaría apenas pudo terminar la enseñanza media.
Amatista Barreda falleció luego de vivir 7 años en Santiago, víctima de un cáncer intestinal generalizado. A pesar de que intentó convencer a los capitalinos de que era una verdadera bruja, jamás logró traspasar la magia de antaño. Aún en su lecho de muerte se preguntaba si los pueblerinos continuaban a temer su maldición.
Una vez fallecida su madre, Rosamaría debió rebuscárselas para poder sobrevivir. Trabajó como mesera, cajera y vendedora. Así conoció al que sería su marido, Enrique, el dueño del almacén que la contratara, un hombre 15 años mayor que ella. Aunque Rosamaría no sentía nada por él, se casó de todos modos,
Enrique nunca había gozado de buena salud y alcanzó a durar dos años como marido de la hechicera. Ella no le quería, pero le estaba muy agradecida por haberla sacado de la pobreza, así que le brindaba largas y acaloradas sesiones de sexo, cosa que el hombre, regordete y fuera de forma, incentivaba a pesar de quedar siempre extenuado. Un día el corazón simplemente no le respondió. Y Como no tuvieron hijos, Rosamaría fue la única heredera de la mediana fortuna de Enrique. Ese dinero, más lo del almacén, le permitió un buen pasar desde entonces.
Rosamaría Berditchevsky jamás había perdonado al pueblo de Resignación por lo que le habían hecho, a ella y a su madre. No iba a estar tranquila hasta el día en que ajustara cuentas con las personas que las habían expulsado del pueblo. Fue por eso que decidió regresar.
No podía regresar con las manos vacías. Debía encargarse de vengar la memoria de su madre de algún modo. Por ello, hizo uso de la maldición que su madre pregonara el día en que las expulsaran; apenas supo que un eclipse estaba pronosticado para la zona, decidió esperar hasta que ese momento llegara, y completar así un triunfal regreso.
Así siendo, se dedicó a revivir las viejas tradiciones de su familia, estudiando las antiguas artes en las que su madre fuera experta. Nunca había sido una bruja, pero podía jugar a serlo. Sabía muy bien qué debía hacer para devolverle la mano a los que le habían hecho mal.
Se miró al espejo y contempló la figura que había trabajado durante todos esos años: esbelta, rubia, graciosa. Nadie podría siquiera sospechar que era la hija de la bruja.
Tomó el bus rumbo a Resignación, cargada con un par de maletas y la billetera llena; estaba dispuesta a gastar todo lo que tenía.
Estaban a dos semanas del eclipse.
IV
La exótica mujer que se bajó en la parada de buses no dejó de llamar la atención de los presentes; vestía ropas de colores, llenas de dibujos negros y rosados, en tonalidades muy llamativas. Cargaba dos maletas muy grandes.
-Buenas tardes ¿Podrían decirme donde encontrar alojamiento, por favor?
Rosamaría reconoció de inmediato a Desposoria de Ayala entre el gentío; la hermana de Sagrario seguía tan poco agraciada como antes, sólo un poco más avejentada. Se preguntó si seguiría soltera.
-Mi hermana arrienda piezas, señorita forastera -le dijo ella, dando un paso adelante de las personas - se llama Misericordia ¿le doy su dirección?
Por un instante quiso decirle que sabía muy bien donde quedaba la casa de la viuda de Araya, pero se contuvo. Anotó las indicaciones en un papelillo arrugado que llevaba en su bolsillo y se adentró al pueblo.
Resignación se hallaba tal y como lo había dejado; un pueblo muerto que ya no gestaba vida; Pasó por el lugar en donde otrora se ubicara su hogar, y encontró una construcción de madera edificada sobre el terreno, también parecía estar abandonado.
Misericordia De Ayala se mantenía como la recordaba. Aunque fuera la hermana de Sagrario, le producía un dejo de simpatía. La mujer recibió cálidamente a Rosamaría, pensando que se trataba de una extraña. No se dejó impresionar por la inusual vestimenta que traía, pero sí por su deslumbrante belleza.
La acompañó hasta la que sería su habitación, en el segundo piso. Notó que la pieza de al lado pertenecía a Placeres Araya.
-Mi hija sigue viviendo conmigo. Ya ve, a su edad, aún no se ha casado. Creo que se quedó esperando a su príncipe azul....
Placeres, algo entradita en kilos, con sus rasgos toscos más acentuados, salió para interrumpir la conversa.
-Mamá, hasta cuando ventilas mi vida privada con desconocidos –y dirigiéndole una mirada a Rosamaría, le extendió la mano- bienvenida a Resignación.
-Gracias.
-¿Podría preguntarle que la trae a este pueblo? Acá no solemos tener muchas visitas.
Rosamaria dibujó una leve sonrisa de satisfacción, casi imperceptible, y luego dirigió la mirada al horizonte, ensayando su mejor expresión de sabiduría ancestral:
-Vine a ayudarles. –pronunció con lentitud - Vine a advertirles.
-¿A advertirnos? -preguntó la viuda, algo asustada-¿a advertirnos de qué?
-Yo soy una mujer con un gran don. He sido dotada de poderes extra sensoriales. Soy, como podría vulgarmente decir, una bruja.
Los rostros de ambas mujeres palidecieron de pronto.
-Pero no se preocupen. Soy una bruja buena. Me dedico a la magia blanca.
-¿Porqué dijo que vino a advertirnos?
-He tenido horribles presagios acerca de este pueblo. Sueños horrendos sobre el destino de este lugar. Es como si......es como si una maldición reinase sobre Resignación...
Los ojos de Misericordia se llenaron de espanto; se persignó aprisa y empezó a rezar.
-No le haga caso a mi madre -le dijo Placeres- ella es muy miedosa. Teme a una boba leyenda que se forjó hace algunos años aquí....
