Santiago, 1951. Carmen camina por la calle San Martín, zapatos con taco aguja y un vestido escotado que muestra un coqueto lunar sobre el nacimiento de uno de sus senos, es medio día a fines de octubre. Llegó a la ciudad hace unos meses, después de dejar a su novio de la infancia con el que ya tenía fecha para casarse, cuando le sorprendió con la que todos sabían (menos ella) que era su amante. Tomó la maleta, se despidió de su madre y se vino a trabajar de empleada doméstica a la Capital.
Hoy al pensar en ello, se sentía rara, porque después de unos meses ya casi no dolía su decisión, a pesar de sus 27 años y de haber sido su novia desde la escuela.
Carmen era la décima de 12 hermanos, 6 mujeres y 6 hombres, de los varones, 4 habían muerto en forma trágica, sólo quedaban Manuel y José para trabajar en las faenas del fundo. Su madre había enviudado años atrás y desde entonces fue lavandera en las casas patronales. A Carmen siempre le había impresionado verla de rodillas a la orilla del río, con los largos manteles de la mesa de los patrones, los que jabonaba con afán y luego dejaba que el torrente le ayudara a enjuagar, le daba miedo mirarla, sentía que la fuerza del río la arrastraría junto con esos pesados manteles bordados.
Habían sido tiempos difíciles, chapotear con los pies desnudos en invierno en largas caminatas al colegio, trabajar desde niños ayudando en el campo o en las casas del fundo, sin embargo, ahora que todos estaban grandes las cosas estaban un poco mejor.
José, el mayor, cansado del duro trabajo en el campo había emigrado a la Capital buscando otro futuro, y de a poco había empezado a llevarse a sus hermanos, les fue ubicando en trabajos con horarios decentes y previsión. Ahorrarían para una casa, con el propósito de traer a la madre a vivir con tranquilidad sus últimos años de vejez.
Carmen era una de las menores, José se alegró de que se viniera a la ciudad, le consiguió trabajo de inmediato, nunca le había gustado su novio, demasiado fino para su gusto.
Habían pasado un par de meses desde entonces y le habían ofrecido un nuevo trabajo mejor remunerado, así que aprovechó su día libre para ir conversar con la señora, pero con tan mala suerte (o buena quizás) uno de sus tacos se enredó en una rejilla del alcantarillado. Logró sacar el zapato y con él en la mano y el taco colgando caminó hasta una reparadora que le dijeron encontraría por ahí cerca.
Francisco nació en 1911, su padre fue un emigrante italiano que llegó fines de 1880 radicándose en Valparaíso, vino con un socio a poner una fábrica de fuegos artificiales al puerto, se había casado con una dama de la Sociedad Porteña con la cual tuvo 4 hijos.
En un viaje de negocios a Santiago, conoció Ismenia y de amor y pasión había nacido él, un huacho como le llamaban las viejas del conventillo.
Cuando Francisco tenía 5 años, Ismenia murió de pulmonía, quedando al cuidado de su abuela y una tía abuela, el italiano supo y vino a pedírselo para enmendar el abandono y con la intención de ofrecerle educación, para ello debía ingresar a un internado, pero ella por orgullo quizás, se negó a entregárselo, desde ese momento no volvió a ver a su padre.
La abuela también murió al poco tiempo, dejándolo a cargo de la tía vieja que lo cuido hasta que también tuvo que despedirla en el cementerio.
Francisco se hizo hombre a la fuerza, trabajó desde que se acordaba, vendiendo en los tranvías o lustrando zapatos, fue aprendiendo oficios en la medida que crecía, mueblista por un tiempo, soldador y zapatero, nunca fue capaz de trabajar para otros por mucho tiempo, tenía los genes del padre a flor de piel, mandón y mal genio, supo de mujeres y las mantuvo desde que tenía 12 años. A los 24 años se casó con una chica muy suave y callada de la cual se enamoró como loco, lo que nunca le dijo ella, era que estaba enferma y que no podría darle hijos, traición para Francisco que no perdonó y le mató el amor.
El matrimonio se anuló por todas la leyes después de 5 años bastante mal avenidos entre ambos. Pero ahora a sus 40 años seguía deseando una linda familia, con hartos hijos y nietos, una esposa que lo esperara cada tarde al llegar a la casa. Había perdido un poco la esperanza. Mujeres no le faltaban, pero sentía que el milagro de un hogar cada día se alejaba más.
Ese día de fines de octubre estaba en su zapatería, con dos empleadas que tomaban punto a las medias y un par de maestros que arreglaban y hacían zapatos a la medida. La vio aparecer por la puerta, con su escote pronunciado y su zapato en la mano, la llevó hasta su oficina y la convenció de arreglarle ambos, así que le rompió el otro taco y la invitó a almorzar por ahí cerca.
Tenían 13 años de diferencia y se amaron por 30 años, tuvieron 4 hijos 7 nietos y como es lógico él se fue antes que ella.
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