VERDE, ROJO Y AMARILLO
Andrés fue al parque, como todos los domingos, luego de tanto ajetreo durante la semana, para él era la mejor terapia para combatir el estrés. Se sentó bajo la sombra del gran roble, su gran compañero de todos los fines de semana, encendió un cigarrillo y dejó pasar el tiempo leyendo el diario.
Él era un joven normal, a sus 25 años tenía buena situación económica y lo mejor de todo para él es que era totalmente independiente y amaba su libertad tanto como las deliciosas tardes de domingo bajo el gran roble. Tenía una manera de ser extrovertida, era alegre y sobretodo justo inteligente, todo lo necesario para llevar una vida tranquila, pero él sentía que algo le faltaba, se sentía sólo, a pesar de todos los buenos y fieles amigos que le ayudaban y apoyaban en todos sus problemas. Pero eso no llenaba el vacío que sentía tener en el alma.
Arrojó al suelo el cigarrillo y con el taco de su zapato lo refregó contra el suelo, como si tuviera algo en su contra. Luego tomó el diario y continuó leyendo. Aspiraba el dulce aroma de la dulce brisa que traía la primavera, escuchaba CXDSEW32el canto de los pájaros y el jugueteo de algunos niños que estaban en el parque; sin tener preocupación de los problemas que lo aquejaban.
Se levantó del banco y comenzó a caminar por el parque, se detuvo frente a un equipo de niños que jugaban con una pelota, se quedó mirando fijamente al niño que tenía en sus cabellos el color de un lingote de cobre y recordó lo que decía su abuela cada vez que veía a una de estas personas: "tendremos una sorpresa hoy, buena o mala, según sea la voluntad de Dios". Corrió una ráfaga de viento muy helado, que erizó todos los vellos del cuerpo de Andrés. La pelota con tocó una de sus piernas y lo arrancó bruscamente de la ensoñación en la que se había sumergido.
-¡ Tíreme la pelota, señor, por favor!- Le gritó uno de los niños.
Andrés la levantó del suelo con la punta del pie, haciendo algunas piruetas y dejando embobados a los niños, que impresionados, lo miraban. De un golpe la dejó descansar en su nuca, la hizo bajar por un brazo y la pateó hacia los niños que lo miraban atónitos.
-¡Gracias!- Le gritó el niño colorín, clavando fijamente sus chispeantes ojos en los de Andrés.
-¡Por nada!- Le respondió él, un poco nervioso por la fija mirada del niño.
Continuó su paseo entre los árboles y arbustos del parque, pensando siempre en lo que decía su abuela. Luego de un rato, de darle vuelta a esas palabras, pensó que eran cosas de viejas supersticiosas. Decidió irse a casa, miró su reloj y los juguetones punteros marcaban la siete cuarenta y cinco de la tarde, aspiró por última vez el dulce aroma del aire puro del parque y se fue a su casa.
Llegó a su casa. Esta era muy amplia, con un hermoso prado, en la parte posterior, que él mismo había cultivado.
Saludó muy cariñosamente a Jack -su perro siberiano y mejor amigo y compañero-, con una suave caricia detrás de las orejas.
-Jack, amigo mío, no sabes a quien me encontré hoy en mi paseo por el parque -le dijo a su fiel amigo, mientras se sentaba en el sillón a saborear el exquisito humo de su cigarrillo. -Con un niño que tenía la cabeza roja como un tubo de cobre y ¿sabes?, recordé lo que decía la abuela cada vez que veía un colorín: "hoy recibiremos una sorpresa, buena o mala, según sea la voluntad de Dios". Yo no creo en esas supersticiones de las señoras de los calzones hasta la rodilla, pero me quedaron dando vueltas por la cabeza, porque tuve una sensación extraña cuando vi al niño. Bueno, ya es muy tarde, mejor me iré a acostar. Mañana es otro día.- Diciendo esto se dirigió a su pieza, se puso el pijama, apagó el cigarrillo y se acostó.
-Buenas noches, amigo, que duermas bien- El perro le contestó con un quejido y Andrés se durmió. Comenzó a soñar con una mujer, tan hermosa como el fulgor del sol cuando se baña en el inmenso mar, tenía cabellos rubios y unos ojos verdes muy preciosos, como si fueran dos zafiros. Él la perseguía, corría detrás de esta quimera, poco a poco, comenzó a sentir desesperación, pero todo se calmó cuando sus labios se unieron a los candentes y rojos labios de la mujer.
A la mañana siguiente despertó como nunca antes lo había hecho, se levantó con una vitalidad muy extraña, sintió como si hubiese nacido nuevamente. Se subió al auto y se fue al trabajo
-luego de despedirse de Jack-. Sintió como si algo extraño lo arrastrara, obligándolo a desviar su rumbo, luego de un rato volvió en sí, cuando se dio cuenta que estaba sentado en el parque bajo el viejo roble.
