escrito para "Leyendas del mundo":
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...en cierto instante advertí que en el centro de la extraordinaria visión había la cabeza de un animal que me miraba con grandes ojos bondadosos que no manifestaban miedo alguno. Llevaba sobre la frente un cuerno único, blanco como el hielo. La visión de tan singular instrumento me hizo estremecer. Perdí al parecer la conciencia por un tiempo; lo siguiente que recuerdo es estar sentado en tierra sin ver ya la criatura.
Del Diario de Magnalucius, 26 de marzo, un viernes
Los unicornios son seres de una raza muy especial: están ligados a los seres humanos por un destino común que se fue forjando durante los larguísimos e innumerables milenios que duró la Edad Dorada, en la que ambas razas vivieron en perfecta armonía en el jardín creado por el Unicornio.
Fue el primer ser que pisó la Tierra, que en aquellos tiempos inmemoriales era todavía una bola de piedra y lava ardiente que se enfriaba poco a poco de los fuegos de los que había surgido.
Hacía ya eones que el Santo había separado la luz de las tinieblas, estableciendo así un equilibrio, aunque a medida que pasaban los milenios, las tinieblas se habían ido extendiendo subrepticiamente, insinuándose en las cosas, atrayéndolas poco a poco, hasta que llegó un momento en que dicho equilibrio empezó a quebrantarse, a oscilar emitiendo un sonido poderoso que se propagó en círculos a través de la inmensidad. Entonces el Santo moduló el sonido hasta convertirlo en un acorde de gran dulzura, lo modeló y le insufló inteligencia hasta lograr transformarlo en espíritu de armonía y moderación, conductor y guía en todos los rincones del vacío. Y Galgallim, que así fue llamado ese espíritu, giró y giró sobre sí mismo, a través de innumerables edades, siempre en espiral en torno a la luz central. Y aunque ciertas cosas continuaban cayendo en lo oscuro, Galgallim guiaba a otras por senderos diferentes hasta las riberas de la Luz. De este modo siguió manteniéndose el equilibrio.
El Santo quiso entonces modelar la materia para desplegar su obra maestra, y puso a flotar la Tierra en equilibrio entre las murallas de lo oscuro y la ribera de la Luz, purificó las montañas con fuego, y al finalizar dijo a Galgallim: "Te hice surgir del gran misterio, libre y con forma ilimitada. ¿Aceptarás una forma en la Tierra para llevar a cabo una misión superior?" Desde que la pregunta fue formulada, Galgallim asintió.
Fue así como Asallam, el primer Unicornio, bajó envuelto en un torbellino de nubes y se posó suavemente sobre la roca más alta, una creatura maravillosa dotada de un cuerno de luz en espiral, señal de Galgallim, el guía que ve claro. Es así como el Unicornio posee la luminosidad del cielo y puede apartar de sí todas las tinieblas.
Golpeó entonces Asallam la roca con su cuerno y hundiéndolo profundamente hizo surgir torrentes de agua que corrían extinguiendo fuegos y fecundando la Tierra. Crecieron grandes árboles que florecieron y bajo su sombra podía encontrarse animales de todo tipo. Es así como se formó el jardín del Unicornio, llamado Shamagim, que quiere decir Lugar donde hay agua.
El Santo se dirigió entonces al primogénito: "¡Asallam! Tú serás, entre todas mis creaciones, el único que recuerde su origen, y vivirás en permanente memoria de la Luz, para ser el guardián y conductor del camino que conduce hasta ella. Aunque jamás volverás a la Luz hasta que suene la hora final de todos los siglos, el fin de los tiempos".
El Santo, que conocía todas las cosas, quiso a su vez ser conocido, y recogiéndose en sí mismo, modeló al Hombre a partir de la tierra y del aire, del agua y del fuego, y terminó vivificándolo con su espíritu. Es así como dio vida a un ser fuerte y bello, la culminación de la creación. El Unicornio, maravillado, lo contempló tímidamente, lo amó y se posternó ante él. Y el Hombre, lo primero que vio fue al Unicornio, y le dio un nombre. Desde entonces el destino de ambas razas está sellado: el Unicornio conduce hacia la Luz y sólo el Hombre es capaz de seguirlo allí. Y este fue el comienzo de la Edad Primera.
Durante los largos milenios que duró la Edad Primera, Hombre y Unicornio habitaron juntos desarrollándose física y espiritualmente. Sin embargo, habían también otros seres que nacían y crecían en medio de las tinieblas, porque el mismo día en que el Unicornio hizo surgir de la roca árida la fuente de vida que fertilizaba la tierra, el agua terminó su carrera filtrándose por fisuras oscuras y goteando en cavernas secretas y ardientes que se entrelazan en las raíces de los montes.
En esas candentes fosas abismales, la carga vital de las aguas luminosas dio vida a una creatura viviente. Así nació el Dragón, que quedó marcado para siempre por ese engendramiento conflictivo, pues nunca hubo después otra creatura dotada de tanta fuerza y astucia. De horrible constitución, con ojos penetrantes y sin párpados, lo primero que contempló su mirada impávida fue su propia imagen en las aguas oscuras. Adoró la visión, y una secreta complacencia en esa imagen de sí le ha consumido el corazón desde esos tiempos.
El primer dragón, creció enorme y engendró a otros seres de su misma especie, de diferentes formas y tamaños, aunque todos rápidos de mente y con una gran sed de saber. Mientras el Unicornio intenta adivinar los secretos de la creación para conocer mejor al Creador, el Dragón desea lo mismo, pero a fin de dominar el mundo y de este modo derrotar a la muerte. El Dragón odia con fuerza al Unicornio por su primacía, pues no se creó a sí mismo sino que debe su generación al Unicornio. Así pues, lo ha perseguido siempre con la intención de devorarlo, para dejar de ser el que llegó después, y convertirse en la Más Vieja Creatura, la que se engendró a sí misma.
