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EL LICENCIADO

El licenciado vivía en un condominio de casitas blancas, de gente sencilla que con grandes esfuerzos habían logrado comprar vivienda en aquel lugar. Se decía que su casa era magnífica pues había mandado a traer mármol italiano y grifería de oro. Nadie había entrado a la vivienda, pues el licenciado no era sociable. El licenciado era juez. Tenía una mujer y dos hijos.

Pasados unos pocos años, al licenciado empezó a molestarle el tener que hacer los pagos mensuales para el mantenimiento del condominio. Se dio cuenta que ninguna acción legal sería tomada contra él si dejaba de pagar, pues era apenas un grupito de vecinos quienes se hacían cargo de las finanzas. No era una Junta Directiva legalmente constituída, pensó el licenciado, son apenas cuatro pelones haciendo la lucha por ir pagando las obligaciones, que por otro lado, razonó el licenciado, ni tan grandes debían ser…Y quién se iba a atrever a accionar contra él, todo un juez?

Asi pues, amparado en la venerable y larga tradición de muchos individuos como él de no pagar las deudas, optó por darle un uso más agradable a ese dinerito. Lo invertiría en comprar esos puros cubanos que tanto le gustaban. De nada sirvieron las peticiones que se le hicieron, exhórtandolo a hacer lo decente, lo que había que hacer. El licenciado sentía con todo su corazón que las leyes habían sido creadas para los demás, no para alguien como él. Le hacían sonreír las cartas que de vez en cuando recibía de sus vecinos en las que se le informaba de la deuda que iba acumulando.

Justo enfrente de la casa del licenciado vivía Bernardo, antiguo maestro de secundaria y que ahora, en los años de su vejez, se dedicaba a cuidar de sus rosales y tomates, entre otras siembras. Bernardo se preguntaba cada mañana, cuando tomaba su café mañanero, si sería verdad lo del karma. Porque de ser asi, se decía, el licenciado estaba acumulando karma para que le durara toda la vida. O sería eso del karma tan solo una invención de los humanos para consolarse, para creer en algo…? esta duda fundamental lo había acompañado toda su vida. Con frecuencia había visto maleantes que vivían hasta una edad avanzada y morían en paz, rodeados de familia y amigos. O antiguos gobernantes de su país, que en el exilio, llevaban una vida de lujos…¿dónde estaba la tan mentada justicia divina entonces? Inconforme siempre, meneaba tristemente la cabeza mientras terminaba su café, lanzaba una mirada hostil hacia la casa del licenciado, e iniciaba las labores del día. Con el pasar de las horas, el ir deshierbando su huerto, podando las flores y abonando la tierra lo llenaba de una profunda satisfacción que le hacía olvidar al licenciado y sus desmanes. Cada retoño que brotaba de la tierra lo hacía sonreír de contento, y cuando llegaba la época de cosechar los tomates o los pimientos, su alegría era grande mientras los llevaba a regalar a familiares y amigos. Por las tardes, en algunas ocasiones, Bernardo recibía la visita de jóvenes que en un tiempo habían sido sus alumnos y que recordaban con cariño a su viejo maestro. Estas visitas llenaban de gozo a Bernardo, y conversando animadamente con los chicos, las horas transcurrían veloces. Preguntaba a cada uno de ellos acerca de sus vidas, de su trabajo, e incluso era padrino de varios de los niños que ya los jóvenes habían procreado.

Mientras tanto, al otro lado de la calle, el licenciado se preparaba para ir a dormir. De rodillas, le suplicaba a Dios que esa noche le permitiera dormir. Y es que el licenciado rara vez podía dormir. Padecía de un insomnio crónico que lo mantenía despierto, a veces por varios días. Cuando por fin lograba dormir, lo atormentaban pesadillas espantosas que ni su sicoanalista lograba descifrar. ¿Por qué un hombre de la ley, dedicado a su trabajo y a su familia soñaba que moría abrasado entre llamas o bien ahogado en las aguas del mar, sintiendo como el aire le faltaba, sintiendo como el agua llenaba sus pulmones cuando no era el fuego el que derretía su carne? El sicoanalista lo hacía hablar de su niñez, de su juventud, en busca de alguna pista que explicara la angustia del insomnio y de las pesadillas. Ya se había hecho toda clase de exámenes físicos y los médicos lo declararon en perfecto estado de salud. “Licenciado, le dijo uno de aquellos médicos, no se preocupe. Es usted fuerte como un toro. Vivirá hasta los cien años probablemente, y morirá en paz, rodeado de familia y amigos”. Por alguna razón, las palabras del galeno no reconfortaron al licenciado. Sin embargo, al salir de la consulta, se colocó su máscara de hombre exitoso y feliz, y sonriente, se dirigió hacia su casa, a ver con qué ocurrencia le salían ahora los ridículos de sus vecinos para convencerlo de pagar la cuota de mantenimiento…

Texto agregado el 02-12-2012, y leído por 299 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
08-10-2013 Tu historia es la vida misma...felicito tu pluma, una vez más. Te abrazo con cariño. gsap
14-05-2013 Hay nuchos personajes como el licenciado, imagino que pocos de ellos podra dormir bien. Dice Vital Alsar; "el único valor que un hombre puede llevar consigo es la paz interior". Cinco aullidos yar
05-03-2013 un bello cuento con una narrativa atrapan-te hasta el final , las historias disimiles de dos hombres que enfrentan la vida de distintas maneras, uno en la paz y el otro en un tormento que no lo deja dormir, -señor jues sera su conciencia- un brazo me hiciste pensar , hasta tu proximo y bello cuento rolandofa
13-01-2013 Me gusto. Tienes mis aplausos. foruslegolas
21-12-2012 Real y dura como la vida. Muy bien plasmada esa doble vida de muchos, sobre todo, de este tipo de "profesionales". Tu narrativa, ligera y muy agradable. Te abrazo. SOFIAMA
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