Aquel domingo, rompió la vieja rutina de los seis últimos años.
Entró a una iglesia católica. Fue a misa.
¡Si algún conocido lo viera! Quizá se sorprendería. Seguro, no lo creería. Tal vez, menearía la cabeza diciéndose: " si este soberano hereje cayó en la trampa, qué me queda a mí".
...Si alguno lo viera...
No era que nunca hubiera ido a un templo del Señor a una ceremonia litúrgica. De joven, cuando creía, cuando pensaba que había un Dios que castigaba a los malos y recompensaba a los bueno, cuando se portaba bien, cuando miraba al cielo pensando que allí estaba el superhéroe máximo e iba a una iglesia para encontrarse con El, porque le habían asegurado que era su casa...ja...cuando creía. Hermosa edad la de la inocencia.
Ocupó un banco largo y gastado en la última fila. Bien atrás, bien al fondo. Como avergonzado, inseguro entre tantos rostro desconocidos, pero, idénticos el uno al otro. Siempre con la inquietud de que alguien lo reconociera. O que el buen Jesús no lo admitiera y lo expulsara, exponiéndolo ante todos.
Escuchó el sermón. Copió el ritual. Se sentó y levantó cuando todos lo hacía. No supo que hacer cuando el sacerdote ordenó: "oremos".
Justamente la prédica versó sobre el hijo pródigo, del retorno de la oveja extraviada al redil. Por un momento se sintió identificado. Sus pensamientos eran girones de niebla. Bruma espesa de recuerdos olvidados.
La liturgia terminó. La mayoría fue por "el cuerpo de Cristo". La iglesia cantaba. El corazón de los fieles palpitaba alborozado.
Sintió un ambiente como a tierra sagrada, como si su golpeteo constante a las puertas del cielo (la canción de los guns and roses), por fin hubiese sido escuchado.
Como es habitual en este tipo de ceremonias, las manos se extendieron y estrecharos. Algunos se abrazaron fraternalmente. Algunos se aproximaron a El. Experimentó con náuseas, las palmas calientes y sudorosas. Otros acercaron los labios a sus mejillas. Sintió sus besos fríos y viscosos. Sintió repulsión.
Judas se cruzó sonriente y burlón por su mente.
Afuera, a la salida, el sacerdote saludó a uno por uno. Cuando le tocó a él, creyó ver una mueca de sarcasmo en el rostro del cura gordo y ensotanado.
Caminó por la ancha vereda de la avenida.
El frío de la mañana pareció arrancarlo de su enajenación.. Recordó su presencia en la misa como si recién despertara de un mal sueño.
Sólo rememoró la aversión que lo invadió con los besos de los fieles y el estrechar de manos del sacerdote.
Y pensó consternado...
"El mal me ha vencido otra vez"... |