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COMO HERMANOS

Los vi una mañana que sentado en una de las bancas del pequeño parque cerca de casa, leía algo sobre la Revolución Francesa. Seguramente llamaron mi atención inicialmente también por que no había nadie más en los alrededores quien lo hiciera.
Aparentemente eran de diferentes edades y quizás el de menor contextura era el mayor. No podría asegurarlo, pero eso es lo que yo intuía.
Cruzaban delante de mí el camino central del parquecito. Caminaban lentamente debido, al parece, a un problema en la cadera del mayor por lo que el acompañante retenía sus paso y a propósito los hacía lentos o se detenía un poco en el camino, como distrayéndose con alguna planta o algún ave que se posara en alguna rama cercana. El semblante del otro reflejaba el esfuerzo que ponía al caminar pero no cejaba en su empeño de tratar de emparejar el paso del menor.
En la distancia los imaginaba conversando de algún tema intranscendente porque no notaba ninguna variación en los gestos, más allá de quedar detenidos un momento al borde la vereda, pero creo que era más para dar un descanso a la cadera que para centrarse en el tema.
Poco a poco me fueron interesando su proceder. Era como una especie de curiosidad de ver repetir cada día ese ritual caminar por el barrio, desde el parquecito hasta una o dos cuadras más allá. En este interés fui recopilando algunos datos, silenciosos, sin consulta alguna, sólo como resultados de la observación:
El, digamos mayor, vivía un lado del parque; era una casa ni modesta ni ostentosa, con un portal amplio sombread por los altos árboles del vecino parquecito. Seguramente podría pasar gran parte del día tendido en esa entrada, arrullado por el trinar de las aves, y el paso de la gente distraería su mirar algo taciturno.
El otro, el menor en edad pero algo más corpulento, vivía en la casa exactamente a la espalda del primero. Casa de más reciente construcción y de líneas diferentes, pero de una economía parecida y sin mayor ostentación.
Llegue a la conclusión de que cada mañana, y a veces no se por que motivos algunas tardes, en que se repetía el paseo, desde esa casa se iniciaba el encuentro de estos dos personajes que habían capturado mi interés por el trato, comprensión, cariño y compañía que se dispensaban.
El más joven y de mayor altura, salía de su casa y encaminaba sus pasos vivamente hacia el parquecito, bordeando a veces la esquina hacía la avenida, que resultaba un recorrido más largo, y a veces, bordeando la esquina hacía dentro de la urbanización. Siempre el paso era el mismo, ni más rápido ni más lento, por lo que el motivo de escoger uno u otro camino, no era la premura.
Cuando se acercaba a la casa del diario compañero, ineludiblemente el mayor ya estaba saliendo de su casa. Me preguntaba si había algún tipo de coordinación o simplemente era esa especial relación entre ambos que le daba el alerta de que ya llegaba el menor.
El saludo era muy afectuoso y a veces llegaba a sentir una sensación de no contar con el afecto de nadie en esa igual medida. Seguramente intercambiaban algunas palabras, digo, alguna coordinación de último minuto, como el no ir por el centro del parque sino bordearlo, o bordearlo pero por el otro lado de ayer.
Invariablemente primero paseaban por el parquecito, como calentando motores y luego enrumbaban hacía el lado de mi casa, a unos ochenta metros, compartiendo esa misma acera con el parque.
Muy pocas veces se aventuraban, seguramente por la complicación de la cadera, a cruzar la pista y andar una o dos pequeñas cuadra más.
Pero cuando el pequeño, seguramente no amanecía de todo bien, el paseo se restringía a unos metros más allá del parquecito, y desandando sus pasos, volvían más directamente hasta la casa del frente, al lado del parque en que el menor dejaba a su compañero y enrumbaba a la suya propia.
No me atreví en mis averiguaciones a tratar de saber si eran hermanos, parientes o especialmente unidos por una gran y hermosa amistad. Yo estaba seguro que si hubieran podido, no hubieran andado por estos caminos sólo lado a lado sino abrazados.
Al menor lo vi muchas veces por otros lugares, bastante lejos del barrio, con un comportamiento diferente al que ofrecía y regalaba al amigo con la minusvalía. Pero eso justamente por eso, hacia maravilloso que en la incapacidad espiritual que otorgamos a los hermanos menores, sintiera que esos dos perritos, unidos por un sentimiento, se quisieran tanto.

Texto agregado el 05-12-2012, y leído por 160 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-12-2012 Una historia encantadora. ojalá muchos humanos fuésemos así. Me encantó tu relato. Mis estrellas. Magda gmmagdalena
05-12-2012 los perrodehabas o los perros de ates, eh? eh? marxtuein
05-12-2012 Me encantó su narración, definitivamente los perros son maravillosos. Carmen-Valdes
 
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