ISABELLA, TE AMO
Adolfo tomó su copa de whisky y se sentó a saborearla en su cómodo sillón de cuero. En cada sorbo de su trago, recordaba los problemas de su trabajo y cuanto le costó llegar a donde está.
Se levantó del sillón y comenzó a recorrer cada rincón de su departamento, durante su marcha, tuvo esa sensación que se había repetido en él con mucha frecuencia, pero más que una de esas sensaciones, fue un recuerdo de su feliz, pero intranquila juventud. Se acercó a la biblioteca y tomó uno de los tantos libros que la componían. Escogió uno. Dentro del libro salió una hoja de papel, ya muy amarilla con el paso del tiempo, en la cual, con letra insegura se leía un nombre, automáticamente su memoria retrocedió en el tiempo. Fue hasta donde él se veía en su propia juventud, entre las zarzamoras, junto a aquella mujer que vagamente recordaba, es más, hasta ese momento, casi se le había olvidado su cara, pero lo primero que se le vino a la memoria fueron esos hermosos, intranquilos y húmedos ojos verdes. Sintió, poco a poco, un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo, y con más fuerza fue aumentando aquel bello y ya grato recuerdo. Recordó como se había iniciado esa lejana y casi olvidada historia.
Estaba la niña en la sala de su colegio, recién llegada de otra localidad, entró él, después de las vacaciones de verano -las que recordaba, hasta ese momento, las mejores de su vida-.
Se acercó hacia ella. Lo primero que le encandiló fue esa preciosa mirada verde. Adolfo, en ese entonces, bordeaba los quince años, esa fue la primera y única vez que sintió amar a alguien -saboreó nuevamente el caminito helado, que iba dejando su trago-. Le habló de una dulce manera, creyendo que iba a ser un nombre más en su lista de conquistas, y le dijo:
-Hola- un poco nervioso.
-Hola- le respondió ella ¿cómo estás?, yo soy Isabella.
-No sabes el gusto que me da, que al fin llegara a este curso una persona tan bonita como tú.-
-No seas "don Juan", que el tiro se te puede salir por la "culata".
Él, en su trance, recordaba lo que sería el resultado de su nueva amistad. Tomó la hoja de papel y se fue hacia el bar, con sus amigos, con los que se veía desde la infancia, en el barrio que vivía con su padre cuando tenía esa edad.
Entró al local y en la última mesa estaban dos de sus amigos, Manuel y Jorge. El primero lo conoció en la escuela, donde estuvo en los cursos básicos, era uno de sus mejores amigos; el segundo era su amigo de infancia en el barrio.
-Hola- Dijo Adolfo a sus amigos.
-Hola- respondieron como niños, los dos al mismo tiempo.
-? Cómo estás?- pregunta Manuel a Adolfo.
-Aquí estamos, sobreviviendo- Responde este.
-?Por qué dices eso?- le cuestiona Jorge.
Se sentó y comenzó a beber calmadamente, su vaso de cerveza. Hubo un instante de silencio, entonces entró su primo, Cristian, que para Adolfo era como su propio hermano; tantos instantes juntos, todos y cada uno vividos con la curiosidad, la rebeldía y la aventura de la adolescencia.
Cristian saludó a todos muy cordialmente y se sentó junto a Jorge. Ellos conversaban acerca de los instantes que vivieron en la juventud.
Adolfo recordaba junto a sus amigos el lugar de aquellas eternas fogatas entre la droga, el tabaco y el alcohol, cuando surgía la certera e infaltable pregunta: ¿Que harían cuando fuesen mayores?. Recordaban como Cristian terminó su Ingeniería, Jorge se graduó como mecánico y Manuel, al terminar el cuarto medio, se dedicó al comercio, y le iba bien, aunque con alguna inestabilidad.
Les comentó la existencia de este papel y les recordó la forma en que amaba a esa mujer -entre tanto les contaba esto, se le venía a la mente cada uno de los instantes que vivieron juntos-; como comenzó todo, aquella mañana de verano, luego llegó el invierno y la vida de Adolfo cambió totalmente después de conocer a Isabella.
Él, poco a poco, se fue enamorando de Isabella, pero surgió ese problema, ella se hizo amiga y muy buena amiga de Adolfo, hasta que ella tuvo una desilusión con otro hombre, del cual ella estaba enamorada, esto hizo que Adolfo conociera una parte muy escondida de su personalidad, comenzó a ponerse muy triste, cosa que no era uno de sus defectos, pero tanto él la amaba que no podía dominar su mente ni mucho menos el corazón.
Él comenzó a meterse de lleno en este asunto, ya no podía frenar ese loco sentimiento, pero fue ese 15 de junio, que ocurrió lo que él buscaba pero no esperaba. Fueron Isabella y la mejor amiga de ellos, Carolina, -una muchacha comprensiva que le simpatizó a él desde la primera palabra que cruzó con ella, cada día le demostraba cuan buena amiga era- sólo el amor de una hermana se podía comparar lo que sentía él por Carolina.
Esa tarde estaban los tres sentados en el living de la casa de Adolfo y como si el destino lo quisiera, se escucharon unos disparos, los muchachos salieron alarmados a enterarse de lo que ocurría, Carolina escuchó nuevamente otro disparo. Instantáneamente Isabella se acurrucó en los brazos de Adolfo, guardándola en ellos, sus ojos frente a frente y se unieron sus labios en un largo beso.
Ellos estuvieron pololeando poco tiempo, porque el destino les jugó una mala pasada, Isabella tuvo que dejar el liceo y la casa donde vivía. Aunque ella nunca correspondió a Adolfo, una lágrima salió de sus ojos verdes el día de su eterno adiós.
Adolfo le escribió durante un lapso de tres años, cuando aun estaba en la escuela de derecho, pero nunca recibió la respuesta. Hasta que un día llegó a la puerta de su casa esa maldita carta y se sumió en un profundo estado de depresión, superándolo sólo con el apoyo de sus familiares y su eterna amiga, Carolina.
En el bar, sus amigos le dijeron que se acordaban claramente de aquellos días, cuando fumaba y se emborrachaba como un loco. Habían pasado cuatro horas desde que se habían reunido en ese lugar y la historia había terminado. Sonó el teléfono celular de Adolfo y su secretaria le decía: "Juez Sotomayor, dirigirse urgentemente a los tribunales".
Adolfo se levantó de su silla. Él era una persona muy importante, Juez, cuarenta y cinco años, soltero, hombre lleno de éxito, pero nunca se volvió a enamorar, no tenía tiempo para esas boberías -decía-, sólo para furtivas noches con sus "amigas". Tomó el papel, lo dobló, se despidió de sus amigos, subió a su auto e interminablemente esa frase en su cabeza...
ISABELLA, TE AMO
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