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—“… Y la vida del reloj de ébano desapareció con aquella otra del último de esos seres alegres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las Tinieblas, y la Ruina, y la Muerte Roja, establecieron sobre todas las cosas su imperio ilimitado.” —. Bajó el libro cerrándolo para ver la cara de sus alumnos, esperaba verlos impactados pero sus rostros mostraban tedio a excepción de Rubén, quien no se reprimía a reír.

— ¿Dónde está lo gracioso? —. Cuestionó el profesor dejando el ejemplar de Narraciones Extraordinarias sobre el escritorio y mirando con severidad a su alumno.

—No manche profesor, quien calificó eso como terror era un miedoso—, resonaron las risas del resto del salón— ¿Quién se asustaría por un pinche gato negro o un gûey con máscara roja?

—Un supersticioso por ejemplo—, intervino Lucía que gustaba de observar al joven cuando hablaba, —pero ya casi nadie cree en esas cosas.

—Mi máscara de Chucky da más miedo—, contestó burlonamente—, incluso la de Scream y ni chiste tiene.

Divertido el grupo 526 daba la razón al pelinegro. El profesor de análisis de textos suspiró agitando la cabeza compadeciendo la ignorancia de sus alumnos; buscó un gis y se volvió para hacer una anotación en el pizarrón que calló las burlas de los jóvenes.

— ¿Eso es tarea? — Cuestionó Jeovani en tono que concordaba con su mueca de desagrado.

—Si, al ver su reacción de hoy, tengo que hacerles ver en que están equivocados—; ya había volteado de nuevo a su clase y dejó el gis en el escritorio apoyando sus palmas sobre éste, —aunque más que corregirlos, intentaré sensibilizarlos, especialmente a ti Rubén.

Indiferentes al objetivo del profesor, anotaron en sus cuadernos la tarea para finalmente retirarse, después de todo, no tendrían que preocuparse por aquella materia hasta el siguiente día, en el cual, si les daba la gana, se matarían pensando en resolverla, o bien, la harían el día de entrega antes de la llegada del docente.

Era martes por la noche y Ruben se hallaba en el comedor de su casa frente a la computadora, ya llevaba varias horas jugando ahí y ni siquiera recordaba si tenía deberes que entregar para el día siguiente.

— ¡Ya llegué! — Se anunció una mujer que entraba al mismo cuarto que su hijo.

—Si, que bueno—, la miró escasos segundos para volver su atención en la pantalla—. ¿Cómo te fue?

—Fue un día pesado, se volvieron a averiar las máquinas empacadoras—


— ¡Ah! Que bien mamá—, ni siquiera la miró.

— ¿Ya cenaste? —

—Si—

—Mira la hora, ya es muy tarde ¿Estás jugando? — Se notaba la fatiga de la mujer en el rostro que no tuvo ganas de asomarse a ver lo que su hijo hacía. —Si estas jugando mejor ya vete a dormir que mañana tienes escuela.

—No, no estoy jugando—. A lado del teclado halló un cuaderno que había dejado con desinterés el día anterior y lo abrió rápidamente extendiéndoselo a su madre pensando que lo ignoraría. —Tengo que hacer eso.

—“Buscar el marco histórico de Narraciones extraordinarias y apuntar al menos un miedo y por qué le temo” —, leyó María en voz alta y devolvió la libreta al muchacho para mirarlo severamente. — ¿Entonces que haces frente a la computadora?

—Estoy investigando el marco histórico—, cambio rápidamente la ventana al notar que su madre se asomaba curiosa—, también estoy pensando a que le tengo miedo.

—Bueno, yo ya estoy cansada, me voy a dormir. No te desveles mucho—

—No—

Las orbes negras del estudiante no dejaron de seguir a la mujer hasta que ella se perdió en el pasillo, la oyó subir las escaleras pesadamente y finalmente la puerta de su cuarto cerrase; aventó el cuaderno a la mesa y regresó a su inicial actividad.

Entre su juego y las ventanas del chat, vio el reloj virtual que marcaba las once y media. Sabía que tenía que ir a dormir pero aún no quería irse; sus amigos ya se habían ido a acostar y estaba harto de perder contra esos zombies de Resident evil. Estiró los brazos no muy convencido de irse, cuando notó el cuaderno en medio de la mesa.

— ¿Qué más da? —

Se acercó las hojas donde leyó su tarea, abrió el buscador investigando la primera parte. Cada página que abría le resultaba aburrida de leer y decidió mejor dedicarse a la segunda parte de sus deberes.

— ¿A qué le tengo miedo? — Se recargó en el respaldo con los brazos por detrás de su cabeza, se columpiaba en la silla pensativo. Sin darse el tiempo suficiente, retornó sus manos sobre el teclado y puso de nueva cuenta su asiento en las cuatro patas. — ¡Esto es absurdo! El miedo es para pendejos.

El buscador permanecía abierto y ante un lapso de curiosidad escribió “miedo” en google. Una larga lista de opciones salió para tal palabra, pero queriendo algo rápido y sin tener que pensar demasiado, dio click en Wikipedia.