-Pues hace bien. No se han de despreciar los designios de Dios. Yo vengo a ayudarlos en esto. Ahora, si me permiten, me gustaría descansar un momento. Vengo exhausta. Ya habrá tiempo para hablar.....
-Perdón, señorita....¿cuál es su nombre?
-Salomé. Salomé Calamira.
Rosamaría entró a su habitación y desempacó su equipaje; entre sus pertenencias, su más valioso tesoro: un libro de pócimas, hechizos y conjuros que perteneciera a Amatista Barreda, nunca usado hasta entonces......
Misericordia se reunió ese mismo día con sus hermanas para contarle acerca de la forastera y sus presagios; y aunque Sagrario no le hizo mayor caso, Desposoria se aterrorizó de tal modo que en menos de dos horas todo el pueblo estaba enterado de que una nueva bruja había llegado junto a terribles noticias. No tardaron en aparecer los rumores acerca de Salomé Calamira.
-¿Y cómo saber si no es esa mujer la que nos ha traído la maldición? -decían unos.
-¿Y si ella es una bruja de magia negra? -se preguntaban otros.
-¿Y si ella vino a matarnos?...
El temor y respeto que Salomé despertaba le permitió a Rosamaría recorrer el pueblo en paz, contando con la distancia de todos. De ese modo, pudo ver con sus propios ojos cómo habían evolucionado las vidas de las personas con las cuales creciera. La primera persona que reconoció fue a Selva Garagaitía; la divisó comprando en el almacén de Tranquilino. Estaba más gorda, su cabello más rubio, casi blanco, sus facciones más toscas. La siguió hasta su casa, y se percató de que vivía en una de las pocas construcciones nuevas de la aldea, con la pintura a medio caer y hoyos en las paredes. En su interior la esperaba Herminio Gutiérrez, quien supuso que ahora era su marido.
Se dirigió luego a la que fuera la casa de Marcilanda Lisondo. La espió de lejos y de pronto la vio salir de casa; estaba tal y cómo la dejara: delgada, con el cabello aplastado y la nariz larga. Sintió rabia de si misma al recordar como había mirado en menos ala única amiga que tenía en aquel lugar.
Para finalizar el día caminó hasta la casa de los Garagaitía; quería ver aquél matrimonio que atormentara sus recuerdos por tantos años. Se instaló tras un árbol del camino de tierra, intentando observar ventana adentro. Divisó la silueta de Sagrario, pero no pudo verle la cara. Deseaba mirarla a los ojos para ver si no la reconocía. Sin embargo, no quería presentarse ante ella. Se dio por vencida y regresó a la pensión
VU
Misericordia fue la primera en sonsacarle el gran secreto que Salomé Calamira traía a Resignación. Mucho se había especulado en torno a la revelación de la forastera, y teniéndola en la casa, no podría cesar en sus intentos.
-Tenga piedad, Srta. Salomé. Usted me dijo que venía a advertirnos de algo terrible...¿de qué se trata?
-Bueno, doña Misericordia, no había dicho nada aún poque no enceuntro las palabras adecuadas para decirles lo que les vine a decir… por tanto, lo dié y ya, y le pdio discreción y sensatez al interpretar mis palabras…no he venido a sembrar el pánico sino a tratar de ayudarles..
-Me está dejando usted nerviosa….
-Lo siento
-Dígame de una vez…¿alguien va a morir?
-No lo sé, Misericordia. No sé cuales serán las consecuencias de esta maldición..
-¿Maldición?
-Si, maldición…es eso lo que he visto….Una maldición sobre quienes han nacido en esta tierra. Una maldición realizada por una bruja, devastadora, de la cual nadie podrá huir !....
-¡Cristo me salve y me ampare! ¿Acaso será la maldición del eclipse?....
Rosamaría, fingió ignorancia y desinterés:
-¿De qué maldición me está hablando? ¿Acaso hay algo en este pueblo que yo ignore?....
-Ay, mijita linda, es algo que pasó hace mucho tiempo. Aunque todos dicen haberlo olvidado, nos aterra. Cada vez que el día empieza a nublarse, corremos desesperados a escondernos a nuestras casas, a rezar para que no sea el día que la bruja Amatista presagió....
-¿Bruja Amatista?....
-Fue hace mucho tiempo, no sé cuántos, más de diez. Vivía en Resignación una mujer llamada Amatista Barreda. Ella tenía una hija, y su casa estaba al lado del camino, donde ahora vive Decimosegundo Paredes. Era una bruja, así como usted, mija. Se dedicaba a hacer embrujos de amor, pociones mágicas y cosas así. Pero un día tuvo un enfrentamiento grande con todo el pueblo; La iglesia fue saqueada y en todas las paredes aparecía su nombre pintado….Incendiaron su casa y la expulsaron del pueblo a piedrazos. Antes de marcharse, lanzó la maldición contra Resignación.....
-....La muerte de cada uno para el día en que el sol sea cubierto por la luna....
-¿Cómo lo supo? -preguntó la otra espantada.
-Acabo de oírlo..¡Que lo han susurrado a mi oído en este mismo instante!
-¿Aquí? ¿Ahora?- indagó Misericordia poniéndose de pie, espandatada
-¡Aquí, ahora!, junto a este sofá – replicó Rosamaría, también alzándose, dirigiendo una mirada atemorizada al punto que se ubicaba entre la lámpara y el sillón esquinado.
-¡Está en mi casa! ¿¿Es Amatista Barreda? ¿Es su espiriu?
-No, no es un solo espíritu….son varias voces!
-¿Varios? Esto es peor de lo que pensaba!...
-No, Misericordia, no les temas. Son buenos espiritus. Ellos son los uqe me han enviado para acá, a ponerlos sobre aviso. La maldición de esa mujer se acerca....
-Dios mío ¿qué podemos hacer? Hay que salir de este lugar, debemos irnos lejos, antes de que la Amatista llegue con su hacha asesina!
