El verano en ese pueblito costero no tenía ningún atractivo especial, los días transcurrían cálidos y ventosos, iguales, una novedad podría ser la llegada de un turista no alertado que allí no había hotelería, y la playa de arenas gruesas con el mar plagado de aguavivas no era recomendable para nadie.
Adriana una lugareña recorría la playa como siempre en búsqueda de almejas, le encantaba prepararlas con la receta de su abuela previo purgarlas en un fuenton durante cuarenta y ocho horas, única forma de sacarles la arena. Ese día había pocas, luego de tres horas de recorrida medio balde era su cosecha.
A los dieciocho años Adriana era una hermosa mujer, su pelo rubio desteñido por el sol, ojos que van del azul al celeste según el estado del tiempo, cuerpo bronceado y bien formado con esculturales piernas producto de los años de caminar en la arena y por supuesto genes de sus ascendientes suecos, que hace cuarenta años recalaron en ese pueblito que vivía de la pesca.
Adriana dio por terminado su recorrido, no más almejas por hoy, sentía un agradable cansancio y la modorra del atardecer en el mar la llevó a recostarse en un médano protegida por esos ralos arbustos de playa, el sueño la venció y durmió un rato acunada por el susurro del viento y el sonido del mar, cuando despertó, lo vio por primera vez.
Mariano estaba pescando, mejor dicho intentando pescar, su inexperiencia en el manejo de la caña y el reel eran tan evidentes, su estilo provocó la risa de Adriana. Arrojar la plomada a la distancia adecuada era la única posibilidad de pique, y la distancia adecuada era llegar al canal, Mariano apenas llegaba a medio camino y frenéticamente tiraba y sacaba su línea.
La presencia de Adriana no había sido detectada por el, de haberla visto hubiera elegido otro lugar en la solitaria playa, su complejo lo distanciaba de todo ser humano. Era un solitario empedernido y por eso había elegido esa localidad para sus vacaciones. Años de soledad lo habían transformado en un lector compulsivo, muchas veces se mimetizaba con los personajes soñando en ser como ellos. A los veinticuatro años no conocía el amor, su experiencia sobre el tema se la daban sus ocasionales lecturas de alguna novela romántica de esos best seller norteamericanos donde detallan paso a paso el encuentro amoroso con profusión de explicaciones, innecesarias para lectores adultos, quienes muchas veces superan en imaginación a la escritora.
Adriana lo observaba desde su médano sin delatar su presencia, pudo admirar sus fuertes brazos, esa espalda musculosa y la cabellera morena que el viento movía con gracia. Con la sencillez de la gente del interior se acercó sin temor a saludarlo y con la idea de aconsejarlo en la pesca. El encuentro de sus ojos fue mágico es como si ambos hubieran logrado conectar con el alma del otro, se prolongó el silencio hasta llegar a ser incomodo, Adriana entonces articuló un hola que tal y estampó un beso en la mejilla de Mariano que palideció primero, se sonrojó luego y no pudo contestar. Ser mudo en el mundo de sus afectos era fácil y habitual para el, pero allí, y ante esa hermosa mujer que lo había impactado, se sentía indefenso y con ganas de huir al refugio de la soledad, y así fue, levantó sus pertenencias deprisa y desapareció a la carrera tras un médano ante la sorpresa de Adriana.
Esa noche no durmió bien, la imagen de Mariano la perseguía y una y otra vez se le representaba el esfuerzo de el por hablarle y los sonidos guturales que emitía al intentarlo, la noche se le hizo larga.-
Por la mañana partió hacia el médano del encuentro con la esperanza de verlo, la soledad era absoluta. Pasaron varios días y Adriana casi había olvidado al extraño de la playa cuando en una de sus excursiones en la búsqueda de almejas le pareció a la distancia divisar un pescador con un estilo de lanzamiento terrible como el de Mariano, apuró el paso y con la esperanza de que fuera el, se acercó.
En Mariano la primera visión de Adriana había obrado milagros, su carácter hosco y solitario había tomado otro camino, deseaba encontrarla parecía hechizado. En su carpa los días que no frecuentó la playa los dedicó a la lectura, la meditación y la confección de varias tarjetas, cartelitos.
Cuando Adriana llegó a su lado la sorprendió con una sonrisa amplia que a ella le resultó alucinante y luego, alegre, le entregó la primer tarjeta que decía –hola soy Mariano como estas-
Casi dos años han pasado desde la primera vez que se vieron, Mariano dejó todo en su ciudad y se radicó en el pueblito costero, continúa siendo un gran lector pero ahora tiene otra motivación para hacerlo, se ha convertido en escritor, su primera novela fue un éxito de librería, por Adriana sería capaz de cualquier cosa, ella le enseñó que el amor está más allá de cualquier inconveniente que podamos tener, se entienden a la perfección. Hoy la búsqueda de almejas se hace más pesada, se está por agrandar la familia y la panza de Adriana incomoda la tarea.
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