Segunda patita
La tierra. Y las letras…
Aprieto firme mi mano
Y hundo el arado en la tierra
Hace años que llevo en ella
Como no estar agotado…
Vuelan mariposas, cantan grillos
La piel se me pone negra
Y el sol brilla y brilla y brilla,
El sudor me hace surcos
Yo hago surcos a la tierra sin parar
(Victor Jara.: el arado)
“La tierra nos da la vida” decía Raymundo, y la amaba como a su madre, a veces en algunos atardeceres se le veía sentado en la silla de su caballo alazán mirando al mar y volviendo la cabeza para mirar la tierra, otras tantas, bajaba de su montura la manta larga que siempre llevaba, quitaba la silla al caballo y se tiraba boca arriba a mirar el cielo desde su tierra, su mapu o su pachamama explicaba. Había nacido hacía años en esas tierras que miran el mar y las llanuras, nació en los tiempos en que los trabajadores debían bajar la cabeza y quitar el sombrero cuando pasaba el patrón o la patrona o el ministro (administrador) no le gustaba mucho ese trato. Su niñez, descalzo por los cerros, sin escuela por que los amos nunca quisieron llevar una al fundo; al murieron los viejos dueños, los hijos se dividieron la tierra en partes iguales, Raymundo quedó con la patrona, la que en un viaje por Europa, se enamoró y se trajo a un francés como marido, este, según se decía, no era de los trigos limpios, más de alguno comentaba que había escapado ya que lo buscaban por crímenes en la guerra pasada, así que jamás salía del fundo, el monsiú, era como los bomberos de Ray Bradbury en Fahrenheit 451, “un libro en las manos de un vecino, es un arma cargada. Quemalo” el monsiú amaba la frase de Bradbury, indicando que los inquilinos y empleados no requerían saber leer por que p´a rascarle el poto la tierra solo necesitaban manos fuertes, y válgame dios si encontraba algún libro o periódico en casa de alguno de ellos, se los llevaba y quemaba, --es peligroso-- le decía a los pocos amigos, “la lectura es cosa que les meten en la cabeza los rojos y a esos hay que tratarlos a balazo limpio”.
Con el paso de los meses, ambos, el Raymundo y la Rosa decidieron casarse, la Rosi, mujer práctica sabía imponer sus puntos de vista a su marido, celosa sin ser obsesiva, pero, decía que, “a su marío ninguna china del fundo se lo iba a usar y tampoco de los campos vecinos”, trabajaba a la par con su Raymundo, de su matrimonio nacieron la Rosa y la Flor, en el segundo parto la cosa se le puso difícil a la comadrona que ayudó a sacar a la Flora, demás está decir que, ambas nacieron en el dormitorio del matrimonio y es que, el hospital mas cercano estaba a unos 40 kilómetros y como a los chiquillos se les ocurre tocar la puerta a las horas más increíbles, de madrugá tenía que partir el Rey a buscar a la comadre, de cualquier manera si esta no hubiese estado, el Ray se las habría arreglado para traer a la tierra a sus florecitas, luego de nacida la Flor, ambos fueron al hospital para que el medico revisara a ambas, madre e hija, el doctor se las cantó clarita, al pan pan y al vino vino, “si la Rosa queda embarazada nuevamente, se puede morir ella o la guagua o las dos” así que recomendaba operar, conversaron harto con el doc, este les explicó con detalle la situación, y como en el campo la vida es mas natural y en esos años más aún, el Rey, entendió al tirito al doctor, le preguntó ¿Doctor, somos parecidos a los animales? Bueno, de alguna manera si le respondió el doc, mire, le dijo el Rey, --en la primavera a veces si no llegamos a tiempo al ganado, hay ovejas que se mueren en el parir, y la Rosi no es oveja, pero, si hay peligro, hay que hacer algo, no quiero que se me muera mi mujer doctor-- y, si me tiene que operar a mi, me opera, el doctor le pidió que saliera a Raymundo quedándose solo con la Rosa, --buen hombre tenís Rosita--, --lo se— dijo ella; un par de meses después operó a la Rosa así que no siguieron buscando el hombre, pero aún así, eran un grupo muy unido y con mucho amor, el que no disminuyó con los años.
Su casa, de ladrillo botado, antes había sido una casa de inquilino, de madera, mas bien traslapo o cantonera de pino, que no es otra cosa que la primera tabla que se saca, la tapa; y con piso de tierra; la nueva que les construyeron tenía tres dormitorios cocina y baño, que poco podía usarse por falta de agua corriente.
