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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 19.

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Capítulo 19: “Noche de San Juan en Santos de Brasil”.
Nota de Autora: Primero que nada, gracias a todos por leer y en segundo lugar, favor leer este capítulo escuchando una canción en portugués, de preferencia una muy alegre y carnavalesca. De pasada denme los nombres de las canciones que hayan escuchado, a ver si es la que yo tengo en la punta de la lengua y no me acuerdo (¡maldición!).
Otra cosa, este capítulo contiene diálogos en portugués, los cuales me di el trabajo de traducir para quienes no entienden el idioma. Mis disculpas si uno de ustedes lo conoce y se percata de un error mío. Y… ¡Quedé en un campamento de inglés para este verano! ¡Hurra! ¡Amo los idiomas!

La noche ya se había cerrado en la costa que se en fretaba a la parte continental del municipio de Santos, ubicado en el interior del Estado de Sâo Paulo, en la zona sur del enorme Brasil. Miles de estrellas titilaban en el cielo, brindando una clara y agradable luz aquella noche. El Rosa Oscura había pasado de largo, grácilmente, al lado de la Isla Sâo Vicente y ahora se enfrentaba a la playa del continente.
El repiqueteo de unos tambores llegaba hasta Esperanza, quien, para no perder la costumbre, estaba al mando del navío. Para ella, eso sólo significaba una cosa: provisiones seguras y un poco de descanso. El asunto con los duendes había dejado a Arturo fuera de combate, medio loco (más de lo que estaba anteriormente) y “algo” paranoico. En especial cuando, tras realizar el “Ritual del Gnomo” e ir a acostarse, la mañana siguiente todas las provisiones que habían desaparecido estaban en sus ubicaciones iníciales, justo antes de ser tomadas en aquella desagradable broma, de aquel chiste de mal gusto.
-Arturo-llamó desde el puente de mando.
-¿Sí?-se reportó el muchacho junto con Hopkins desde el aparejo.
-Ve a buscar dinero, desembarcaremos en Santos como nos pidió el señor Hopkins y pasaremos a comprar provisiones-anunció ella.
-Muchas gracias por desembarcarme aquí-agradeció el trasandino.
-No hay de qué-.
Dicho eso, Arturo bajó frenético las escaleras hacia la tercera sub cubierta, mostrando completamente aterrado su crucifijo a cualquier sombra que encontraba y le parecía sospechosa. Una vez en la bodega sacó lo más rápido que pudo una moneda de oro. Lo único que quedaba de las ofrendas ofrecidas a los duendes eran las monedas de oro. Y salió disparado hacia la cubierta principal.
Media hora más tarde, el Rosa Oscura atracaba en el muelle 10 del ajetreado puerto de Santos de Brasil, uno de los más importantes a nivel mundial junto con Singapur. Los cargueros iban y venían, acercándose o alejándose del borde mar.
Y, Esperanza no se había equivocado, había un enorme carnaval en la calle principal del puerto. Un carnaval que casi podía compararse con el gigantesco y admirado Carnaval de Río de Janeiro.
Al bajar de la barandilla, Esperanza y Arturo miraron llenos de asombro a locales y extranjeros en aquella fiesta, pero la primera se rehízo como es de esperarse y recaló en la nula sorpresa que tenía el señor Hopkins al presenciar tan magnífico espectáculo.
-¿De qué se trata ésto?-inquirió con los ojos abiertos, caminando hacia el punto de encuentro de aquella masa de gente.
-Es el Carnaval de San Juan-explicó el hombre.
-¿Has estado antes aquí?-preguntó nuevamente la muchacha quedándose quieta, esperando al abstraído Arturo.
-Por supuesto-contestó el señor Hopkins muy ufano.
