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Si yo sé bien que nunca nadie, te ha querido tanto y tanto…

Sabrás que en estos últimos tiempos atravesé contingencias muy críticas y pensé muchas veces que un empujón aleve me dirigía imperceptiblemente a la inexorabilidad del destino escrito en alguna parte.
Una impaciencia intolerable que transmutó premiosamente en desolada resignación.
Miraba largamente el abismo a través del vidrio de la ventana.
Se abría ante mis ojos acechante, seductor.
Las copas de los árboles, como ahora, se agitaban convocándome a mecerme blandamente en el proceloso lecho de hojas y ramas sacudidas por viento. El suelo distante se ofrecía seguro y lejanamente aterrador. Sólo unos segundos de vértigo…
Pensaba mucho en ti. Acudías a mi mente invariablemente.
En ti, que a lo sumo pasaste por mi vida como una ráfaga que circunstancias irrelevantes transformaron en burla y befa. Con el tiempo me hice cargo que me usaste para tus modestos fines bastardos. Una infamia de segundo grado, una incompetente parodia de folletín.
Eras demasiado mujer para mí, no me amabas y el deseo mutuo contó con un bártulo declinable a tu voluntad.
Lloré y pensé mucho.
Una copa cayó de mis manos.
Después, la vida que pega un giro...
Cuando nuestra común compañera, al cabo de los años me sorprendió con el hallazgo, lo admití asombrado, pero por ese entonces sobrellevaba una carga de responsabilidades que tornaba efímero e infértil siquiera, pensar en un retroceso. No me había percatado de tu presencia, entre otros motivos porque nuestra brutal peripecia había transformado tu fisonomía en un desierto vertiginoso. Llevabas el escaso cabello recortado como una delgada felpa sobre el cráneo y el rostro, tenso y afilado, había borrado lo poco o mucho que podía recordar de aquella muchacha de ojos de cristal rosado que alguna vez habité como un clandestino.
- ¿Tenés hijos? Tu vieja… ¿vive aún?
- No, no pudo aguantar y mi niño…andará por ahí.
Esbozaste una mueca ambigua y te desabotonaste la camisa para mostrarme aquel bulto verdoso que apenas sobresalía de un seno.
- Es un largo cansancio, sabés; un largo cansancio. Aplaste el cigarrillo con el pie y cuando levanté la vista me estabas ofreciendo la cadenita.
- No merezco llevarla, se ensucia conmigo. Tenela vos como recuerdo de un tiempo de baldosas flojas. Bueno…es hora de partir. Hasta la victoria....
- Claro… ¿me permitís tomarte de la mano y salir juntos? Sólo eso.
- Por supuesto que sí compañero, por supuesto que sí…”
Un pudor extremo, la sensación de ridículo que siempre me acompaña como la sombra al cuerpo y el destino que elegimos, impidió decirte lo qué pensaba, de que a lo mejor merecíamos una nueva oportunidad… Cuando nos despedimos me di cuenta que el tiempo es cada tarde y la misma historia.
Pisaste un charquito y me dijiste adiós agitando la mano.
Sin mirarme.
Pensándote frente al abismo sentía el deleite bárbaro que deparan las ordalías sin destino. Capas de las que uno se va despojando hasta quedar blanco, blando, con la fe a la vuelta de un recodo.
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LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Noviembre de 2012
Derechos reservados.

Texto agregado el 01-12-2012, y leído por 114 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-12-2012 me costó un poco leerlo y sin embargo contagiaste un sentimiento de amarga nostalgia mineth
02-12-2012 Lindo me gusto... VAN mis estrellas elflaco
 
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