EL PRIMER AMOR





La función había finalizado. Mientras el payaso se dirigía a su carromato, seguía escuchando los aplausos. Para él había sido su última función. Comenzó a sacarse el maquillaje frente al espejo y luego, la ropa. Guardó sus pertenencias en un bolso y se marchó.
Ya en el micro que lo trasladaría a la provincia de Córdoba vuelve a imaginarse junto a Cielo, la chica de la que había quedado prendado desde que él abandonara la serrana localidad en la que ambos crecieron, y se fue adormeciendo.
De su sueño lo sacó la fuerte lluvia que caía sobre la ventanilla. Faltaban cuatro horas para llegar. Cuando lo hizo, creyó percibir que el pueblo que él había dejado siendo adolescente se mantenía igual. La plaza, esas calles angostas, y aún latentes, sus recuerdos. Incorporado en condición de tramoyista en una compañía de circo en gira, es como se había producido su partida y no mucho después fue iniciándose con la trup de payasos.
Previsiblemente emotivo resultó el reencuentro con sus padres y hermanos. Tras haber descansado, después del desayuno, sin explicar a dónde, sale hacia la casa de Cielo. Divisa ya aproximándose a ella que en su vereda luce la misma planta de jazmín.
Con pasos pesados y cortos avanza y toca el timbre. Será la madre de Cielo quien instale la estupefacción en Carlos al informarle que su hija es novicia en el Convento de Nuestra Señora de la Merced. Y le cerró la puerta.




Y es en ese estado en el que se encaminó hacia el convento, al que fue accediendo dos horas después. Horas en las que no cesó de torturarse rememorando las instancias de aquella extensa e intensa despedida de Cielo, en la que ella le jurara que habría de esperarlo.
Pocas fueron en verdad las palabras que los jóvenes llegaron a intercambiar.
Decididamente no eran lo que habían sido. Ese ámbito y Cielo en él, anonadaba a Carlos. Tras la insignificante despedida, fuera del convento asoma la congoja. Y ésta perdura, con matices, hasta que solo prevalece la tristeza.


Aghata
Marzo 2012