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Mi historia es corta, no es una historia, es más bien un recuerdo, una imagen que necesitaba salir de mi cabeza, No es gran cosa, mejores historias hay para leer en el mundo, pero soy voluntariosa y hago lo que me place, y mucho más si se trata de escribir.
I
Pocas personas he conocido que hablen, rían, canten, odien, amen, bailen y se pongan tristes con las cejas, pero sobre todo que su comunicación este concentrada en esa parte del cuerpo que no es más que un adorno en el rostro de los demás mortales. Así fue como resulte observándole por primera vez.
Mi curiosidad terminó llevándome a preguntarme quién estaba detrás de ellas y entonces vi unos ojos negros, superficialmente alegres, infantiles, picarescos, como dos luciérnagas saltarinas en la espesura de la noche, y digo superficialmente porque cuando se apagan las luciérnagas solo queda la oscuridad y el mar meciéndose a lo lejos en medio de una tormenta sin lluvia.
No tarde en fijarme en el resto de la composición que acompañaba a las cejas, el rostro de luna, los labios escarlata en los que todo el rojo del mundo decidió concentrarse, formas unidas a un cuerpo de mediana estatura, esculpido en blanco y liso mármol, como el de aquellos ángeles que en los cementerios guardan el sueño de las tumbas. Un ángel de luna.
En aquel entonces solo me interesaban las cejas y las alas, ese era mi objeto de estudio durante los días que desde la distancia me dedicaba a observarlo. Luego ya no observe más y le hable sin saber que a veces era ángel y a veces humano, y que haría parte de una de mis siete vidas.
II
El ángel podía bailar sobre las nubes y todo el que bailara con él podía también volar. Ese era su primer milagro. En aquella velada en la que empecé a descubrir su origen celestial él y Sus cejas contaron que alguna vez deambuló, con impecable camisa blanca, en una isla con casas viejas y calles adoquinadas esperando el crepúsculo para calentar con un poco de la melodía de su trombón, a los desdichados que por unos pocos centavos acudían a un teatro pequeño y oscuro a verlo tocar, solía llama aquel sitio el lugar más feliz del mundo”. En ese instante hubo una pausa, las cejas y las luciérnagas se apagaron y la marea apareció. Este gesto aparecería en repetidas ocasiones cuando su mente se ausentaba de aquí para ir al” lugar más feliz”.
III
Un almuerzo frugal y una copa de vino empezaron a marcar mi peculiar destino a su lado, los datos geográficos, políticos, arquitectónicos y religiosos hicieron que empezara a creer que el sujeto era más que un ángel, más bien creo que se asimilaba a un genio del mal que podía gobernar calculadoramente el mundo, o solo alguien medianamente inteligente y presuntuoso que creía que todo lo sabía. Pese a eso, ese día fue la primera vez que sentí bienestar y libertad en meses, lejos de la perplejidad que me causaba mi vida pasada, así probé el poder curativo y renovador de su presencia.
IV
Tiempo después, cuando empezaba a olvidarme de su existencia y era vaporoso el recuerdo del aquel encuentro, una noche el ángel de luna y yo coincidimos en el mismo lugar ruidoso, lleno de extraños, y entonces ocurrió el segundo de los milagros al compás de una canción, sus labios, esos donde todo el rojo del mundo se condenso me besaron, no recuerdo un llamado más poderoso e intenso, comprobé que no era todo el rojo del mundo el que tenía su boca, sino el del universo, y que los colores tienen vida propia, porque este rojo era ardiente, iluminaba y también quemaba como el sol, detenía los relojes, y cambiaba las dimensiones del espacio. De ese beso solo recuerdo que la música desapareció, el espacio se amplió en un blanco enceguecedor y el reloj que era lo único que adornaba la habitación blanca no ando más en todo el universo. Eso solo es cosa de ángeles, los humanos aun no nos acercamos a eso a través de un beso.
En adelante todo sería un sueño, un buen sueño…. y otras veces no tan bueno, porque luego comprendí que las horas del alba no contarían jamás junto a él, nuestras dichas solo serian escritas en la penumbra, ahí estaría mi lugar.
V
Un día cualquiera en una calle concurrida vía a un hombre que Conducía su vehículo muy a prisa, había ido de un lugar a otro y tenia esto y aquello y también no tenía nada, y todo junto y todo separado, y aun no terminaba, en un momento se detuvo, se sonrojo y siguió. Fue una extraña coincidencia, me pareció que le conocía pero no lo pude identificar de manera inmediata. Como todas las noches, hable con mi ángel de la guarda y con algo de compasión me contó que El ángel de luna, el hombre que habla con las cejas, el de los labios rojos de cereza madura, bailaba constantemente en una fiesta de disfraces, que había guardado su instrumento celestial se había arrancado las alas, había adquirido un traje y un maletín, y salía a la calle acicalado y fingiendo ser un hombre normal. Me lo contó para que yo no me acercara cuando el ángel fuera hombre. Me advirtió que estaba en una misión terrenal de la que no podía apártalo jamás y que luego de que cumpliera con ella, recogería sus alas, desempolvaría su instrumento y volvería a su isla a tocar. Eso no fue triste, pero sin querer llore demasiado, por su suerte, y por la mía pues solo podría esperar la noche para que tomara su verdadera forma y quisiera hablar o volar un rato conmigo.