Rosamaría puso los brazos sobre los hombros de Misericordia y la miró con expresión lastimera
-Me temo que eso no servirá de nada, querida. Usted sabe que con las brujas no se juega, y lo que ustedes hicieron contra esa mujer la provocó sobremanera. Su maldición no fue lanzada en contra de un lugar, sino en contra de las personas que hayan nacido en ese lugar. No hay cómo esconderse… La venganza de esa Amatista los seguirá adonde quiera que vayan...
-¡Santocielo! ¡Cielosanto! ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Qué vamos a hacer?....
-Rezar, Sra. Misericordia....¿Tiene usted fe?
-Yo no quiero morir....
-Me temo que eso está fuera de sus manos.....
-¿Cuando será, Salomé? ¿Puede decirme usted cuando llegará el día de la venganza de Amatista?...
Rosamaría fingió concentración, como si estuviese oyendo las voces de los espíritus buenos
-Dos semanas….me dicen que será dentro de las próximas dos semanas.......
V
Las palabras de Salomé Calamira recorrieron rápidamente el pueblo de Resignación, Incluso Sagrario no lograba disimular su ansiedad pese a los esfuerzos que hacía por parecer indolente.
Podría pensarse que era suficiente venganza tener sudando al pueblo entero durante dos semanas. Pero no. Conocía muy bien a la gente de Resignación; era el lugar más indicado para crear histeria colectiva. Conocía muy bien a aquellos seres reprimidos, que vivían cuidando cada uno de sus pasos para no caer en boca del resto, esclavos del qué dirán, que sacrificaban sus anhelos en vistas de su imagen pública.
Los deseos renegados, las fantasías, todo aquello que no sale a la luz salvo cuando las personas son llevadas a situaciones límites, cuando no queda nada más que perder. El último deseo de un condenado a muerte.
Así siendo, uno a uno los habitantes de la aldea fueron cayendo en la tentación de consultar a la pitonisa, para saber cuándo y cómo se haría presente la maldición de Amatista. Ninguno reconoció a Rosamaría; muy pocos guardaban en su memoria su figura; incluso Selva Garagaitía, que sólo la recordaba como una masa amorfa sin rostro. Esto le permitía ver a los ojos a todas las personas por quiénes guardaba rencor, y gozar de inmunidad. Era como si fuese invisible, Y como guardaba en su memoria el recuerdo de la vida de cada uno, les relataba anécdotas del pasado como si lo hubiese adivinado, dejándolos boquiabiertos. Después de eso, a nadie le cabía dudas de la veracidad de sus palabras. Le causaba mucha gracia ver sus rostros de espanto cuando les relataba cómo serían perseguidos por los jinetes del Apocalipsis cuando llegara la oscuridad.
Sagrario de Ayala se mantuvo reticente de acudir a Salomé Calamira. Insistía en que no creía en sus patrañas, aunque estaba tan aterrada como los demás; del mismo modo, Marcilanda Lisondo tampoco prestó mayor atención a la histeria colectiva que se generara en torno a la maldición, porque jamás había creído en brujerías. Jamás habría acudido donde Salomé Calamira si Agonía, su senil madre, no hubiese insistido tanto en que la acompañara; la anciana deseaba saber si la venganza de Amatista habría de llegar antes del invierno, porque estaba segura de que, a sus años y en su estado, no llegaría a la primavera de todos modos.
Entró al a habitación junto a su madre; Rosamaría titubeó al mirar a los ojos a Marcilanda
-Usted es la hechicera de la que todos hablan – murmuró Agonía. Marcilanda se mantuvo en silencio, mirando fijamente a Rosamaría. Ésta ultima se sentía cada vez más incomoda y desviaba la vista inconscientemente. No quería tener contacto con ella.
- Asi es…pero hoy estoy muy cansada, no creo que las pueda ayudar…
Apenas la oyó hablar la reconoció de inmediato. Marcilanda se quedó callada pero Rosamaría supo por su mirada que había sido descubierta. Dispensó rápidamente a Agonía y le pidió a su vieja amiga que se quedase un instante.
-Mamá, espérame afuera…debo hablar algo con la Srta. Calamira.
Agonía obedeció sin hacer preguntas; una vez que estuvieron solas en la habitación, Marcilanda se acercó y examinó detenidamente su rostro.
-¡De veras eres tú, Rosamaría! Estás delgada, más desenvuelta.... Pero sigues siendo tú. ¿A qué vienes a Resignación
La otra mantuvo silencio y miró al suelo.
-¡Toda esta idea de la maldición es obra tuya! ¿no? ¡Apuesto a que tú y tu madre lo planearon t juntas!
-Mi madre está muerta. Murió en medio de la miseria en Santiago.
Marcilanda se quedó muda
-Lo siento -dijo al fin- no sabía que ella había fallecido.
-Fue hace muchos años. No tenías porqué saberlo. Cáncer. No tuve como salvarla.....
-¿Y por eso has regresado? ¿A vengarte?
-No estaré tranquila hasta que todos en este pueblo no hayan pagado lo que hicieron. Ellos destruyeron la vida de mi madre y la mia.
-¿Y cómo vas a vengarte? ¿Asustándolos?
-Por favor, no me delates. No reveles quién soy. Nadie más me ha reconocido en este pueblo....
-Tal vez porque en ese entonces solamente yo me dignaba a conversar contigo....
Rosamaría supo a que se refería con aquella frase
-Sé que actué mal. No tengo derecho a pedirte que me perdones. Sé que no merezco que guardes este secreto, pero te pido que lo hagas por la memoria de mi madre.
-Sí, tienes razón, no tienes derecho a pedirme nada. Pero no te guardo rencor, y yo también odio a las personas de este pueblo, especialmente a nuestras compañeras de curso. Así que digamos que lo hago por la memoria de tu madre. Sólo te pido que nos dejes a mí y a mi madre fuera de tu venganza, sea ésta cual sea.