-No es tan obvio para todo el mundo-replicó ella comenzando a enojarse.
-Sólo puedo decirte, capitana Rodríguez, que esto es un puerto pirata-contestó el marinero malvinense.
-¡¿Qué?!-inquirieron los chilenos al unísono mientras el señor Hopkins comenzaba a caminar como si nada fuera de lo común, como una confesión de un delito, hubiese ocurrido allí.
-Espera, espera un momento-ordenó Esperanza comenzando a seguirlo por el puerto, siendo seguida de cerca por Arturo.
-¿Qué querés?-preguntó el argentino.
-Quiero que me digas si es o no lo que estoy pensando: ¿eres un pirata?-preguntó ella enfurecida por tal engaño durante tanto tiempo.
-Es lógico, no lo creés, capitana Rodríguez, sino no habría aceptado navegar bajo el mando pirata con rumbo a un puerto pirata-aclaró él.
-Este es un puerto comercial, uno de los más importantes a nivel mundial-aclaró ella.
-Y también uno pirata, donde hay comercio ahí estamos-dijo él.
-Dime quién eres, tienes dos segundos si no quieres que te saque las tripas acá mismo por haberme engañado-adujó ella vuelta una reverenda furia, un Kraken parecía angelical a su lado.
-Soy el capitán Eduardo Hopkins, capitán del Medianoche Blanca-aclaró él.
Un tenso silencio se armó entre los tres. Una suave brisa marina, cálida, había empezado a correr debajo del oscuro alero del edificio de oficinas que los había cobijado en ese intertanto.
-Ahora, si me disculpás, voy a ver el Carnaval, mirá que no me lo quiero perder, allá vos di así lo deseás, pero no tenés idea de lo que te perdés-dijo el capitán Hopkins muy ufano, tanto como siempre, como esa maldita costumbre que tanto le reventaba el hígado a Esperanza hasta el punto de hacerla querer ahorcarlo cada cinco minutos.
Y comenzó a caminar. Arturo, para no perder la costumbre, estaba en la maldita posición intermedia. No sabía si seguir a Hopkins, pues se moría de ganas de ver el Carnaval, o quedarse con Esperanza, cosa que si no hacía probablemente le costaría la vida conociendo a su capitana.
-Ya que no tenemos opción-dijo Esperanza principiando a caminar hacia la gente.
Arturo agradeció a todos los santos que estaba invocando para salir de aquel oscuro lugar que no le inspiraba confianza alguna.
Los tres se reunieron cerca de la berma de la vereda para ver el desfile que se estaba mostrando. La iluminación era fuertísima, tanto así que cualquiera que no hubiese mirado al cielo con anterioridad hubiese pensado que era pleno día. En aquello ayudaban las antorchas a pila que llevaba la gente.
En medio del gentío era posible encontrar un montón de comerciantes vendiendo objetos luminosos, máscaras, confituras y cualquier cosa que se hubiese podido desear caprichosamente en el momento.
La gran parte del público llevaba máscaras o en su defecto antifaces, todos ricamente adornados con lentejuelas, brillantes y plumas, además de estar elaborados en raso o seda.
Aún así era obligatorio para quienes desfilaban llevar una.
El desfile se estaba efectuando al son del constante y fuerte repiqueteo de los tambores y de las notas de trompetas con algunos cánticos. Y quienes desfilaban no hacían gala sino a sus aptitudes como bailarines y bailarinas de samba, la característica danza brasilera que provenía de nada más ni nada menos de África y sus otrora malogrados esclavos negros.
Si la concurrencia era asombrosa, la cantidad de danzantes no tenía nada que envidiarle. Ocupaban todo el ancho de la calle en una numerosa cantidad de columnas y hacia atrás se sucedían las unas a las otras las Compañías de Samba brasileras, muchas de ellas ya habían presenciado desde el punto de vista de artista el Carnaval de Río.