VI
La palabra es un don que aquellos seres, solo usan por necesidad y conveniencia. Mi ojos, mis oídos, y mi tacto fueron herramientas muy útiles a su lado, me ayudaron a descifrar algunos de sus silencios, a detectar el mimetismo de sus pasos, a percibir las fidelidades e infidelidades de su corazón, y las heridas de su alma que a causa de su fatalidad permanecían encerradas en una cajuela hundida en el mar y que solían naufragar en la tempestad. Era un angel-hombre, así que todo lo divino y lo humano estaba en su interior y a veces le hacía daño.

VII
Una vez dijo que era mago e ilusionista, y le creí, pues más de una ocasión me dejé impregnar del polvo para soñar que guardaba en sus manos, y terminaba yo, creyendo que todo era posible, volvió a mí la casa de madera, la biblioteca, las montañas y los viajes que yacían perdidos en algún lugar entre mi alma y mis ojos. También era bufón de corte, y ladronzuelo ocasional, las cosas más divertidas y graciosas salían de su boca y así me robaba un par de sonrisas que poco me esforzaba por ocultar, como tampoco podía desaparecer el hecho de que me sentía “helenizada” como le ocurrió a los romanos, lo supe desde el día que me besó, y lo confirmaba cada vez que sus manos se acercaban a mi piel, por ello una y otra y otra vez me permitía abrir las puertas del palacio para que se sentara en el trono que había conquistado pese a mis infructuosos esfuerzos. Reconozco que resulto ser un soberano tierno, amable, dulce a pesar de mi rebeldía y obstinación en la que acostumbraba a ocultar mi debilidad y mi afecto, pero también era vengativo, celoso y desconfiado con sus súbditos, lo que sin lugar a dudas me hirió un par de veces, era parte de su naturaleza terrenal que no podíamos evitar.
VIII
Un día el viento y su misión terrenal se lo llevaron lejos de mí. Yo quería evitarlo, batirme en duelo, morirme para convertirme también en ángel, prender todas las velas de la iglesias, y que mi fe moviera montañas, pero me aguante, soy un ser terreno nada lo impediría. Creo que eso tampoco fue triste pero aun lloro su ausencia, me cuesta respirar, discuto todos los días con mi ángel de la guarda por no decirme donde está y aun lo busco en las noches cuando duermo y solo ese espejismo me ayuda a conciliar el sueño.

Texto agregado el 26-11-2012, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-11-2012 Genial lo de las cejas.. me voy a fijar. todo lo demás muy, muy bueno; el final triste, pero asi es la vida...¿no? Un abrazo!!!!! cinco aullidos yar
 
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