-Jamás habría pensado en hacerte daño a ustedes.
-Me parece bien.
Marcilanda se puso de pie y se dirigió a la pieza. Abrió la puerta y sin darse vuelta, le dijo una última frase a modo despedida
-Buena suerte con tu venganza.
VI
Ese Domingo la capilla del padre Larrosa estaba más llena que de costumbre; a tres días del anunciado juicio de Amatista, todo el pueblo quería estar de buenas con el creador. El cura increpó la credibilidad de los aldeanos durante su prédica, pero sus palabras no disuadieron a nadie; la histeria colectiva seguía en aumento,.
En las afueras de la parroquia, sin que nadie la viera, Rosamaría leía en voz alta frases en latín que conformaban un extraño conjuro, provenientes del libro de hechizos que perteneciera a su madre. Era la primera vez que la mujer lo usaba, y si en verdad los hechizos funcionaban, una gran tempestad debería irrumpir en aquella región.
Luego de extraños ritos y danzas, Rosamaría lanzó un apagado aullido y alzó las manos al cielo; un violento rayo, precedido por un sonoro trueno, irrumpió sobresaltando a todos, que vieron en aquello una señal de la llegada del fin.
La tempestad se abrió paso entre las nubes y se hizo presente. Las personas corrían desesperadas pidiendo perdón por sus pecados y gritando lamentos en voz alta. Oculta tras unos arbustos, Rosamaría se reía a carcajadas, tan retraída que ni siquiera se percataba de que estaba empapándose. Divisó entre los que corrían a Selva; ello fue lo que más le causó placer.
Recordó cuando su odiada enemiga fuera a visitarla, días atrás, pensando que se trataba de Salomé Calamira, a pedirle consejos. Sonrió aún más al su respuesta:
-La vida es tan corta estimada Selva …Si existe algo que no hayas hecho aún en tu vida, algo que lamentarías no haber hecho antes de morir.....
La mujer pensó un instante y luego le contestó:
-Lo que más quise en mi vida fue tener joyas, pero ni mi padre ni el amarrete de mi marido fueron capaces de comprarme siquiera una.
-Entonces es hora de que consideres cumplir tu sueño. Tú te lo mereces, que importa el costo. De todos modos te habrás marchado de aquí antes de que puedas sufrir las consecuencias…
Ese fue, precisamente, el argumento con el que persuadió a todos de llevar adelante sus ideas más extremas; no fue necesario que se las dijese a cada uno, pues unos pocos que ya convencidos con la idea, fue cuestión de horas para que los demás los imitasen.
Lo que sucedió en los días posteriores a la tempestad del domingo cambiaría por completo la vida de los habitantes de Resignación
La venganza de Rosamaría Berditchevsky había sido inciada.
1- La mujer dorada
Selva Garagaitía siempre quiso ser reina; cuando se casara con Herminio Gutiérrez, éste le había prometido regalarle la luna, y ella se lo había creído. Nada resultó ser cierto. Selva quedo atascada en aquél lugar, lavando ropa sucia y trapeando el polvo de su casa.
Herminio tampoco pudo darle un hijo a Selva, lo que tornó su relación en algo frío y distante. Ella se fue convirtiendo en una mujer frustrada por las carencias y por lo lejano que resultaba aquel sueño de algún día llegar a ser reina de algo.
Sin embargo, había algo que podría compensar todo aquello; más que riqueza, más que hijos, má que inteligencia, lo que Selva había querido toda su vida era poseer joyas, muchas joyas, cubrirse de ellas.
Sabía que Herminio estaba ahorrando dinero para comprarse un terreno, y también sabía muy bien dónde lo ocultaba. La ocasión lo ameritaba. Era su última oportunidad de verse como una reina. Tomó el dinero del cajón que su esposo guardaba bajo la cama, y abordó el autobús a Santiago. Entró a la primera joyería que encontró y se gastó en joyas de segunda, baratijas sin mucho valor, pero de mucho brillo. Compró tantas que pudo cubrir su cuerpo completamente con ellas, hasta que no quedase un solo espacio sin tapar.
Llegó a su casa con una sonrisa en los labios; no le importaba en absoluto que su vida se fuese a acabar al día siguiente. Se instaló frente a su espejo a adorar su cuerpo cubierto de joyas, a sentirse como una reina.
Cuando Herminio llegó a su casa se encontró con su mujer tapada de alhajas de pies a cabeza. Lo primero que se le ocurrió fue preguntar de dónde había sacado todo aquello, y al enterarse del robo que fuera víctima, a manos de su propia esposa, sintió tal ira que comenzó a romper todo a gritos y patadas.
-No seas tan grave -le dijo ella, plácidamente mientras se observaba frente al espejo- para mañana ya estaremos muertos ¿qué importa lo que haya pasado con el dinero?¡Disfruta el poco tiempo de vida que te queda!
-¿Ah, sí? ¿Que disfrute lo poco que me queda, dices? ¡Pues bien, perra, disfrutaré mi tiempo!
Ni bien hubo dicho eso, tomó un tarro de parafina, lo roció alrededor de la casa de madera y le prendió fuego.
-¿Pero qué haces, tarado?
-¡Quiero que esta casa se venga abajo, contigo y todo lo que tiene adentro! -le gritaba el otro, mientras la casa empezaba a arder en llamas-¿No me dijiste que fuera feliz, que hiciera lo que quería? ¡Pues ahora estoy más feliz que nunca, que esta casa junto a la vida miserable que viví contigo se venga al suelo!
-¡Malagradecido! ¡Siempre fuiste y siempre serás un mediocre! -le respondió ella, poniéndose de pie lentamente y retirándose sin apuro de la casa. No mostró intenciones de apagar el incendio.
Herminio, por su parte, se paró a escasos metros de la casa, para observarla arder. Nadie en el pueblo le prestó mucha atención al suceso, de todos modos. Cada uno estaba preocupado de darle le mejor uso a sus últimos minutos de vida.....
