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Inicio / Cuenteros Locales / Uncas / Nelson, “el mendigo investigador”* en: “Yo no me lo tiré, loco...” (Una historia negra y despareja -como la cotorra de tu vieja-)

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*Aclaración inicial: Por respeto a la naturaleza fétida y desnutrida del personaje, por favor evite bañarse o comer durante la lectura del presente texto.



Los dos tipos revisaron todo: la puerta de chapa del galpón, el volquete en el que dormía una familia de peruanos con tuberculosis, el asiento trasero de un (Jean) Renó 12 abandonado, y nada... Imposible ubicar el origen de ese terrible olor a placenta podrida. Por fin, volaron cuatro cartones de un rincón y, chupando la suela de una zapatilla Flecha, Nelson saludó con un “Guén día, manga de trolos” para, enseguida, reventarse un grano del codo con los dientes. “Qué hacemos ¿lo cagamos a patadas o traigo al perro para que se lo serruche?” preguntó uno. “¡Tas mamado! Mirá si al Toby lo voy a obligar a que se culee a este mugriento... Trae el bidón con kerosene que lo voy a dejar como vela de cumpleaños a este negro de mierda!”. Rascándose los testículos con una tapa de coca-cola, el mendigo puso las cosas en claro: “Miren, pijas de adorno, yo no quiero drama. Si me dan laburo con ustedes, no les lleno el culo de lechita. Sino, me los emperno”.

Aputasados por la sugerencia, los dos tipos decidieron contratarlo (a ver si todavía el croto se los marroneaba y, encima, les gustaba) Una hora más tarde, Nelson ya manejaba el rastrojero de “Fletes Matraca”. “Escucháme, muerto de hambre: ahí atrás tenés un pedido, lleválo a Sarandí 438. Y ojo con mearme el asiento”, le marcó uno de los tipos. “Listo”, dijo Nelson y, disimuladamente, se bajó el pantalón para, ya desprovisto de calzones, empezar a rascarse el culo con el asiento de cuero. “Vas a ver el perfumito a catinga que te voy a dejar”, pensó, para después enganchar primera y tirar a la mierda el carro de un cartonero que, justo en ese momento, se retorcía en el piso y vomitaba espuma producto de un ataque de epilepsia imprevisto. Al llegar a destino, una mujer montada en una mountain bike que, como haciéndose la boluda esperaba en la vereda, le cortó el paso: “Lo que traes es para mí, baranda a mierda. Dame el paquete con las tripas”. “Pará, pará, malcojida... me tratás bien o pongo dura la garcha y te embarazo, ¿estamos?”, clamó Nelson, ya con el pito negro de sarro entre los dedos. Tras pensarlo dos veces, la mujer pidió disculpas y se acercó al rastrojero.

“¿Se puede saber qué tiene el paquetito?”, consultó el mendigo investigador. “Nada que te importe, croto de mierda”, rió la mujer y, tras subirse a la bici, salió a los pedos por pleno Sarandí. “Esta no sabe con quién se metió”, masculló Nelson y, rastrojero en tercera, procedió a seguir a la mujer por la calle en cuestión. Luego de seguirla unas cuantas cuadras, el mendigo investigador comprobó que la tipa encaraba a fondo la vereda y, tras esquivar una toallita femenina que, ensangrentada, estaba siendo chupada por 4 chicos con Síndrome de Dawn recién escapados de un reformatorio, se metía con bicicleta y todo dentro de un típico mercadito coreano franqueado por rejas celestes. Luego de escupir un jugoso garso por la ventanilla, Nelson bajó del rastrojero y se acercó a la caja del super “El Vietnamita hemofílico” para hacer averiguaciones. Al instante, un coreano mezcla de mexicanote mamado con negro somalí recontra cagado de hambre se acercó al mendigo investigador. “¿Qué te pasa, la concha de tu hermana?”, lo saludó el amarillo. “Nada, hijo de pu... vi entrar a una zorra en bici a este galpón con olor a huevo y quiero saber qué está pasando”, replicó Nelson. “Lo que esté pasando acá a vos te tiene que importar un choto ¿entendiste, putito? Mirá: rajá del super o te traigo a mi primito, Jorgito ‘mangrullo de porongas’ Chou, y te deja el upite como un fiambrín... ahh, dale, volá... volá...”, cacareó el alimentado a arroz.

