Alguna vez te esperaré en algún café de la ciudad...
Quizás me saque bajo la mesa, mi compromiso bañado en oro.
Miraré constante y discreta cada vez que suenen las campanillas de la puerta.
Acomodaré mi blusa, abrochando el botón del escote para que no leas mis latidos. Me cruzaré de piernas y posaré infantilmente mi cabeza sobre mi mano.
Para calmar la ansiedad, miraré por la ventana el desfile de felices parejas, niños correteando, ancianos solitarios... y no sabré cuál es mi lugar.
Confirmaré cinco veces que ya ha pasado mas de un cuarto de hora; decidiré pedir un Te, pues a esas alturas, el café ya habrá acabado con mi salud.
De repente llegaras… no voltearé a mirarte, tocarás mi espalda y yo, con los ojos cerrados, buscaré en el recuerdo aquella caricia.
Te sentarás frente a mí, pedirás un Submarino, pues nunca habrás superado tus gustos adolescentes.
Me sonreiré y te hablaré de mi vida, sin mentiras, sin verdades que duelan, porque al fin habré aprendido a manejarme con orgullo, y tratarè que de ningún modo percibas cuanto he esperado este momento…
Te contaré de mi vida estable, de mi gran marido, y mis bellas hijas, futuras profesionales. Te recalcaré mi felicidad y ocultaré mis penas, mis frustraciones. Nunca mencionaré que no haberme retirado a tiempo me arrebató la felicidad…
Vos hablarás de tu vida, de tus viajes, de tu trabajo, de tus pasiones, desamores y amores, reflexionarás un poco sobre tu infelicidad, pero la compensarás con las cosas bellas de la vida. Me darás aquella sonrisa resignada, y sin que te lo diga sabrás cuánto desearé que ese momento no se acabe.
Terminaras abruptamente la cita, pues seguro “se te hará tarde”.
Te acompañaré hasta la calle y te despedirás con un roce inadecuado. Caminarás lento y sin voltear.
Te veré ir y seguramente una lágrima como la de aquellos tiempos lloraré.