—“El miedo o temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que” bla bla bla… no recuerdo haberme sentido en peligro desde hace mucho tiempo, además, si lo estuviera, sólo pensaría en como salvarme—

Desinteresado ya del tema, volvió a hacer de lado su libreta; al retroceder el historial de su navegador, entre las opciones sobre “miedo” encontró una página con leyendas fantasmales que llamó su atención y se puso a leer las que pensó, lo llevarían a esa emoción que según él, ya no poseía.

Sentado frente a la computadora, leía divertido las historias que pensaba, eran inventadas por una bola de miedosos que se asustaban con cualquier ruido. Ya no quería saber más y se preparaba para apagar la máquina, sabía que su madre dormía y los únicos sonidos que percibía, era aquellos provenientes de la calle. Uno que otro carro irrumpía la tranquilidad de la noche, sin embargo no lo suficiente como para aturdir.

En las afueras de la casa, oye a sus gatas maullar frente a la puerta, las ignoró pensando que solo se trata de algún juego entre ellas o que tal vez el frío que comenzaba a sentirse les molestaba pero no le era irrelevante por lo menos hasta que algunos sonidos inusuales llaman tu atención.

Tras presionar el botón de apagado del monitor, se asomó por la ventana de la sala para descubrir el causante de aquellos rechinidos de madera. No vio más que a su par de mascotas con el pelaje erizado mirando con recelo un rincón obscuro de la calle. Ruben buscó en la obscuridad a lo que las gatas maullaban pero tras el sonido de un azote, las felinas huyeron asustadas.

—Seguro había un perro u otro gato—, pensó dirigiéndose a su cuarto.

Caminó a través de la sala pasando justamente a un lado de un pequeño armario donde su madre guardaba los utensilios de limpieza entre algunas otras cosas que ya no se usaban. Al momento de pasar frente a la puerta bostezó, cuando los oídos se le destaparon, oyó un reloj de esos que solo se ven en tiendas de antigüedades.

— ¿Y ese sonido? —Se preguntó deteniéndose frente al armario y recordando que era la primera vez que oía un reloj estándar desde hacía mucho tiempo. Las campanadas de aquel invisible artefacto cesaron, después de haberse contado exactamente doce. —Tal vez los vecinos compraron uno, que molesto.

Dio un primer paso para retomar su andar cuando de dentro del armario oyó que tocaron como si llamaran para salir. Giró su cabeza para mirar con extrañeza la puerta, otros tres golpes se volvieron a oír y finalmente se decidió a abrirla, una escoba cayó al suelo.

—Que lata—, murmuró recogiendo el objeto y en su mente analizó que aquellos golpes no eran precisamente de la escoba cayendo sobre la puerta. Metió el artículo de limpieza de nuevo en su lugar y metió la cara buscando lo que pudo haber provocado los sonidos. —Tal vez se cayó algo más.


Quiso prender la luz del pequeño cuarto, pero al estirar la mano para alcanzar su objetivo, sintió una palmada en la espalda que lo obligó a entrar al armario, la puerta se cerró y él volteó rápidamente para tratar de escapar. Por más que giraba la perilla y jalaba, no lograba salir de ahí, estando en la obscuridad sintió como si el cuarto se hiciera cada vez más pequeño y la desesperación se apoderaba del chico. Logrando recobrar el juicio, encendió el foco mirándose solo en un cuarto más amplio de lo que percibía en la obscuridad. Miró la perilla y con tranquilidad la hizo girar, empujó con suavidad y sin problemas se abrió.

Impresionado, sentía la agitación del corazón, miró para todos lados sin hallar a quien pudiera empujarlo, volvió a meter la cara en el clóset, no vio nada inusual, apagó la luz y cerró la puerta. Aún con la mano en la perilla no dejaba de pensar lo que había pasado y cuando quiso ir a su pieza, los golpeteos en la puerta volvieron a oírse.

No había un ritmo o patrón en los golpes, tomó su celular que tenía integrada una lámpara y abrió la puerta alumbrando la habitación. No había nada.

Sintió como el pulso le subía, pero antes de salir corriendo temeroso, dejó entre abierta la puerta del armario, esperó con paciencia y los golpes volvieron a oírse, se asomó en la abertura de la puerta y entre la obscuridad y el rayo de luz del comedor que apenas llegaba dentro del armario, vio una cara con una sonrisa macabra, los cabellos rojos despeinados y en los ojos de aquel ser solo podía percibirse la locura.

Pálido, azotó la puerta colocando una silla atrancando la puerta, corrió a su cuarto donde se encerró y en toda la noche no pudo cerrar los ojos, estaba atento a cualquier sonido.

En la clase de análisis de textos, Rubén fue el primero en presentar su tarea; después de haber sido reprendido por la omisión del marco histórico, contó con detalle lo que la noche anterior había vivido, aún en su rostro, podía notarse la palidez de su miedo. Durante el relato, sus compañeros no dejaban de reír, pensaron incluso que él mismo lo había inventado para hacer burla del profesor.