Al alegre son del tambor bailaban mayoritariamente las mujeres, moviendo rápida y seductoramente las caderas mientras avanzaban por la avenida moviendo ligera y anchamente los brazos.
Muchos de los trajes eran de seda o raso verde.
-¡Ah! ¡Van desnudas! ¡Pecado!-se escuchó la voz de Arturo resonar llena de pánico, temor y, por qué no, terror.
-¡Cállate y sigue mirando!-le ordenó Esperanza.
-¡¿Cómo me pides eso si no puedo mirar a mujeres desnudas?!-replicó él.
-Podés, pero no debés, lo que es muy distinto-contestó el trasandino.
-Además, igual llevan ropa, no exageres… idiota-farfulló la muchacha.
Y lo que decía Esperanza era cierto… a medias… Claro, llevaban ropa, pero ¿Hasta qué parte de sus hermosos cuerpos les cubría la ropa? Pues eso es algo difícil de responder sin caer en sonrojarse.
En la espalda llevaban un montón de plumas, muchas de las cuales se extendían su buen metro hacia arriba y cada lado, haciendo juego al color del traje, estando llenas de incrustaciones y demás decoración. En el cuello llevaban pesados collares metálicos que les cubrían toda la mencionada zona y combinaban con los aros y brazaletes que llevaban. En sus pechos lo único que cubrían era los pezones, algunas un poco más pudorosas el busto entero, y de ahí caía por cada lado un cordón de fino raso o seda los cuáles se unían con la minifalda que comenzaba en la cadera y concluía unos dedos sobre las rodillas. Todas usaban sandalias de taco aguja color negro, con incontables correas.
Una de las garrotas pasó danzando alegremente justo frente a Hopkins, Arturo y Esperanza, dejando a uno babeando, a otro mostrando el crucifijo en todas las direcciones posibles y la otra con ganas locas de libertad. La pieza musical concluyó, dando paso a una samba no muy diferente. Entonces Esperanza cayó en la cuenta de que era ahora o nunca e hizo algo que dejó a Arturo con la mandíbula por el suelo y a Hopkins desternillándose de la risa: dejó su lugar con ellos y se unió a la procesión danzante bailando zamba tan armónicamente como nadie se lo hubiese imaginado en una extranjera.
Ahora ella era la nueva atracción del espectáculo, con su traje de pirata al estilo del siglo XVIII dejaba a todos boquiabiertos y a muchísimas garrotas hirviendo de envidia, de todos los colores posibles: rojas verdes o, bien, moradas.
De repente el ritmo indicó que debía quedarse marcando el paso en su lugar y varias brasileñas se le unieron, bailando todas enfrentadas. Cuando llegó el momento de avanzar, un varón que formaba parte de la Compañía la tomó de la cintura y haciendo un grácil giro con ella afirmada comenzó a bailar y andar por la calle.
A Arturo por poco no se le cae la mandíbula inferior y a Hopkins se le rompe una de las costillas de tanto reír. Sin lugar a dudas, eso jamás se lo habrían esperado de ella.
Cuando terminó aquel tema, la muchacha se acercó al área en que el público se agolpaba para ver a las Compañías de Samba y se encontró con sus compañeros de travesía, quienes la miraban simplemente anonadados. Hizo un saludo con la cabeza al ver a un hombre charlando con ellos.
-Onde é que uma menina tão bonita?-preguntó el hombre, queriendo saber de dónde venía aquella muchacha que él consideraba tan bonita.
-Do Chile-respondieron Esperanza y Hopkins al unísono.
El malvinense se la quedó mirando, ¿acaso esa muchacha sabía portugués? Esa era la misma pregunta que Arturo se hacía, sin lugar a dudas, cada día lo sorprendía muchísimo más que el anterior su compañera de viaje.
-Você fala portugués?-preguntó el brasileño, anonadado de que una hispanohablante supiese portugués.
-Sim-contestó ella tajante.
-Como você sabe Hopkins?-inquirió el nativo, queriendo saber como ella y Hopkins se conocían.
-É um dos meus tripulantes-dijo ella asegurando que Hopkins era tripulante del Rosa.
-Difícil, capitão Hopkins é o meu capitão-aseveró el tripulante del Medianoche Blanca, dejando a Esperanza algo sorprendida. De verdad ese ser estrafalario no le había mentido al decirle que capitaneaba el Medianoche.
-Então, você deve saber alguma coisa que eu preciso saber. Onde eu posso obter mantimentos?-preguntó Esperanza, con la fe de poder saber dónde demonios podía obtener provisiones.
-Dois quarteirões de distancia-señaló el marinero brasilero hacia dos cuadras en dirección norte.
-Muito obrigado-agradeció Esperanza, marchándose de inmediato rumbo al almacén, supermercado, o lo que dicho lugar fuese, dejando a Hopkins y su tripulante hablando solos.
Efectivamente, dos cuadras hacia el norte, alejándose pero no del todo de los festejos, había una suerte de almacén muy surtido, pero que lamentablemente no podía darse las ínfulas aún de supermercado. Dentro una mujer de piel negra atendía, dándose a entender que era la dueña del local. Sin previo aviso Esperanza ingresó haciendo sonar a su paso una campanilla ubicada en la entrada dejando a Arturo contemplar el paisaje por fuera.
De pronto un hombre de menuda contextura y estatura se acercó al muchacho con una bandeja con dos copas que supuestamente tenían piña colada en su interior y tras gritonearlo un poco, consiguió captar su atención.
-Quer um?-le preguntó.
El muchacho puso cara de no entender ni el color de su sombra.
-Quer um?-repitió el nativo señalando una de las copas.
-Mh…-contestó el muchacho dubitativo mirando hacia el interior del almacén, donde Espe hacía sus compras tranquilamente.
-Você a conhece?-le preguntó el nativo siguiéndole la mirada.
-Sim-contestó Arturo, lleno de dudas sobre lo que estaba afirmando.
-Ambos são para você-sugirió el brasileño para luego encaletarle la bandeja y desaparecer por entre las atribuladas calles de Santos.
Arturo abrió, no sin trabajo, la puerta y se coló en los interiores del local.
-Saca una, están repartiendo allí afuera-ofreció el muchacho.
-¿Quién te las dio?-inquirió ella, tan desconfiada como siempre.
-Un brasileño-contestó él.
-Isso sempre acontece. Espalhe pelas ruas a cada ano-aseveró la locataria.
-En ese caso-dijo Espe, al escuchar a la mujer que ya le parecía segura, honesta y confiable.
La chica acercó su rostro a la bandeja para escoger una de las copas adornadas con bombillas multicolores, llenas de trozos de fruta y papeles doblados, y se llevó una sorpresa.
-¡Piña colada! Primera cosa que haces bien en tu vida-le dijo a Arturo sacando una copa.
Nadie notó nada raro, ni siquiera, cuando felices de la vida, comenzaron a beber aquel elíxir brasilero.

Texto agregado el 29-11-2012, y leído por 156 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-12-2012 TENES PROBLEMAS SICOLOGICOS PENDEJA FEA Y SIN TALENTO FOGWILL
 
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