Recuerdo a unos amigos de Francia, con quienes pasé las últimas vacaciones. En nuestras conversaciones me vi enfrentado a ciertas preguntas, respecto a qué es valioso en la vida. Esas dudas me asaltaron, por ejemplo, cuando mi amigo salió a comprar pan al supermercado cercano y volvió espantado porque unos obreros pintaban las líneas del camino, a 30 grados de temperatura y sin medidas de seguridad. Por el tipo que pesa el pan, por los mismos panaderos trabajando de sombra a sombra.
Luego, cuando ese mismo pan se rellenó de exquisita longaniza de Chillán, pebre y mayonesa, acompañado de un carmenere Terrarum, dice con la cara llena de risa "esta es una de las razones para que me guste Chile".
¿Por el "choripan"?, pregunto obvio, y me dice "además de ustedes, los chilenos".
Francia permite que trabajes a 100 kilómetros de tu casa, y a las 8 de la noche estés jugando con tu hijo, permite que nadie tenga que viajar a más de 20 minutos para atención de emergencia, permite que nadie trabaje por menos de US$1.000, permite que pierdas tu trabajo y sigas recibiendo sueldo, etc.
Miro mi choripan, la cara sonriente de mis amigos, los franchutes y los otros. Recuerdo las horas de juerga chilenas, recuerdo la solidaridad, a veces mitológica, muchas veces real, recuerdo también a los que se levantan a las 5 de la mañana para trabajar hasta la 8 de la noche. Recuerdo que soy afortunado y no tengo que hacerlo. A los que son abusados. También recuerdo que esos trabajadores, se pueden reír llenos de ganas comiendo su pan con tomate y ají, compartiendo con sus compañeros a la orilla de la obra.
Sé que tenemos pobrezas, sé que no basta con compararnos con Irak allá lejos o Argentina, aquí al lado. Somos únicos, indefinibles, desordenados, algo sucios, ineficientes y con muchas desigualdades.
La pregunta es cómo miramos a estos “hermanos mayores” (por favor leerlo sin complejos) y aprender de lo que NO han aprendido.
Miremos que podemos sentir el dolor del otro, y todavía nos importa aplacarlo, que podemos ser más honestos, que podemos lograr surgir, si es que no vemos surgir, sólo en freeways o malls, tampoco en sueldos mejores, ni autos más potentes.
Tal vez ver el "crecer" en la capacidad de mirar al otro con amor, a mirarnos a nosotros mismos con amor.
Chile es un buen lugar para vivir, al menos, el mejor para un chileno, y siento que podemos hacerlo aún mejor, y sin evangelizar, simplemente mirando al lado, y amando.
La poesía es una forma de amar, de complacer, y para eso, los chilenos no somos malos. Tal vez, nos falta mirar, más veces, con esa misma poesía nuestra vida.
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