Cocinas a leña y en el patio un inmenso horno de barro en el que cocía pan un par de veces a la semana y algún domingo le hacía al Rey y las niñas unas ricas empanadas bien caldúas, los lugareños decían que: las mejores empanadas de la zona, eran las que amasaba y cocía la Rosi.
Con los años y sin energía eléctrica, habían logrado comprar un TV con el sueldo escaso y algunas cositas que vendía la Rosita en la ciudad, dos baterías de camión eran las que alimentaban el aparto en donde cada tarde las tres mujeres desbordaban de emoción al ver sus teleseries.
En las mañanas a eso de las seis partía Raymundo a las casas patronales con su lechero y la bolsa para recibir la leche y las galletas correspondientes para el día, luego de desayunar ensillaba su yegua alazana, y se iba a los campos a ver su piño de ovejas, acompañado de los perros llevaba al ganado de un potrero a otro o a los corrales para marcar, esquilar en la primavera o desparasitar, siempre había algo que hacer, le gustaba el trabajo de a caballo ya que eso le permitía estar mas lejos de sus patrones o del ministro, no le quitaba el cuerpo al trabajo, pero, eso de agachar el moño ante alguno, eso si que “le hacía hervir la mierda” como él decía.
Y llegó el conocimiento a los fundos de la zona:
La doña dejó que el francés dirigiera la parcela a su antojo, lo dejaba hacer, éste, una de las primeras cosas que realizó, fue buscar a dos inquilinos que supiesen pegar ladrillos, modificó con ellos la entrada a la casa patronal, dos columnas de ladrillo se alzaron, colocaron un par de vigas que las unían por arriba y de estas colgó un bello adorno. En uno de sus paseos encontró arrumbado un cepo de manos, llamó a dos hombres, les hizo que lo limpiaran bien, colocó un par de grandes cáncamos de acero y colgó el cepo de manos a la entrada al fundo, no dejaba de impactar ver allí, colgado, el instrumento que hacia años había servido para castigar a los abuelos o bisabuelos de muchos lugareños por alguna falta menor. Era la manera de mostrar autoridad; si andaba acaballo a un lado mantenía un fusil siempre cargado, de no, en el jeep iba su arma. .Sólo que no tomaba en cuenta que las cosas iban cambiando en este país, lo primero que cambió fue que uno de los gobiernos construyó una escuelita de solo dos salas con un maestro y una profesora, el gobierno utilizó una tierra que lindaba con el camino real, allí cada mañana llegaban niñas y niños colocados en ambas aulas de acuerdo a sus edades, y aprendieron a leer y escribir, Raymundo estaba feliz con la escuelita. Él conocía la tierra y sus frutos, pero quería saber más del mundo, uno de sus mas grandes sueños, era, saber leer y escribir, aunque solo fuese su nombre el que colocara en el papel, así qué, cada tarde cuando llegaba de la faena diaria llamaba a sus hijas y les pedía le mostrasen los cuaderno de las tareas --Rosi, Flor, tráiganme sus cuadernos para revisarlos— la Rosa chica, sonreía por que ya sabía lo que quería su amado padre, una a cada lado, Raymundo miraba los cuadernos y preguntaba a las hijas lo que había escrito, La Rosa chica con calma le pronunciaba las letras, para recordar ella y que oyese su padre, la flor, era mas atarantada, así que lo que quería era que su Rey, terminase luego para ver teleserie y jugar, luego, le pedía el silabario y quedaba mudo navegando en un mar desconocido, con el mismo respeto y temor con que navegaban los marinos de la antigüedad, “vaya a ver tele hija, o a jugar y déjeme los libros acá” los tomaba y se iba a su cama a mirarlos y recordar lo que la hija le había enseñado, así junto a ellas aprendió a leer y escribir, y si, ya que también había comprado al falte un par de cuadernos para anotar él mismito las lecciones, pensaba que la hija no sabía, pero, esta era lista como la madre, en la escuela le contó a la maestra, ésta, solo sonrió, nada mas dijo, de cuando en cuando, le prestaba algunos libros pequeños a la niña Rosa y le decía que se los entregase a su padre, y Raymundo supo por que los amos no querían que supiesen leer ni escribir; Manuel Rojas y su “Vaso de leche” o su “Hijo de ladrón” Coloane y su “De como murió el Chilote Otey” Lillo y su “Filón del diablo” y como reía cuando leía “Cañuela y Petaca” un día leyó a Neruda y le dijo a la mujeres de su casa, que –Por lo que dice acá el poeta, es que los patrones no quieren que leamos— guen dar, cuantos años perdí por no saber leer, se decía para si.
Como yugo de apretado
Tengo el pecho esperanzado
En que todo cambiará, cambiará.
El arado…
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