Cuando uno camina por una avenida llena de carros que arrojan veneno e injurias, uno se pone a pensar. Todo tipo de vehículos pasan por ahí. El camión de la basura es un vehículo particularmente llamativo por su desagradable olor y los sucios y oscuros hombrecillos que van pescados a la parte de atrás. Yo soy un desempleado que camina rumbo al casino o rumbo a la casa de regreso. Tengo muchas preocupaciones, pero no soy el tipo de la basura, ni el licenciado que va en su coche, ni el funcionario, ni la señora que tiene una pequeña fonda. Tampoco soy el policía. Y de todos modos la vida sigue. La ciudad mal que bien sigue en movimiento, con sus restaurantes, sus tiendas de ropa y sus juzgados y hospitales. Por ahí pasan todos ellos. Algunos andan en buenos coches, otros andan en el camión público, que es una incomodidad. Todos buscamos esos tickets que se llaman dinero, y nos los intercambiamos por servicios y así, la mayoría trabaja. Eso es la ciudad básicamente y eso es el mundo. Todos terminamos perdiendo la vida, de una u otra forma, y eso nos convierte en un montón de perdedores asustados que tan sólo pide no ser el siguiente en la lista negra. Y así es como todo sigue funcionando. La miseria está por todos lados, y también hay opulencia. La gente casi siempre tiene que dedicarse a algo aburrido casi todo el tiempo de su vida para sobrevivir. Y también hay dolor y frustración y gente que dice ser feliz pero no lo es. Hay risas que son lamentos. Yo soy uno de los miles de millones de humanos. Tal vez especial, tal vez no. El sistema me permite comprar una esperanza, aunque soy un bueno para nada. También hay muchos delincuentes sueltos. Cuando uno muere, hay alguien que se dedica a enterrar y arreglar esos asuntos, a cambio de unos cuantos tickets. |