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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 20.

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Capítulo 20: “La Cena Está Servida”.
Nota de Autora: Hola a todo el mundo, de verdad que todo va increíblemente bien, viento en popa, especialmente porque quedé en primer lugar, es decir, con el mejor puntaje, de la prueba de admisión al Liceo Marta Donoso Espejo de Talca. La verdad no me lo esperaba, pero aún así una voz interior me decía que era algo completamente probable. A pesar de eso sigo a la espera de los resultados del Liceo Abate Molina, que es al cual deseo con toda mi alma ingresar, es mi sueño. Gracias por todo vuestro apoyo.
El capítulo que sigue es “algo” fuerte, así que si no les gustan las emociones potentes, no lo lean. Ahora, si les gustan las sorpresas inesperadas y crueles del destino, es completamente apto para ustedes. Solicito leerlo escuchando la canción “Dinner is Served”, de Hans Zimmer para Piratas del Caribe II.

El repiqueteo de un tambor llamó lejanamente a Esperanza, quien estaba felizmente en el planeta de los sueños. Descorrió la fina cortina que dividía en su mente la fantasía que la embargaba y la realidad en la que estaba inmersa. El repiqueteo seguía ahí, continuaba molestándola. Ella hizo memoria y no recordaba en lo absoluto haberse dormido ni estar en una ejecución. ¿Qué demonios había pasado?
Abrió cansinamente los ojos para averiguar de una maldita vez que demonios estaba sucediendo. No le gustaba no estar sobre aviso, mucho menos de algo que la involucraba por completo, de algo en lo cual estaba inmersa. Y lo que vio no le agradó ni lo más mínimo.
El alba se proyectaba en el horizonte, en ese cielo que era una mixtura entre las hermosas estrellas que tanto habían abundado aquella noche, nubes rojizas que avanzaban hacia ella y el sol que trataba de hacerse notar por entre las hojas de los altos árboles que se convertían en la mayor plaga de la… ¿selva brasileña?
En las ramas de dichos árboles ya habían comenzado a cantar toda clase de pájaros y pequeñas aves, siendo estas últimas las más abundantes. Aún así, había una gran población existente de papagayos y guacamayos de los colores más extraños y las combinaciones de plumajes menos conocidas del mundo y su historia entera.
También por entre el follaje correteaban pequeños monos y toda clase de animales existentes en aquella zona selvática.
Pero, volviendo a la realidad, lo que estaba sucediendo no era nada agradable.
Ella estaba atada con una multitud de cueros a un tronco, similar a uno de los tótems de los indios siux de Norteamérica o a los rewes de los mapuches que siglos atrás habían ocupado la Araucanía, la zona sur de su natal Chile, aquel lugar que nunca le había dado las oportunidades que había deseado y la había moldeado a su tradicional forma, sin ninguna salida, sin ninguna escapatoria, sin ninguna otra alternativa que la rescatase de ese futuro que comenzaba a repudiar. Y del cual, sin embargo, la había salvado su sangre germana, sangre que ella ni siquiera sabía que corría por sus venas.
Más era un salvataje a medias, pues si no llegaba a tiempo al Asgard para recuperar el Brisingamen y evitar el Ragnarök, de nada habría valido el largo viaje realizado y moriría sin remedio, como la simple mortal que era. Lo mismo sucedería si caía en la trampa que se cernía sobre ella en ese justo momento, en ese preciso instante… Debía pensar rápido, muy rápido.
Y todo porque frente suyo había una gran fogata que extendía sus enormes llamaradas, similares a unos gigantes brazos de fuego que se alzaban hacia el cielo para reclamarle el destino que sobre ella debía caer tarde o temprano: la muerte.
Alrededor de dicha fogata danzaba un grupo de indígenas, todos nativos de dicha selva, varones. Todos, sin excepción alguna, estaban desnudos completamente y, como si tuviesen un poco de pudor muy escondido en lo más profundo de sus corazones, llevaban el cuerpo pintado con extrañas figuras blancas, semejantes a líneas irregulares que recorrían sus pieles como regueros de pintura, y con innumerables tatuajes que más de algún mensaje o significado debían tener.
Dichos aborígenes bailaban alrededor de la fogata dando acrobáticos y ágiles saltos alrededor de la llamarada y recorriéndola a lo redondo. También movían sus brazos de una forma extraña, acercándolos y alejándolos del fuego, como conjurando la fogata que ellos mismos habían fabricado, como pidiéndoles que mediante el sacrificio que estaban ad portas de hacer, les concediese un mágico poder o, en su defecto, les facilitase el nuevo año que estaba empezando aquel amanecer.
