Cerrando el candado

Lástima, solo puede trasmitir lástima desde el punto de vista de mucha gente. Hablemos del hombre que vende billetes de lotería a la entrada de un conocido pasaje en una gran ciudad. Las personas pasan sin mirarlo, de reojo ven un bulto pero no se detienen. Las que lo observan lo hacen con morbo y con la suficiente curia como para que él se sienta más raro de lo que la vida lo ha hecho.

Una caja de metal, roja, llena de dinero para dar cambio, son monedas, gente como él no aspira a tener muchos billetes… que no sean los de lotería que comercia sin faltar un solo día del año. El mismo lugar, la misma hora.

La misma caja de metal abierta, es necesario cerrarla, ya que el día agoniza y hay que regresar a casa, pero su cuerpo no tiene fuerzas, no puede hacerlo. Se acerca un joven, un trabajador de la tienda que está frente a donde él se sienta, en el piso por supuesto. Traje gris, corbata roja, (como la caja que va a cerrar), zapatos lustrosos y un corazón generoso. Se acerca más, se agacha y pide el candado, él se lo da con toda la confianza, ¿qué más puede hacer?, se abre el candado… lo acomoda en la caja, se cierra el candado. El joven se retira. El vendedor de billetes alza la cabeza hacia donde el muchacho se ha ido y sonríe. El día ha terminado, el candado está cerrado. Mañana otra vez a vender, otra vez a sonreír.

Así es la triste vida de una persona que no posee la cualidad de estar dentro del estándar “normal” de los seres humanos, pero que se sigue esforzando por salir adelante. ¿Cuantos ayudamos a cerrar el candado de esa forma? Y ¿cuántos los ponemos de la otra?