Borya
Ya son las cinco, el último sol de la tarde, rompe las rendijas de las persianas e irrumpe doloroso en los ojerosos luceros que denotan la última corrida; son las cinco, empieza un día más sin que el sol roce su piel; casi con miedo, como Nosferatu, esconde su rostro entre las sábanas y vuelve a su cabeza desordenada la imagen del toril y los clarines.
Son ya las cinco y media y una tarde más, como otra,
el polvo de los chinos trata de cubrir, torpemente,
los restos del alcohol y docenas de cuernos astillados, sin afeitar, topando contra sus nalgas, tras el capote rojo de su cintura anillada y su sonrisa de neón.
Van dando las seis, el trago apresurado, la última mirada a las medias, buscando la marca de los pitones de la noche anterior, cremalleras arriba, relleno en los pechos, rezos al Santo, ánimos en la cuadrilla.
La tarde noche va llegando y el paseíllo cansino hacia el coso, empieza, como cada tarde, una más, ¡Suerte!, palma con palma, amuletos sobre el pecho, últimos retoques a la coleta y el tirón definitivo al corsé.
La arena del dolor, limpia, brillante, está pronta para una nueva noche de ilusión y estrellas de neón púrpura.
Aguilagris |