Se sintió muy confundido, pero él estaba tranquilo. De pronto, y como un fantasma, apareció un viejo de patético aspecto, él quedó en un estado hipnótico.
-Una moneda, por caridad- Exclamó el viejo y Andrés se metió la mano al bolsillo y sacó un billete y se lo entregó -¡gracias, amigo mío!- exclamó el anciano palmoteándole la espalda como a un niño.
-De nada- Respondió Andrés.
-Joven, eres muy generoso y en premio a tu generosidad te daré un obsequio - El viejo metió su mano en el bolsillo y sacó una nuez. Andrés extendió su mano, en señal de aceptación del extraño regalo.
-¿Qué es?- Le preguntó extrañado.
-Es el regalo más importante que puede recibir una persona en la vida, es la felicidad- Le contestó el anciano.
-¿Cómo puede existir una cosa como tal?- Cuestionó asombrado.
-Dentro de la nuez está todo lo que necesitas para ser feliz. El poder de la nuez está basado en la fe que le tengas, tienes que creer en ella. Tu corazón te indicará cuando debes usarla.
-¿Es todo?- Agregó por último Andrés.
-No, no es todo. Dale un uso apropiado e inteligente y no dejes de creer en ella. No la tires por ningún motivo- Al concluir estas palabras el viejo desapareció entre los matorrales acompañado de una ráfaga de viento muy helado.
Pasó el tiempo y Andrés conservaba la costumbre de pasear todas las tardes de domingo por el parque, encontrándose en todas sus visitas con el niño de cabellera naranja.
Uno de esos días, Andrés conoció a una mujer muy parecida a la que veía en sus sueños. Sin darse cuenta, ellos se enamoraron. A él le cautivaron sus cabellos rubios y sus desplantes ojos verdes, en los que Andrés veía el incesante vaivén del mar. El se sentía el hombre más feliz del mundo y creía que nada, ni nadie, en la Tierra podía mitigar su felicidad. Con esto, Andrés perdió la fe en la nuez que le había obsequiado el anciano y se deshizo de ella.
Al cavo de un tiempo, Andrés le pidió matrimonio a Gabriela, dueña de los dos tesoros de él, el rubio de su cabello y el verde de sus ojos, que para Andrés era la luz del día y sin ella todo sería obscuridad y desolación, junto con los ojos verdes, que representaban la esperanza para poder vivir. Él, meditando la situación, comprendió que las creencias de su abuela eran ciertas, el color naranjo del niño del parque reprensentaba la sorpresa.
En el lugar que yacía el amuleto, comenzaron a ocurrir extraños fenómenos y en medio de la calle se formó un enorme forado.
Andrés y Gabriela, finalmente contrajeron matrimonio. Andrés al momento de ponerle la argolla en el dedo, sintió una sensación de miedo, tras el recuerdo de la imagen del anciano que le decía: "ten fe en el amuleto, pues si lo tiras se invertirá su efecto, y en vez de felicidad todo será amargura."
Pasó un corto tiempo y Gabriela le dio el primer hijo a Andrés. Nada había ocurrido y Andrés se sintió tranquilo.
Andrés completó su felicidad cuando se dio cuenta que su hijo tenía el cabello de color naranjo, como el niño del parque en sus tardes de domingo, y creyó tener completo su tesoro. El cabello de Hernán -su hijo- le traía cada día el motivo de luchar por vivir, junto con los ojos y el cabello de Gabriela sentía que poseía la mayor felicidad del mundo, lo que para él formaba el concepto del amor.
Pasaron cinco años y Gabriela se dirigía al trabajo de Andrés en compañía de su hijo, pero el destino quiso que Gabriela pasara por la calle donde la nuez había germinado en forma de una enorme zanja en medio de la calle, y el auto donde iba con Hernán se volcó.
Llamaron a Andrés desde el hospital, para comunicarle la suerte de su esposa y de su hijo. Cuando se lo dijeron, Andrés sintió el filo de una hoja de acero atravesándole las entrañas. Acudió rápidamente al hospital y vio que su esposa había quedado completamente calva y con severos daños en los ojos y su hijo corrió la misma suerte, habían quedado completamente calvo. Salió de la habitación y se sentó en la sala de espera con los ojos inundados en lágrimas, se le acercó el doctor y le comunicó el estado de su familia, el tesoro más preciado para él.
-Su esposa sufrió leves quemaduras pero un grave daño en los ojos, quizás irreparable. -Le confesó el médico.