2-La amiga infiel
Placeres Araya andaba a la búsqueda de Herminio Gutiérrez desde tempranas horas de la tarde; el incendio tan sólo la ayudó a ubicarlo. Estaba decidida a declararse aquella noche; era en ese momento o nunca.
Lo encontró sentado junto a los escombros de su casa, mientras el fuego terminaba de consumir lo poco que quedaba. Ella se le acercó y, tomándole el rostro, lo acercó a sus labios y lo ahogó a besos.
Como si ya nada importara, ambos comenzaron a revolcarse en medio del humo y las llamas, sin preocuparse si alguien los estaba mirando o no.
-Al fin Herminio -le dijo Placeres mientras se desvestía sobre él- no sabes cuánto tiempo esperé este momento,,,Ahora ya nada me importa, porque esta noche serás mío, mío y no de ella....
Él se limitaba simplemente a escuchar; no quería pensar en las cosas que le estaban sucediendo, simplemente quería vivirlas. Y por ello no intentó callar los gritos de placer que brotaban de su cuerpo estando con la prima de su mujer, pues deseaba que todos se enteraran de que le estaba haciendo
-¡Soy infiel y me encanta! –gritó de súbito
Selva, mientras tanto, estaba por los alrededores, vagando de un lado a otro cubierta de joyas, completamente ignorante de lo que sucedía. Decidió regresar a ver cómo se encontraban los escombros de su casa y se encontró con la escena
-¿Cómo se atreven? descarados, sinvergüenzas…
-Por favor, no molestes ahora, Selva -le dijo Placeres, sin separarse de Herminio- estamos ocupados ¿no lo ves? Ve a disfrutar de tus joyas que yo quiero disfrutar de tu marido. No me quedan muchas horas de vida y el tiempo que pierdo hablando contigo es tiempo de orgasmos múltiples que dejo de tener junto a él. Ándate y no nos molestes
-¡Puta barata!
-¿Qué? ¿Todavía sigues aquí? ¿No te dije que te fueras?
-Te vas a arrepentir, no sabes de lo que…
-Callate! No te tengo miedo, ridícula, nadie te lo tienes. Eres una pobre tipa, estoy harta de vivir a tu sombra…
Selva se arrojó sobre su rival agarrándole los cabellos. Ambas mujeres empezaron a rodar por el suelo entre chillidos y bofetadas. Herminio encendió un cigarro econ una de las vigas de su casa que aún ardía, y se sentó a distancia a ver el espectáculo. Iba a tener sexo con la que ganase la pelea. Si iba a dejar este mundo, al menos lo haría bien relajado.
3-La virgen desnuda
Desposoria de Ayala jamás había conocido a hombre alguno, bíblicamente hablando. Y, lo que más le frustraba, tampoco hombre alguno la había conocido a ella. De pequeña se había preparado para el momento en que entregase su cuerpo a un varón, pero toda la preparación y el tiempo de espera habían sido inútiles: su vida llegaba al fin y nada había sucedido.
Era una mujer muy reprimida, sobretodo por la influencia de su hermana Sagrario; era de esperarse, por tanto, que hasta sus fantasías fuesen controladas. Más que importarle el hecho de no haber experimentado el sexo, lo que más le frustraba era el hecho de que ningún hombre la había visto desnuda. No consideraba digno pasar a mejor vida sin que al menos un varón la hubiese conocido en su intimidad.
Se desvistió lentamente en su habitación y admiró su cuerpo en el espejo. Ya no tenía fantasías de ser amada o deseada; Iba a morir virgen, lo sabía. No obstante, podía morir siendo la mujer que más hombres hubiesen visto desnuda. Le avergonzaba, sí, pero qué importaba a esas alturas.
Se dirigió puerta afuera sin prenda alguna sobre su cuerpo, descubriendo su delgado y tosco cuerpo. De entre el polvo que se levantaba en la calle a su paso se asomaban expresiones de asombro e incredulidad. Disfrutaba todas las reacciones que provocaba su caminar desenfadado: los rostros de espanto, las miradas lascivas, los gritos sensuales. Por primera vez se sentía erótica.
Apenas Sagrario se hubo enterado de lo que estaba haciendo su hermana, acudió furiosa a su encuentro para increparla.
-¿Te volviste loca, Desposoria? ¿Cómo es posible que estés paseándote por el pueblo en pelotas?
-No te metas, Sagrario, déjame en paz.
-¿Cómo te atreves? ¡No vuelvas a halarme en ese tono! ¡Soy tu hermana mayor y me obedeces!
-No quiero vestirme y punto. Estoy muy feliz así, desnuda, siendo admirada por todos los hombres. Resignación será borrada del mapa mañana y yo quiero disfrutar lo que me queda de vida.
-¡Sí que eres mentecata! ¿Y éste es el modo que tienes de disfrutar? ¡Tú deberías estar en la Iglesia, rezando por tu alma, para que Dios se apiade de ti y venga a rescatarte de las garras de la muerte!
-Ya he rezado mucho en mi vida. Ahora me toca pasarlo bien.....
-¡Hereje! ¡Pecadora!¡Falsa! Ahora muestras tu verdadero rostro, víbora. Fingías ser una mujer devota y piadosa, cuando en realidad eras esto, una prostituta exhibicionista....
-Seré lo que tú digas, con tal de que me dejes en paz. Si me excusas, aún quedan muchos caballeros que no me han visto.....
-¡Esto es el acabóse! -gritaba indignada Sagrario mientras su hermana se marchaba -¡Es el acabóse!
4- El reprimido
Sagrario llegó a su casa maldiciendo, como era su costumbre. Amado Garagaitía, mientras, se dedicaba a observar a sus terrenos cultivados desde la ventana de su casa, pensando en cuánto le había costado trabajarlas. Sin dudas era lo que más le apenaba perder, mucho más que su propia vida, la de sus hijos o la de su insoportable esposa.