De un momento a otro, el que parecía ser el jefe de la tribu, se percató de que la luna y su séquito de estrellas estaban prontas a emprender su retirada y, haciendo una seña a su gente, el sonido de los tambores se aceleró, provocando a su vez que el baile se volviese más rápido. Un grupo de mujeres acercó algo que se asemejaba a una parrilla y muchísima paja, colocaron todo aquello sobre la fogata, reservándose un poco del pasto seco, y se retiraron hacia el lugar en que estaban los tambores.
Eso no podía estar peor, era un pésimo augurio y ella lo sabía bien. El ritmo de los tambores se intensificó. No, ya no sigan, ella ya estaba consciente de lo que seguía. Sabía que era el año nuevo aborigen, ¿qué más necesitaba saber?
Arturo se despertó y tosió. Aquello sacó a Esperanza de sus cavilaciones acerca de una muerte que veía segura, próxima, horrible y negra.
El muchacho, aterrado, abrió los ojos tan grandes como pudo.
-Sólo debes tener fe-indicó a Esperanza con la mirada llorosa y un nudo en la garganta.
-Adiós… Hayas hecho lo que hayas hecho, la suerte está echada-dijo ella.
De pronto llegaron tres hombres que aseguraban de tan sólo verlos, ser los más fuertes de aquella tribu y posiblemente de muchísimas a muchísimos kilómetros a la redonda. Dos la sostuvieron en vilo y un tercero la desató. El ritmo se intensificó aún más. Y entre los tres la llevaron cerca, lo más que pudieron, de la fogata.
-¡Arturo!-gritó ella desesperada, a modo de despedida. Había estado cerca de la muerte, pero jamás en su vida en tal medida.
-¡Esperanza!-gritó él, tratando de zafarse de sus ataduras, justo antes de que a la muchacha la lanzaran a la fogata.
-¡Esperanza!-repitió él de nueva cuenta, desesperado.
-¡Arturo!-gritó ella con todas sus fuerzas, hasta que su grito se fue convirtiendo en un horrible alarido de dolor.
-Padre Nuestro, que estás en el Cielo-comenzó a rezar el muchacho al oír el horrible grito de su capitana-. Santificado sea Tu Nombre-comenzó a llorar el chico-. Venga a nosotros Tu Reino-bajó la cabeza más de lo que lo que había estado en respeto al Altísimo. Era dolor, mucho dolor el que sentía por Esperanza-. Hágase Tu Voluntad aquí en la Tierra como en el Cielo-continuó, no muy seguro de que le gustase aquello.
No alcanzó a terminar su oración. Otra vez los tres varones se acercaron, pero esta vez hacia él. Lo desataron y él se dejó conducir dócilmente hacia su destino. Sabía que era lo que Dios había elegido para él. Además, en la Tierra ya no le valía vivir, sabía que se debía por completo a su capitana, la cual, lamentablemente estaba agonizando, del mismo modo que él lo haría segundos más tarde, pero eso no importaba, por fin dejaría de sufrir, por fin dejaría aquel mundo cruel que nunca lo había querido ni deseado.
A sus captores les sorprendió tremendamente que el muchacho no se debatiese tanto como su acompañante femenina, quien había hecho un tremendo escándalo mientras la trasladaban hacia la fogata. Lo depositaron en la “parrilla” junto a su capitana y el sonido de los tambores se volvió más rápido e intenso, aún más de lo fuerte que ya era.
-Arturo-dijo la muchacha con la cara roja, tanto por las quemaduras como por estar conteniendo las lágrimas hasta el último segundo de su vida. Debía ser fuerte hasta la muerte, eso ya lo había aprendido hacía muchísimo tiempo.
-Tranquila. Ten fe. Roguemos a la compasión de Dios, quien de seguro nos tendrá en el Cielo con Él. Para que dejemos de sufrir, para que dejemos de odiar y nunca, nunca más, tengamos que volver a pasar por algo tan terrible como ésto-enfatizó el muchacho, sintiendo que cada poro de su abdomen y de su pecho se quemaba irremediablemente.
-No creo-confesó ella, justo antes de lanzar un alarido de dolor.
