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Documento 2

Esta vez me llamó un señor con el nombre de Macario Larrañaga, su voz sonaba lejana y tiste y un poco distraída pues en ratos hablaba consigo mismo como consultándose en voz alta. A decir verdad me dio miedo los primeros diez minutos de la platica telefónica, pero después entendí que su alteración se basaba en la muerte inexplicable de su hijo Antonio.
—Y dice que su hijo no tenía ninguna enfermedad...
—Si, ninguna, ninguna, señor Padilla, creo que alguien le hizo algo. Ni siquiera el doctor supo la razón, la autopsia no reveló absolutamente nada.
—¿Y por qué supone que alguien le hizo algo? —le pregunté mientras pensaba que la conversación se estaba tornando aburrida por aquellos comentarios sin bases.
—Me refiero a brujería, magia negra, budú o algo así, sí, sí, eso...
Comenzaba a tener sentido su muerte, por lo menos para mi.
—Esto me será difícil, señor, pero trataré de investigar todo lo que pueda.
—Tendrá que hacerlo, Padilla, o haré que lo maten, tengo mucho dinero para lograr cuanto quiera.
Pensé que estaba loco pero aun así sus amenazas me atemorizaron.
—Esta bien, señor, comenzaré inmediatamente.

Llegué a su casa situada en la famosa colonia de las Lomas, al parecer aquella familia tenía dinero para hacer cualquier cosa, menos revivir a su hijo.
El señor Larrañaga me comentó que no tenían enemigos y jamás se habían metido con ese tipo de cosas extrañas, por lo que él tenía cada vez menos ideas acerca de la muerte de su hijo, y la investigación en vez de avanzar, retrocedía.
—¿Su hijo había estado involucrado con algún compañero que le molestara en la escuela?¿Alguna persona adulta?
—No, nadie, o eso jamás nos lo dijo. Pero Antonio me lo decía todo.
—Bueno, es normal que los jóvenes escondan cosas, como la chica que les gusta o que se han llegado a drogar —se lo dije como si tuviera que aceptar que realmente su hijo no le era cien por ciento confiable, al señor parecía dolerle un poco aquella razón—, así que algo tendría que haber escondido.
El señor Larrañaga reflexionó un poco y después me confirmó sus ideas, esta vez ya no las decía en voz alta.
—No me lo tome a mal, señor Padilla, pero no creo que eso tenga que ver con la muerte de mi hijo. ¿Qué le habrían podido hacer aquellas personas si no solamente utilizar los golpes?
Pensé que sería difícil tratar de convencerlo, así que simplemente me levanté de mi asiento y me despedí del señor y la señora Larrañaga.
—Continuaré mi investigación por mi cuenta, señor, creo que en esta casa no voy a poder conseguí nada.
Creo que él se estaba preguntando como continuaría mi investigación si ni si quiera había entrado a la habitación de su hijo o haciendo esas cosas que hacen las personas con mi trabajo en la casa de la victima, pero creo que sabía con que personas debía comenzar...

Con anterioridad había trabajado ya con casos como estos con Celso Medellin, quien era experto en casos paranormales y todo tipo de magia además de tener muchos contactos que nos podían ayudar.
Le expliqué todo el estúpido asunto de este muchacho y lo que me había dicho su papá, aquello de que no tenían ningún enemigo que creía muy poco porque el señor parecía un hijo de su puta madre, pero esta bien, yo no conocía al muchacho y no tenía la seguridad que fuera como el padre. Total que a los tres días siguiente Medellin me llamó a mi despacho, eran alrededor de las 10.30 a.m. y yo estaba desayunando mi pobre hamburguesa de McDonalds sobre el escritorio.
—¿Diga...? —y mas bien que con la hamburguesa en la boca sonó un «¿Biga?».
—Soy yo, Celso. ¿Qué mierda estas comiendo?
—Vete a la verga —contesté— Sólo dime que has conseguido para mi.
—Bueno, bueno ¿Quieres saberlo?
—Si, puta madre, estaba comiendo en paz, sólo dilo.
—Nada —dijo lacónico.
—¡¿Qué?!
—No conseguí nada, Padilla, nada. Ese niño no murió ni por magia negra, ni por budú, ni embrujamientos ni nada que se le parezca, pero de una cosa si estoy seguro.
—¿De qué? —pregunté despreocupado comiendo mi hamburguesa y esperando una estúpida respuesta.
—De que tampoco Dios lo mató.
Hubo un silencio entre la línea telefónica. Creo que a los dos nos sorprendió como se había escuchado eso, a él como si fuera la primera vez que lo decía.
—¿Por qué lo insinúas así?
—No me lo preguntes, sólo se que soy especialista en magias y casos paranormales, pero eso si no lo puedo explicar. Tal vez intuición, no lo sé.
Y debía creerle, era lo mas coherente del caso que había escuchado. No es así como Dios suele llevarse a las personas, siempre tiene una explicación, si no la hay, entonces no es una muerte divina.