-.....Desposoria es una perra, una perdida, ojalá el mismo diablo venga a buscarla y se la lleve de un ala para el infierno. Yo no quiero verla junto a mí a la derecha de Dios....
Sagrario seguía rezongando. Siempre estaba rezongando, y eso era lo que Amado más detestaba de ella. ¡Cuán diferente era de Amatista Barreda!
-....todos en este pueblo se han vuelto locos -continuaba la mujer- nadie excepto yo merece la salvación, por eso Dios permitió que este lugar miserable sea borrado de la faz de la tierra....
Sí, era muy distinta a Amatista. Cada vez que Amado miraba a su esposa se arrepentía por no haber partido junto a la bruja, la única mujer diferente que había pasado por su vida. ¿Cómo estaría Amatista ahora? ¿Desde dónde estaría disfrutando de su maldición? Pensaba cuánto le gustaría estar con ella en ese minuto, riéndose de la desgracia de Resignación.
-¿Me estás escuchando, Amado? -lo interrumpió Sagrario de súbito.
-Er....sí, sí, lo que tú digas.
-¡No me estabas poniendo atención, para variar! ¡Si hablar contigo es como hablar con las paredes, so bueno para nada! ¡No sé qué en qué estaba pensando cuando acepté casarme contigo!....
-¡Y yo no sé en qué mierda estaba pensando cuando pedí tu mano, vieja amargada de la concha de tu madre!....
Un prolongado silencio siguió a las palabras del hombre; ni Sagrario ni él mismo podían creer que él hubiese dicho lo que había dicho; Sagrario era la estaba acostumbrada a insultar y descalificar a su esposo, y él era el que siempre mantenía silencio, agachando la cabeza.
-¿Qué fue lo que dijiste, Amado?...
Por un momento tembló, y pensó en retractarse de lo dicho. Pero luego se percató de que ya nada había que perder. Todo estaba acabado.
-¡Vieja de mierda! ¡Perra antipática, repugnante, mal oliente, anciana frígida, asquerosa, mal amada, despreciable! Nunca has sabido satisfacerme en nada, ni como mujer, ni como esposa ni como madre. Huevona fea. Eso eres, Sagrario, una huevona fea, vieja y nauseabunda!
Sagrario no atinó a insultarlo de vuelta; se quedó quieta, mirándolo fijamente, sus mandíbulas temblando sin poder expresar palabra.
-¿Como osas? .....-fue todo lo que pudo decir.
-Debí haberme marchado con Amatista Barreda ¡Ésa sí que era mujer de verdad, no como tú!
-¡No nombres a esa ramera!
-¡La nombro, sí, porque Amatista sí que era una mujer digna de amar ¿Sabias que nunca he dejado de pensar en ella?
-¡Judas! ¡Tú estabas casado conmigo cuando te metiste con ella! ¡Eso es pecado! ¡Es pecado!
-El único pecado fue casarme contigo, cabrona intrigante, y condenar mi vida atándome a una mujer como tú, que es incapaz de hacer a un hombre feliz. Yo sé que tú incriminaste a Amatista, Sagrario. Sé de lo que eres capaz. ¡Mujer migaja, que te conformas con comer lo que dejan caer los otros!
-¡No me hables así! -gritó ella, intentando darle una bofetada. Amado le tomó la mano y se la sujetó con fuerza.
-Si me pones un solo dedo encima, desgraciada, te mando al otro mundo antes que el famoso eclipse. ¡No sabrías el gusto que me daría!....
-¡Te vas a ir al infierno, Amado! y cuando yo esté junto a Dios en el cielo me reiré de tu desgracia!
-¿Al cielo? ¿De veras crees que te vas a ir al cielo después de lo que le hiciste a Amatista y a su hija? ¡Ja! ¡Tú no eres mejor que Lucrecia Borja!
-¡Calla, blasfemo! ¡Calla, Satanás! ¡Yo soy una mujer buena, una mujer santa! ¡Lo que hice contra esa bruja fue respaldado por mi Señor, porque ésa era una sirvienta de del mal....
Amado la calló con una bofetada. Ella atónita, solo atinó a llevarse la mano al rostro. Iba a replicar algo, pero antes de que abriera la boca, Amado volvió a alzar la mano y la miró fijamente. Ella entendió el recado.
-Vas a pagar, Sagrario.....Tú lo sabes. Puedes engañara los demás y a ti misma con esas patrañas de que serás ascendida a los cielos para estar junto a Dios y todas esas otras estupideces que has estado diciendo…pero tú y yo sabemos muy bien que , si hay un cielo, tu serías la última persona de este pueblo contemplada en él…
Sagrario rompió en llanto y salió de la casa a chillidos y tropezones. Amado, satisfecho, se reclinó en su sofá a esperar la muerte mientras contemplaba sus terrenos. No recordaba haberse sentido tan sereno y en paz en muchos, muchos años.
5- La Diosa
Sagrario de Ayala caminaba por las calles sollozando, apoyándose en las paredes para no caer al suelo. La desfachatez de su hermana, la irresponsabilidad de su hija, las confesiones de su esposo, todo eso la había sobrepasado. Ya no quedaba dudas de que todos esos eventos eran una señal del fin de los tiempos.
Se dirigió a la iglesia, en donde se encontraba el padre Zorovando. Muchos fieles se encontraban allá rogando por sus almas, y todos pensaron que ella iba a hacer lo mismo. Pero, para sorpresa de todos, la mujer se paró en el altar y se dirigió imperativamente a ellos:
-¡Escúchenme, pueblo mío! ¡Ha llegado el día del juicio final! ¡Ha llegado la hora en que ustedes cumplan con lo que es justo! ¡Venérenme, súbditos, como el ser glorioso que soy! ¡Venérenme como el brazo derecho del Todopoderoso, pues ustedes ya se habrán percatado que soy parte de Él!
