Miro hacia un futuro que no llegará,
desde un lugar en el que nunca estuve.

Gozo de tu contemplación,
y adormecido,
me finjo ajeno a tu presencia afable.
Te observo en la umbría de tu cuarto,
vuelto hacia mí tu rostro
desde el extremo en sombras de tu lecho.
Yo oculto mi reserva
y sopeso mi alterno estilo,
mi gesto cambiante al paso de tu caricia,
la zozobra de mis brazos
sujetos a tu talle transparente.

Un tiempo dilatado, una espera,
una pausa tras el asombro de mis nervios.

Hemos resistido el alba,
que acudía pidiendo su alimento de sueño.
Hemos vencido la tiniebla glacial
que anunciaba su reto con silencios de bronce.
Un desafío agudo como el filo de un sable,
viscoso como el envés de una larva.
Por momentos me he olvidado de sufrir
por ese ayer que no termina de pasar.
Por ratos me he librado
de la intolerante soledad de mis huecos
mientras rozo el candor de tu atavío.
Y me he rendido a veces al deseo
de adherirme a ese nudo
que enlaza con tus hebras mi dicha,
exponerme sin miedo a tus cuidados,
desnudar mi piel ante ese chispazo cristalino
de tu mirada como azúcar disuelto.

Miro hacia un futuro que podría llegar,
desde un lugar en el que acaso estuve.