-¿Hay posibilidad de muerte, doctor? -Cuestionó fríamente Andrés.
-Lamentablemente si, querido amigo, pero haremos lo posible. Ambos perdieron mucha sangre y su tipo es muy raro encontrarlo.- Le respondió.
-Nosotros tenemos el mismo tipo de sangre -Se apresuró a comunicarle al doctor.
-Sí, pero como le dije, ambos perdieron mucha sangre y usted sólo le puede entregar sangre a un paciente, por la gran cantidad que necesitan- Terminó de decirle el médico. Le estrechó la mano y se retiró por los fríos y lúgubres pasillos del hospital. -Adiós, doctor, todo está en sus manos.- Balbuceó entredientes.
Andrés automáticamente pensó en el viejo que le había entregado el amuleto y recordó las palabras de advertencia que él desobedeció. Sintió que había perdido todo, la luz, la esperanza y la chispa de vivir.
Salió del hospital, caminando sin rumbo se encontró en el parque, caminó por entre los matorrales y llegó hasta el viejo roble, se sentó en la banca bajo la fresca sombra de sus ramas y encendió un cigarrillo, cuando aspiró el humo apareció el anciano, tal como lo había hecho la primera vez.
-Una moneda, por caridad- Le dijo.
-!¿Una moneda, una moneda?!, me quitaste todo lo que tenía por culpa de tus estúpidos enbrujos, eso es lo que eres, un viejo brujo. -Le contestó eufórico, tomándole de los jirones que llevaba por vestido.
-¡AH!, eres tú, el joven sin fe. Que culpa de su infidelidad al destino, el que le dio vuelta la espalda a la felicidad. -Andrés lo soltó y comprendió que todo fue por culpa del amuleto que el había despreciado.
-Sí, soy, yo. El que dudó de la veracidad de tus poderes. -Le dijo Andrés muy cabizbajo por su culpa.
-Pero no te desanimes, tú eres joven y puedes rehacer tu vida- Le aconsejó fríamente.
-¡Rehacer mi vida, estas loco!, nada ya me importa, lo he perdido todo, la luz, la esperanza y las ganas de vivir- Se lanzó nuevamente sobre el viejo, muy exaltado.
-Una moneda, por caridad, -Le dijo el viejo muy tranquilo, como si nada hubiese pasado. Andrés, confundido con las palabras del anciano, sacó de su bolsillo una moneda y se la dio.
-Gracias, buen amigo, y en premio a tu generosidad y arrepentimiento, te daré otra oportunidad.- Metió su mano a una alforja que colgaba de su hombro y sacó otra nuez. -Toma -le dijo- esta es la oportunidad que el destino le da a las personas buenas y comprensivas como tú.
-De que me sirve ahora, todo está perdido.- Replicó Andrés.
- Tú sólo tómala y confía en ella, tenle fe y ya verás. Si tú eres sabio y compresivo, la vida te abrirá las puertas de un futuro próspero y feliz.- Diciendo esto el anciano dio media vuelta y se internó por los matorrales, dejando a Andrés solo, con la nuez en la mano.
Él la tomó y la colgó a su pecho. Se dirigió al hospital y se encontró con la sorpresa de que Gabriela y Hernán, sus más preciados tesoros, estaban recuperándose.
-¿Cómo están, doctor?-Preguntó Andrés más tranquilo.
-Andrés, no sé como, pero están evolucionando satisfactoriamente ambos. Gabriela recuperó la vista y Hernán se está mejorando de sus quemaduras. -Le contestó el doctor.
-¿Y la sangre?- Le preguntó Andrés.
-Vino al hospital un hombre y dijo que era amigo de la familia. Era viejo y de un aspecto bastante patético y miserable. Este hombre donó toda la sangre necesaria para ellos.- le contestó.
-Pero esa es mucha sangre, ¿Cómo lo dejaron ser donante?- Preguntó asombrado.
-Nosotros le dijimos lo mismo pero el respondió: "Yo soy un hombre viejo y miserable, me falta poco para morir, en cambio ellos son jóvenes y tienen derecho a vivir y ser felices. Por favor acepte mi sangre y permita que les dé la oportunidad de vivir." Y no me quedó más remedio que aceptar la sangre que me ofrecía.- Le dijo el doctor.
Gabriela y Hernán se mejoraron, por la buena obra del anciano, que nadie supo nunca quien era, pero para Andrés fue alguien que nunca pudo olvidar. Porque gracias a él obtuvo, perdió y recuperó sus más grandes tesoros.
La nuez, que la había dado el anciano y que sembró en el medio del jardín, había crecido y extrañamente las hojas de sus ramas ostentaban los colores más preciados para Andrés:
ROJO, VERDE Y AMARILLO
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