El padre Zorovando, desconcertado, se dirigió a la mujer sin saber que decirle.
-¿Pero qué te ocurre, Sagrario? ¿Te sientes bien, hija mía?
-¡Qué descaro el suyo, llamarme “hija suya”! ¡Adóreme, soy el brazo derecho de Dios. Soy su hija, parte de la Santa Trinidad, y si bajé a este mundo fue para ayudarlos a ustedes, miserables mortales. Pero como siempre no encontré más que odio y envidia, por lo que mi Padre celestial decidió darle fin a este pueblo pecador. ¡Mañana ustedes me verán ser elevada hasta los cielos, en donde me sentaré a la Derecha de Nuestro Señor para junto a él juzgar a los mortales! y si ustedes me prestan la reverencia que me deben en tierra, tal vez yo sea más indulgente cuando esté en los cielos...
-¡Estás loca, Sagrario!
-¿También es un incrédulo, padre? Me decepciona, creí que al menos usted me iba a demostrar lealtad.
-Vete a tu casa, Sagrario. Creo que necesitas descansar.
-¿Me está echando de mi propia Iglesia, Zorovando?
-Por favor, estás perturbando a los que rezan....
Al oír esto, la mujer se violentó y, alzando aún más la voz, comenzó a chillar:
-¡Blasfemos, herejes! ¡Yo soy su Dios, no pueden expulsarme de mi propia Iglesia ¡Pero vayan ya sabiendo que no voy a aceptar a ninguno de ustedes en mi reino, no vengan a pedir memilagros después que no les voy a prestar oído a sus rezos ¡Todos arderán en el infierno!
Sagrario debió ser retirada a la fuerza de la capilla, no sin oponer resistencia. Indignada y ofendida, la mujer se largó a correr hacia los cerros, y no se supo de ella hasta el día siguiente, el día del eclipse.....
Agonía, la madre de Marcilanda, que presenció toda la escena, se acercó al padre Zorovando, con actitud algo soberbia e indulgente.
-Dígame, padre…a Sagrario de Ayala se le ha metido el demonio?
-Porque dice eso, Sra. Agonía?
-Porque si este pueblo no se acaba mañana, vaya preparando un curso incentivo para hacer exorcismos, padre….creo que Resignación necesitará de varios…
6- El Tatuaje y el vestido
Almablanca Araya llevaba 8 años de feliz matrimonio con Denver Soto; se podía decir que su vida había sido plena, y la felicidad había llegado junto a sus dos hijos, el regordete Ayuno Soto, de 6 años, y la agraciada Abstinencia Soto, de 4. Denver trabajaba tierras y animales, y ello les permitía un tranquilo pasar. Sin embargo, algo había en la vida del matrimonio que los dejaba insatisfecho: Almablanca le decía rutina, Denver lo llamaba falta de emoción. Si bien esto no llegara a ser un problema mayor en la vida de la pareja, se convirtió en una preocupación considerable cuando ambos temieron que sus vidas llegarían a su fin.
Almablanca siempre había querido hacerse un tatuaje: uno grande, osado, colorido. Pero era muy bella para estropear su piel, además del hecho de que a su marido le desagradaba profundamente la idea. Sin embargo, ahora podía hacer lo que deseara, y no dudó un segundo ante cuál sería su último deseo en vida: partió rumbo a la capital con sus dos pequeños hijos y no solo tatuó su cuerpo, sino también el de los pequeños. Abstinencia regresó con una rosa en un hombro, Ayuno con una motocicleta, y Almablanca con una enorme flor en su espalda, la que cubría su dorso por completo, y con un el nombre de su marido tatuado a lo largo de cada uno de sus brazos; como si esto fuera poco, escribió el nombre de cada uno de sus hijos en sus piernas, y se colocó un aro en el ombligo.
Denver, en una situación normal, se habría puesto furioso; Sin embargo, dadas las circunstancias, al ver los tatuajes de su mujer respondió con sonoras carcajadas. Ni siquiera se enojó al ver a sus hijos con los hombros tatuados.
Pero hay que decir que el marido de Almablanca tampoco se encontraba en un estado de completa normalidad: Denver Soto, el musculosos y varonil macho de Resignación, se encontraba vestido con los trajes de su mujer, con el rostro pintarrajeado, zapatos de taco alto y con una peluca rubia sobre su cabeza.
Almablanca siempre había sabido que su esposo tenía aquellas inclinaciones, y lo había guardado como un secreto de familia; por ello, ni siquiera le hizo alguna pregunta cuando lo vio vestido de aquel modo, simplemente explotó a carcajadas.
-Almablanca, mi amor, esta noche tu esposo va a desfilar por el pueblo. ¡Hoy tu esposo va a ser la reina de la noche!......
Y allá se fue, meneando sus caderas por las calles de Resignación, cosechando risas y burlas sin que le importasen un carajo. Era Denverina Soto por fin, y estaba feliz de poder sacar a luz esa parte oculta de si mismo, de una vez y para lo que le restaba de vida....
7- Otras historias
Así como los anteriores, muchos otros habitantes de Resignación cometieron actos extremos al convencerse de que aquél era el último día de sus vidas. Fue así como Tranquilino Gutiérrez, el siempre tranquilo y tímido dueño del almacén del pueblo, sacó una guitarra de su armario y salió a cantar a viva voz canciones de Elvis Presley, vistiendo un traje blanco con brillantina, anteojos oscuros, gruesas patillas pintadas con tintura de pelo y el cabello engominado.
Por su lado, Decimosegundo Paredes, el borrachín que ahora habitara en los terrenos que antes pertenecieran a Amatista Barreda, decidió darse el gusto de su vida y beber todo el alcohol que su cuerpo pudiese soportar. Era la forma más grata que encontró para despedirse de este mundo.