— ¡Les digo que de verdad pasó! — Exclamaba desesperado. — ¡Yo lo oí y lo vi!

—Ya basta de inventos Rubén—, Alfredo llamó la atención de su alumno—, si no quieres decirnos a que le temes no es para que andes inventando cuentos como esos.

—Pero usted dijo que lo de sus historias daban miedo, pensé que eran mentira pero…—

—En primer lugar, no son mis historias, son obras de Edgar Allan Poe y segundo, en La Máscara de la Muerte Roja, es sólo una metáfora y en El Gato Negro, es un juego psicológico del que se vale el autor para llegar a los miedos de la gente—, explicaba el profesor suspirando—, con esa imaginación podrías escribir tus propias historias para convertirte en un escritor, pero primero deberías mejorar esa autografía tuya y tomarte las cosas más enserio.

—Pero…—

Nadie le creyó al pobre Rubén, sólo Jeovani y Ricardo, por mera curiosidad, lo acompañaron a su casa para comprobar la historia. Al llegar a su casa, la silla ya no estaba, María la había quitado y los tres muchachos se asomaron con cautela dentro del armario.

Jeovani, el más curioso de los tres, metió la cabeza y dio un resbalón que lo dejó dentro del clóset, la puerta siguió abierta gracias a que Ruben mantenía la mano en la perilla, pero cuando aquel que había resbalado levantó la cara, vio aquella máscara de halloween que Rubén había mencionado en clase.

— ¿No manches a esta cara te referías? — sacó la máscara de “el muñeco acecino” mostrándosela al dueño.

—S… si—, contestó dudoso— ¿Pero cómo te explicas esos sonidos? ¿Y las gatas? ¿Por qué no pude salir? ¡Alguien me empujó!

Ricardo entró al armario para buscar respuesta a las preguntas que había formulado su compañero, pegado a la puerta, , había un cartel con un delgado marco de madera, un silbido se oyó de repente y notaron una brisa que entraba de un agujero en la pared.

—Cuando estaba yo adentro no se oyó nada—

El joven de piel más clara entró al armario cerrándolo, poco tiempo después salió dando de carcajadas ante lo que había descubierto.

—No manches gûey, es que cuando te metes, evitas que el aire le llegue a tu poster ese—, seguía tratando de hablar ya que no podía dejar de reír. —Tal vez del miedo ni cuenta te diste y en lugar de empujar la puerta, la jalaste.

Ruben estaba incrédulo, hacía memoria y Ricardo tenía razón, del miedo no sabía lo que hacía, tampoco había sido empujado, recordó que pisó algo que lo hizo resbalar y seguramente lo que sintió había sido precisamente ese mismo poster que con el impulso de su resbalón, había alcanzado a tocar su espalda, además, las campanadas de ese reloj bien pudieron ser de alguno que los vecinos compraron.

Jeovani y compañía no paraban de reír, le hacían burla al que llamaban su amigo acercándole la máscara y fingiendo una voz espectral. Ante aquellos sucesos, ni siquiera le dio importancia a lo que pudieron haber maullado sus mascotas y se sintió como un completo imbécil.

—Bueno, si este es tu fantasma, mejor ya me voy—, terminaba de reír el joven de la gorra roja—, pensé que esto estaría más interesante pero parece que solo vine a reírme.

—Yo me voy contigo Richard—, tomó su mochila el segundo joven—, No manches Rubén ¿Quién se asustaría por un par de gatas maullando o la cara de un gûey con cabello rojo?

Ambos volvieron a reír con estruendo, les daba gracia echar en cara las palabras de su compañero que había usado con el profesor.

Rubén fue tras de ellos hasta la puerta, parado en el marco de la entrada los vio alejarse por la calle. Al llegar a la esquina, un gato negro maullando fuertemente se atravesó en el camino de ambos muchachos.

— ¡Pinche gato! ¿Qué le pasa? — replicó Jeovani.

Y lo último que el primero de los incrédulos de nombre Ruben vio, fue a su par de amigos ignorar al gato y ser seguidos por un espectro, que en palabras de Edgar Allan Poe serían: “El personaje era alto y descarnado, rodeado de un sudario de la cabeza a los pies. La máscara que ocultaba su rostro representaba tan bien la fisonomía de un cadáver tieso que el análisis más minucioso hubiera difícilmente descubierto el artificio.”

FIN

Texto agregado el 08-12-2012, y leído por 86 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-12-2012 un cuento que va de menor a mayor... excelente hasta que se van desilvanando los misterios... luego me parece que decae un poquitin hacia el final... pero merece * sin dudas seroma
08-12-2012 Parece que el profesor logró sensibilizarlo. La literatura vivida se vuelve real. La fantasía se concretiza, las imágenes toman cuerpo. Y los insensibles-como el del cuento- hasta se asustan. Saludos. Buen cuento felipeargenti
08-12-2012 muy extenso, pero bueno. Escribes muy bien. rovalos
 
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