Ya en la vereda, el indigente decidió implementar una nueva estrategia: se echaría una cacona sobre el teclado de la máquina registradora y, para hacer más efectivo el interrogatorio, le lamería el pito a un gato con sarna para provocarse vómitos. De este modo, asqueado por la escena, el chino largaría el rollo... Tenía razón: concretado el sorongo (que, duro y pintado de ágiles gusanitos blancos, despedía un halo calentito sobre el teclado numérico de la herramienta cobradora) no había comenzado a manosear a un ejemplar de angora muerto -que había encontrado colgando de un cable de la luz- cuando el mezcla de mexicanote mamado con negro somalí recontra cagado de hambre confesó todo: el mercado era una simple pantalla solventada por una organización de judíos resentidos que, hartos de degollar palestinos y hacer jabón con travestis de Constitución, se ocupaban ahora de juntar mucha guita traficando mondongo paraguayo para trasplantes.

Rápido de reflejos, Nelson tomó el celular del supermercadista oriental y procedió a llamar a la comisaría más cercana. Un rato más tarde, y mientras el mendigo investigador aprovechaba para meterle un paquete casi entero de grissines en el ojete a una formoseña que cortaba cantimpalo en el lugar, media docena de policías fumando paco tomó posesión del comercio. “Vení, malparido, que vinimos con la televisión, así ven que los de la departamental hacemos algo y no estamos todo el día haciéndonos la paja mientras miramos el programa de mascotas de Raúl Portal”, sugirió el comisario Telerman. Sin pedir permiso, una cámara se abalanzó sobre Nelson.

“Hola, pija seca, me llamó Sodrigo Rans y soy productor del noticiero ‘Último momento: Tenés el Opi Abierto’, no tenemos un sorete para poner, así que te vamos a mostrar a vos. No sé... tirate al piso, afanate un dodge 1500, bailá y meate al mismo tiempo... no sé, hacé algo y te filmamos”, explicó el televisivo. “¿Pero vos sabés quién soy yo, culo comilón? ¿No querés que te la chupe un rato también”, aclaró, ofendido, el indigente. “Bueno”, dijo el productor, al tiempo que se bajaba la bragueta... “Dame 10 mangos y te la dejo como un espejo...”, negoció Nelson mientras se acariciaba la encía únicamente poblada por un colmillo atravesado por 3 clavos y una muela verde de sarro pegada con cinta aisladora. Billete en mano, el mendigo simuló ponerse en cuclillas pero... Tras deslizarse suavemente pantalón y calzoncillo, Nelson liberó su silencioso, tradicional y venenoso pedo...

Como en otras oportunidades, el inesperado pedo olía a pañal de bebé sietemesino con diarrea. Y presa de esta nebulosa de SIDA en estado gaseoso, Sodrigo Rans se derrumbó, tirando tarascones al aire, sobre la vereda de “El Vietnamita hemofílico”. Consciente de la macana que se había mandado, Nelson trepó al rastrojero y enganchó primera. “Yo no me lo tiré, loco...”, gritó a los policías que se reunieron en torno al cuerpo mal perfumado del productor. Medio segundo después, Nelson pisaba el acelerador y se perdía en el horizonte... mientras volvía a rascarse el culo con el asiento de cuero de la pedorra camionetita.

Texto agregado el 02-12-2012, y leído por 144 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-12-2012 Es un cuento bastante intestinal. Quizá hayas leído a Lamborghini o como se escriba. Quizá no. Está bien escrito. fafner
 
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