Llamé inmediatamente al señor Larrañaga para informarle que mi compañero Medellín no había encontrado nada relacionado con su muerte. Por un momento no dijo nada, creo que él tenía plena confianza de que pudiéramos encontrar una muerte paranormal en su hijo, y mi respuesta le decepcionó definitivamente.
—Esperaba otra respuesta, señor Padilla, creo que no ha logrado nada para mi —tomó un tono que me sobresaltó, sabía que el mismo podía hacerme daño.
—Ha dicho que no tenían enemigos —no tenían hasta que me llamó a mi despacho—. ¿Qué tal un día antes de que el muriera?
—Que pendejada, Padilla —me lo imaginé haciendo una cara de estúpido pensando en que perdía mi tiempo—. Si ya no tiene rumbo su investigación, no debería preguntarme cosas tontas, mejor dedícate a cuidar tu trasero.
—Sólo conteste la pregunta, señor. ¿Dónde estuvo su hijo un día antes?
—Con su madre y conmigo, fuimos al entierro de un tío abuelo de ella. No recuerdo haber hablado con nadie, su familia me aborrece y viceversa. Además, mi hijo les hablaba lo mismo que yo. Si tuviéramos un enemigo alguien de la familia de mi esposa debería ser pero nunca hemos tenido problemas con ellos. —Pausó, suspiró y prosiguió—. Por la tarde estuvimos comiendo helado en la casa y algo de pizza. ¿Acaso la pizza asesina?
—No, señor, supongo que no.
—Entonces ya no quiero tus servicios, Padilla. Cuida tus pasos.

No me pagaron por nada y creo que fue mejor no reclamar si no quería morir pronto, aunque pensándolo bien, hubiera vivido mas si hubiera ido a pedirle mi dinero.
Bueno, pensé un día, estoy fuera del caso. Digamos que tal vez no fue alguien, si no algo. Así que fui al cementerio sólo porque sentía la idea de encontrar algo que hubiera matado al muchacho.

Llegué al dichoso lugar y estacioné mi coche cerca de la plazoleta con una cruz gigante en la orilla, ahí había algunas tumbas también. Recuerdo haber venido alguna vez y visto a una familia alrededor de una de las tumbas, la madre estaba arrodillada frente a esta rezando en voz baja, la familia entera parecía deprimida y pensé que tal vez algún hermanito estaba ahí dentro a tres metros bajo tierra.
Le pregunté a uno de los jardineros en donde podría encontrar las tumbas que llevaban alrededor de una semana de ser utilizadas. Me mencionó tres y sus nombres, dos eran de mujeres y una de un joven, sólo una de ellas era de un hombre adulto, la que yo buscaba.
Javier Ochoa Hernández era el nombre del tío abuelo de la señora Larrañaga. Al parecer solo había pasto y algo de tierra alrededor de la tumba ya que tenía sólo una semana de ser tapada, nada que pudiera matar al joven, de hecho nada en un cementerio podía matar a alguien a menos que alguien dejara la tumba abierta y alguien cayera ahí, como hace poco supe de una mujer en la Ciudad de México que sólo tubo algunos golpes en la espalda y brazos, pretendía demandar al cementerio por ello.
A lo lejos pude observar una tumba junto a la orilla del terreno del lugar, esta estaba llena de hojas y tierra suelta y sólo eso, parecía que no se habían molestado en limpiar ni cavar mas tumba a su alrededor. ¿Acaso alguna ley de los cementerios impide que se limpien estas tumbas? Supongo que no, pero me llamó mucho la atención como para acercarme.
Con los pies pateé algo de hojas secas que le rodeaban y cayeron encima de la loza. Me agaché y limpié un poco de ella, en la esquina inferior derecha se leía C-11 el número de registro. Continué limpiando la loza y descubrí el nombre y parte de la fecha...

Iván Padilla Loeza
*1 de enero de 1971
+1 de julio de...

Me detuve, creo que no debí leer la inscripción en la tumba, había escuchado que era de mala suerte hacerlo pues te podías encontrar con la de uno mismo pero por mucho tiempo fui escéptico hasta que leí aquello. Desde entonces y cada primero de julio que pasaría en mi vida me cuidaría de tener todo en orden... hasta mi fallecimiento.
Pero una cosa si pude descubrir y era la razón de la muerte de Antonio Larrañaga, la misma razón que mi muerte.

—No te daré tu dinero, Padilla, no debiste molestarme.
—No quiero su dinero, señor, sólo quería decirle la razón de la muerte de su hijo.
—Esta bien —suspiró aquel hombre robusto—, dime, pero aun así no te daré nada.
—Una tumba, su hijo leyó el epitafio de una tumba.
Parecía confundido tras la bocina del teléfono.
—¿Ha escuchado sobre esa superstición?
—¿Y quieres que te crea, Padilla? Por favor, no bromees conmigo sobre mi hijo. Considérate muerto.
Y cada año lo consideré.
Pero el señor Macario Larrañaga jamás mandó matarme pues él murió antes de que pudiera hacerlo, de hecho al día siguiente de la platica que tuvimos. Recordé la tumba de su hijo que también me mencionó el jardinero del cementerio, supuse que el señor había leído el epitafio de la misma tumba que nosotros (su hijo y yo). Presentí que la señora de la familia moriría también, ya saben lo que pasó.
Aun mantengo la suerte y la esperanza de vivir mas tiempo que ellos... y vivir para contarlo.


Guillermo Reyes y Reyes

Texto agregado el 07-08-2004, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
07-08-2004 Intereante tema. En adelante me cuidarè de leer la inscripciòn de las tumbas. fuentesek
 
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