Transcurría la Edad Dorada, Hombre y Unicornio vivían en armonía en el jardín maravilloso. El Unicornio, ágil y veloz era capaz de salir al exterior, recorrer montañas cubiertas de hielo y con fuego en su interior, ir hasta lejanas regiones salvajes donde rugía el torbellino y se elevaban voces de abismos candentes. Al mismo tiempo, recorría incansablemente los alrededores del Jardín, cuidando que el ser Humano, su hermano menor, no fuera a aventurarse fuera de sus límites, por ser esos lugares poco seguros para él.
Pero los dragones, agazapados en oscuros antros de la tierra, estaban cada vez más celosos y terminaron por engendrar a Serpiente, el más astuto de entre ellos, que por ser pequeño no inspiraba temor en los hombres, sino al contrario, lo encontraban fascinante y hermoso con sus escamas brillantes y multicolores, y su lenguaje cuidadosamente escogido. Serpiente terminó paseándose familiarmente entre ellos, ocultando sutilmente sus intenciones, con esa maña y astucia tan características de los de su raza. Sabía introducir en medio de sus alabanzas, palabras que iban sembrando la duda en el corazón del Hombre: “¡Qué sabio y digno señor podría ser el Hombre!” y en cada una de sus pláticas se lamentaba que el Unicornio no dejara salir a sus amigos del recinto interno del jardín.
Pero no todos los seres humanos prestaron oído a las sutiles incitaciones al descontento y al orgullo. Desde un comienzo hombres y mujeres estaban dotados de un tipo de intuición diferente; las mujeres no se dejaron engañar por la insidia de Serpiente, y siguieron amando y confiando en el Unicornio. Cuando por fin Serpiente oyó murmurar a los hombres que tal vez al Unicornio lo animaba el egoísmo y que su amistad podía ser interesada, éste empezó a hablar más abiertamente: "Más allá del Jardín, aseguró, hay tierras que el Hombre podría muy bien dominar, pero el Unicornio no lo permite y prefiere mantenerlos cautivos temiendo que se multipliquen y lleguen a ser ingobernables".
Esas mentiras no escaparon al Unicornio, que se apartó con tristeza, pues le era imposible obligar al Hombre a seguir los caminos de la luz; sólo podía indicarle la dirección. Pero ningún hombre se acercó a pedirle consejo mientras duraban las discusiones insensatas entre ellos, sino al contrario, los más enceguecidos gritaban: "¡Rompamos estas cadenas de oro, acabemos con estas ataduras! ¡Cuanto más difícil y largo sea el camino, más brillante será su término!" A partir de entonces ya no podrían culpar a nadie, salvo a sí mismos, por las todas las penas que caerían sobre ellos. Todos aprobaban a gritos, mientras las mujeres dolidas inclinaban la cabeza en silencio. De este modo se perpetró la obra del Dragón, los hombres habían sellado su propia condenación con sus palabras.
Entonces el Santo actuó en función de los pensamientos y deseos que expresaban los hombres, y poco a poco fueron descendiendo las sombras sobre el espíritu de los humanos y éstos cayeron en el vacío y la nada. Al disiparse las tinieblas, se encontraron en un reino diferente, más denso, en donde les costaba moverse con sus formas menos sutiles. Ahí comenzó la segunda era, la Edad de Plata, y como los hombres se obstinaban en dominar el mundo, siguieron cayendo, a la Edad de Bronce, luego a la de Hierro...
A partir de esa primera caída, empezaron a separarse los caminos del hombre y del Unicornio, el que continúa viviendo en el Jardín de la Edad de Oro. Aunque por seguir su corazón ligado al del hombre, el Unicornio atraviesa los diferentes mundos y se detiene en las fronteras del nuestro para observarnos en secreto.
El amable y pacífico Unicornio es también salvaje e indomable y conoce el vacío arrollador: no tolera riendas ni tampoco ser guiado. ¿Quién puede entonces montarlo? Pues aunque es servidor del Hombre, no es nuestro sirviente; el peso de un jinete lo ofendería. Pero ha sido dicho: “Quien domina el viento puede montar el Unicornio”. Y: “El Unicornio sólo tolera a quien calma los mares y serena la tormenta”. Así, cuando los unicornios se retiran en silencioso concilio bajo las estrellas y dejan avanzar su pensamiento hasta las fronteras mismas del tiempo, alcanzan a ver el regreso de aquel que volverá glorioso blandiendo una llameante espada y cabalgando un corcel muy blanco en cuya frente se yergue un cuerno tan brillante que impide la visión de los ojos mortales.
Si algún día te sientes en paz en medio de la naturaleza, en perfecta armonía con todo lo que te rodea, si las flores te parecen más brillantes, irradiando energía, es posible que no muy lejos de tí se encuentre un unicornio.
Este texto es un pequeño resumen de un bellísimo libro: "De Historia et Veritate Unicornis", "De la Historia y verdad del Unicornio", con magníficas ilustraciones de Magnalucius, un monje italiano del siglo XV, y que según cuenta, transcribió lo que le fue transmitido por un unicornio verdadero.
Encontré en la red algunas imágenes del libro con una muy buena resolución, para agrandarlas basta hacer clic sobre ellas:
http://aprendoaserluz.wordpress.com/2011/07/29/1372/
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