La Fuerza del Pasado.
Lucía sintió como los recuerdos se le agolparon de repente, como un derrumbe repentino, como un relámpago recorriéndole las venas…
Era joven y algo solitaria a sus 21 años, sin ninguna relación seria en su vida, un coqueteo por aquí otro por allá, un amigo de parrandas de vez en cuando, nada especial, soledad necesaria para lograr sus metas, estudiar y sacar una carrera. Lo único que se permitía en ese entonces como distracción y para llenar una necesidad espiritual que siempre tuvo, era participar en una comunidad religiosa católica y escribir encendidos poemas de protesta social para la revista de la parroquia. Los ideales se fundían con la necesidad de libertad de expresión, los curas les acogían en sus salas de reunión, lo que les permitía levemente expresar sus ideas, eran los años 70, dictadura militar y miedo.
La comunidad a la que pertenecía tenía por nombre San Pablo, en honor al que ella misma consideraba el Santo más cercano a las personas, las que pecaban a diario de indiferencia y de cobardía, aquellas que no les quedaba más que guardar silencio.
Su hogar estaba en una calle principal en una población de los suburbios, sus padres con esfuerzo lograron comprar ese departamento en un cuarto piso. Los edificios estaban en grupos de diez y bordeaban una avenida que circunvalaba casi toda la ciudad, y en rededor poblaciones callampas, así las llamaban por su pobreza, y por que las casitas surgían unas tras otras de madera apegándose a un baño y cocina básicos que el gobierno había construido en cada sitio a través de un subsidio. Pero ya en esa época cundía la droga y la delincuencia.
Ahí creció, en medio de todo tipo de gente, vio morir personas conocidas en las protestas, conoció la violencia y los abusos, pero sólo podía escribir poemas llenos de rabia y tristeza, no muy buenos quizás, pero era joven y se creía poeta; los mismos que un día su madre quemó asustada al ver que la policía allanaba unas casa a un par de cuadras de la de ella.
Un día apareció Andrés. La congregación de curas que atendía la parroquia, les asignaba a todos los grupos juveniles un seminarista que les guiaba en las reuniones de los días sábado, Alfonso llevaba casi un año en esa función, era un amigo y guía espiritual, ese día trajo a su reemplazante, pues él se iba a Argentina.
En esas primeras reuniones con Andrés, les contó que era del sur, que pertenecía a un grupo indígena del que ya casi no quedaban descendientes, su etnia era orgullosa de sus raíces y él a pesar del desacuerdo de su familia había decidido tomar los hábitos.
Cuando terminaba la reunión, se juntaban en la casa de alguien del grupo y si había ganas se transformaba en fiesta, por su puesto hasta antes del toque de queda. Lucía nunca se quedaba mucho rato y Andrés la seguía con la excusa de volver al Seminario, por lo que generalmente lo acompañaba al paradero del bus que estaba muy cerca de su casa.
¿En qué momento se enamoraron? No se dieron cuenta , al principio conversaban de todo, de la situación del país, de libros, de las islas donde él había vivido su niñez, de sus padres, hasta que en un momento las palabras ya no bastaron y el tiempo de espera del bus tampoco, primero caminaban un rato rozando sus manos, después se escondían para desatar su amor apasionado y profundo, con la adrenalina propia de los amantes furtivos con un lenguaje propio que no necesitaba más traducción, ambos siempre sabían cómo actuar, los lugares de encuentro eran diversos y secretos. Lucía se olvidó de sus prioridades, de sus deseos de surgir, sus estudios quedaron de lado, tal era la fuerza de esta pasión que no controlaba.
Un día él dejó de venir, ella sigilosa trataba de averiguar, llamó por teléfono al Seminario y le dijeron que se había vuelto a su casa, entonces buscó a Servando otro de los seminaristas que le era cercano y él le contó que estaba en crisis de vocación y que se tomaría un tiempo para pensar.
Le escribió mientras las manos le temblaban y las lágrimas mojaban la hoja, su respuesta llegó después tres semanas. Eran palabras encendidas de amor y deseo, llenas de versos dedicados a ella, le pedía que lo esperara, que necesitaba tiempo para que sus padres entendieran, ¿cuántas cartas fueron? Muchas, todas llenas de promesas… hasta que no escribió más
Lucía dejó los recuerdos, con su hijo en brazos y con su esposo guiándola con una mano en su cintura, se acercaron al sacerdote que repartía la comunión, era la misa de consagración de su amigo Servando, bueno también la de Andrés y cuatro seminaristas más, mientras caminaba de vuelta a su asiento sus miradas se cruzaron y el lenguaje inventado hace tantos años funcionó una vez más.
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