Del mismo modo, Misericordia de Ayala, que siempre había debido controlarse al comer para evitar la subida de peso, optó por darle rienda suelta a su gula y comer, comer, comer y comer sin parar. La comida siempre había representado el mayor placer en la vida, y no pretendía despedirse de ella sin antes darse el mayor banquete que ser humano alguno fuese capaz de comer.
Así como ellos, muchos de los aldeanos llevaron a cabo sus “actos extremos”, convencidos de que estaban materializando su último deseo antes de morir. Ninguno de ellos concebía que su vida continuase luego del eclipse, por lo que el remordimiento y las consecuencias eran dos cosas que habían desaparecido de sus cabezas, y a esas alturas ninguno deseaba ya que fuese de otro modo, pues afrontar las consecuencias de sus actos sería peor que morir. Rosamaría podía gozar intensamente de aquél momento: su venganza estaba realizada.
VII
Todos estaban ocultos en sus casas; la hora anunciada para el eclipse estaba por llegar. Resignados algunos, histéricos otros, desesperanzados los demás, no restaba más que esperar.
El sol lentamente empezó a ser cubierto por la luna. Los corazones comenzaron a acelerarse. Solamente Rosamaría disfrutaba aquél momento, saboreando el sufrimiento de las personas que tanto había odiado. “Te he vengado, mamá.....Ninguno de ellos olvidará tu nombre. Lamentarán haberte expulsado de aquí”....
El eclipse finalmente se presentó. El sol fue cubierto por completo por la luna, y la oscuridad reinó en Resignación. Sin embargo, el final no se presentaba. Muchos creían firmemente en que, cuando el sol estuviese completamente tapado, entonces el final llegaría. Pero nada. Los que pensaban que el final ocurriría cuando finalizase el eclipse también se vieron frustrados al cerciorarse de que éste había concluido y el final no llegaba.
El pueblo entero se congregó en la parroquia del padre Zorovando. Acudieron todos, incluso Sagrario de Ayala, quien esperaba ser ascendida a los cielos a cualquier momento. El cura tomó la palabra y empezó a dirigirse a los aldeanos:
-Hijos míos ¿ven qué absurdo era todo este cuento de maldición de brujas? Yo les advertí que no hicieran caso de esas bobadas. No habrá fin del mundo ni fin de vida de nadie....
-¿Cómo no, Padre? -preguntó alterada Almablanca- ¡La maldición de Amatista fue muy clara! Nosotros nos vamos a morir ¡No podemos no morir! ¡No ahora!
Fue entonces que Rosamaría hizo su entrada triunfal. Llegó montando a caballo, intempestivamente, levantando polvo al trote. Se abrió camino entre los presentes y sonriendo sarcásticamente, entró a la capilla montando al animal, mientras todos la observaban sentados.
-Por supuesto que nadie va a morir. ¿Ustedes de veras creyeron que Amatista Barreda tenía tanto poder?
-Pero si usted nos lo dijo, Srta. Salomé...-dijo Misericordia de Ayala, con voz suave y baja.
-Para que ustedes sepan, Amatista Barreda está muerta. Falleció hace muchos años, en medio de la miseria. Yo traté de salvarla, pero no hubo nada que yo pudiera hacer. ¿Y saben de quién es la culpa? ¡De ustedes, malditos, porque la expulsaron de su casa por algo que ella no había hecho!...
De pronto, Selva Garagaitía, que estaba entre los presentes, miró bien a Salomé Calamira, y pudo reconocerla. Se puso de pie y gritó a todos.
-¡Esa mujer es una impostora! ¡Su nombre no es Salomé Calamira! ¡Es Rosamaría, la hija de aquella maldita bruja!
Todos la miraron estupefactos; no podían creer que aquella era la misma joven rechoncha y sin gracia que conocían como la hija de Amatista.
-Así es, soy la hija de la mujer que tu madre expulsó con malas artes; Soy la hija de la mujer que todos ustedes condenaron a morir sin techo ni abrigo, Y fue por eso que regresé, porque quería verlos así, como están, víctimas de sus pasiones, destruidos por sus deseos, delatados por sus palabras. Yo no hice nada para acabarlos, ustedes mismos se encargaron de ello. A ver cómo te la arreglas tú, Sagrario de Ayala, luego de mostrarte a todos como la desquiciada que eres. O tú, Desposoria, que te atreviste a caminar desnuda por todo el pueblo. Aunque no creo que sea más divertido que ver a la pura Almablanca Araya cubierta de tatuajes, o al varonil Denver Soto vestido de mariquitas.....
-¡Eres una Puta! -gritó furiosa Selva Garagaitía - ¡No tenías derecho a hacernos esto!
-Yo sólo estaba jugando, Selva, así como tú jugabas conmigo en el colegio ¿Me vas a decir que no fue divertido gastarte todos tus ahorros en comprarte joyas? Claro, está el inconveniente de que tu marido quemó la casa y ahora no tienen en dónde vivir....bueno, esas son cosas que pasan.
-¡Monstruo! -le gritó Desposoria- ¡nos arruinaste la vida!
-Y ustedes arruinaron la mía Supongo que estamos a mano ahora. Lo que ustedes no sabían era que la maldición de Amatista Barreda no era acabar con sus vidas....¡La maldición de Amatista Barreda era yo!
Rosamaría salió galopando como una endemoniada, hasta perderse en el horizonte. Todos los presentes empezaron a mirarse unos a otros, algunos aliviados, otros desesperados. Para varios de los presentes, la muerte habría sido mucho mejor que seguir con vida después de lo que habían hecho.....
En una esquina de la iglesia, Marcilanda Lisondo observaba con satisfacción y un poco de lástima lo que estaba ocurriendo. Acompañó con la mirada a Rosamaría hasta que ésta se perdió en el horizonte, contemplando en seguida su obra. No pudo sino decir “Maldita hija de puta”.
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