- Cielo:
Tímido río de plata
que cabalgas entre montañas
y mueres en el abismo,
no dejes que la luz de la mañana
torture tu camino,
y mueras en silencio
con la triste compañía del deseo
de tener un solo amigo.
No tengas la ambición,
ni la ilusión,
de que el mar vaya a desembocar en ti,
ni de que la lluvia caiga sobre mi,
ni de que el Sol salga en la noche
y de día,
queden las calles vacías...
- Río:
¡No puedes callar mi voz!
Pues cuando fluyo, mi grito
es capaz de apagar el Sol.
Y no me digas que mate mi ilusión,
que es mi única arma,
mi único amigo,
mi único don...
¡Y de eso vivo yo!
De nacer en sus ojitos,
de pasearme por su piel
y de morir en el abismo,
que es su boca: dulce miel...
Y en mi interminable camino,
cuando crezco y soy mayor,
guardo los suspiros de corazones marchitos
y las miradas de los enamorados heridos...
¡Fluyo! Y ese es mi orgullo.
- El Poeta Desterrado:
Absurda lucha es la vuestra,
mas, ¿quién pudiera ser cielo para
mirarse cada día en un espejo de plata?
No entiendo semejante tontería,
y es por eso que mis manos
esculpen esta poseía.
Yo soy poeta y no me enfrento a mis palabras,
porque ellas son parte de mi vida
y yo soy parte de ellas.
Así que dime cielo engreído:
¿qué sería de ti sin la plata
que te hace estar con el espíritu divino
y con la carne humana?
Y tu río, dime:
¿qué sería de ti sin él?
¿de quien adoptarías la apariencia...?