-Él calmará tu dolor, tenlo por seguro-dijo él, entre gritos de dolor. Subió a Esperanza encima suyo con el firme propósito de salvarla de ese horrible calvario, de evitarle una muerte tan horrible. La rodeó con los brazos fuertemente y la atrajo hacia sí con suavidad. No le importaba quemarse primero, de forma rápida y dolorosa.
-¿Qué demonios haces?-preguntó ella.
-Discúlpame, sólo eso te pido. Dame sólo esa alegría y con ella en el alma soportaré el horrible calvario que me espera-pidió él.
Esperanza no contestó. El calor que sentía se le antojaba insoportable y su piel cedía ante él, cayendo horriblemente. Hablar le costaba horrores, se asfixiaba y le daba aún más calor y dolor, dolor de tener su carne viva asándose en aquella enorme parrilla.
Llevaba puesto aún así su traje. Según Hopkins nada le sucedería al área cubierta por éste si trataban de hacerle daño físico. Pero las quemaduras en su rostro, cuello, escote, brazos y manos eran insoportables. Además, en cualquier minuto su ropa cogería candela y en lugar de salvarla, la asesinaría con todas las ganas existentes en el mundo. Arturo, por su parte, ya tenía la mayor parte del cuerpo quemado y apretaba los dientes de una manera horrorosa, gritaba la mayor parte del tiempo y las lágrimas se sucedían una tras otra en su rostro bañado en sudor.
-Sé fuerte-le aconsejaba Esperanza.
-Gracias… Gracias… Muchas gracias… por todo-contestó él una vez.
Los aborígenes continuaban danzando alrededor de ellos de una manera loca, los tambores eran golpeados por las baquetas de forma aún más rápida y las mujeres continuaban arrojándoles paja.
Se iban a quemar en cosa de minutos. Iban a ser alimento de aquellos bárbaros en cosa de nada. Eran parte de un absurdo ritual. A una le parecía estúpido, pues no creía en nada ni nadie superior a ella, y al otro se le antojaba sin sentido, pues creía en Dios y sólo Dios. Para él no existían otras deidades en el mundo, era sólo uno, el Todopoderoso.
Ambos resoplaron de cansancio. Entonces a Esperanza se le ocurrió la fugaz idea de escapar de aquel calvario, de aquel terrible sufrimiento, de aquel ritual cruel y de aquella horrible muerte. Con Arturo a cuestas, como siempre, pero escapar al fin y al cabo.
Al mirar el rostro sudoroso del muchacho aquella idea se tornó más fugaz aún, hasta el punto de desaparecer de su mente, de su corazón y de sus ideas, por alocadas que fuesen éstas.
No. Arturo había comenzado a delirar, estaba agonizante, iba a morir dentro de segundos. No. La suerte ya estaba echada, ya no había nada más que hacer, toda idea de escapar era imposible, sólo había que resignarse a una muerte segura.
Además, en caso de lograr salir de aquella parrilla, no exentos de una multitud de quemaduras en las manos, los aborígenes los atacarían a tal punto de matarlos a palos. A él de azotarlo y a ella abusarla. Estaban demasiado débiles, no, mejor era resignarse y evitarse una muerte muchísimo peor.
Las mujeres volvieron a arrojarles paja para que se quemaran.
“-Seguramente ya tuvieron contacto con los microondas, sólo que tendrían que conseguirse electricidad”-pensó ella sarcásticamente, aludiendo a lo rápido que los indígenas querían la “cocción”.
Entonces la idea volvió a nacer. ¿Y si fingían haberse quemado por completo con aquella paja y luego de eso reaparecían como espíritus para aterrarlos? De seguro que eso funcionaría.
Lanzó un horrible grito de dolor y miró a Arturo con determinación. El muchacho ya no hablaba como hacía un rato, ahora sólo gritaba y se removía haciéndola correr el riesgo de caer a fuego directo. Trató de impulsarse con las manos y erguirse, teniendo resultados nefastos.
-Arturo, ayúdame a escapar-pidió en tono leve y lastimero, que la historia jamás sabría si el chico logró percibir.
De pronto, los tambores dejaron de sonar. Las mujeres dejaron de lanzar paja. Los hombres dejaron de danzar alrededor de la fogata. Una enorme fumarola salió como una lengua de fuego desde la fogata. La capitana Rodríguez y el contramaestre Gómez habían muerto.

Texto agregado el 30-11-2012, y leído por 153 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-12-2012 VAYA MIERDA...1* FOGWILL
 
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