Capítulo 18: “Aquí Hay Duende Encerrado”.
Nota: Primero que nada, mis disculpas por la tardanza de más de mes y medio en publicar. Segundo, este capítulo está hecho para ser leído mientras se escucha la canción “En un Lugar”, de Mägo de Oz.
Iniciaba una nueva mañana en altamar. Otra vez, como siempre, Esperanza se había amanecido en el timón, mientras que Arturo dormía bajo cubierta. Ahora, también el trasandino se había quedado ayudándola con el velamen. Ninguno de los dos había abierto la boca en todo el transcurso de ese tiempo. Había sido una noche muda, como tantas otras, pero sin dudas era mil veces mejor aquella silenciosa compañía.
Ambos sonrieron al observar el sol aparecer entre las rojas nubes que le encerraban en el horizonte, con esa fina línea que les seguía vinculando a Gran Malvina, esa isla que aquel hombre trataba de hacer volver a su natal Argentina, esa isla que habían dejado atrás, muy atrás. Ya estaban a mitad de camino hasta las costas del sur de Brasil.
-¡Auxilio! ¡Auxilio!-resonó ese grito desde las entrañas del navío.
-¡Es Arturo!-exclamó Esperanza, reconociendo en el acto aquella voz-. Hopkins, hazte cargo del timón.
Hopkins, que así se apellidaba el trasandino, obedeció de inmediato y cuando Esperanza se dirigía a las entrañas del barco, Arturo salió de allí con la velocidad de un aerolito.
-¡Las provisiones desaparecieron! ¡Tenemos al demonio en nuestro propio barco! ¡Yo sabía que Dios nos iba a castigar tarde o temprano!-Arturo se detuvo a tomar aire unos instantes, sólo entonces sus ojos se posaron en Hopkins-. Esperanza, tiene que saltar por la borda. Si lo hace sucederá lo que pasó con Jonás.
La respuesta que recibió fue bárbara. El bofetón que le dio Esperanza hizo que se tragara el habla como la mejor de sus comidas, sólo atinó a mirar a Esperanza con los ojos llorosos.
-Ahora que estás bien calladito, me vas a escuchar bien, con mucha atención, maldita sea. ¡Primero! Yo soy la capitana del Rosa Oscura, así que yo mando aquí. ¡Segundo! No metas a tu maldita religión en estos asuntos, ¿savvy?-dijo Esperanza-. ¡Y tercero! Iré a investigar a la bodega, así que… ¡Escúrrete de mi vista!
Arturo no tuvo necesidad de que le repitieran la orden. Se escurrió volando hacia la bodega de armas y de él no se supo más. Esperanza, tras dar unas cuantas órdenes a Hopkins sobre el manejo del timón, se escabulló por la escalerilla bajo cubierta. Bajó los dos pisos de cubiertas hasta que a duras penas, llegó a la puerta indicada, la puerta de las bodegas de alimentos, lámparas, ropas y cosas de primera necesidad.
Si el camino por ese montón de recovecos se había ido hundiendo en la oscuridad, al abrir dicha puerta la penumbra la salió a recibir en la cara. El silencio era tétrico y la negrura del ambiente aún más. Le dio la impresión de estar de cita frente a un gran y poderoso demonio, de estar enfrentada al mismísimo Davy Jones.
Trató de apartar de su cabeza ese temor que iba creciendo dentro suyo. Prendió la linterna que llevaba. No, esa era una luz muy tenue, lúgubre, inspiraba aún más temor que aquella oscuridad. A su lado encontró una desvencijada antorcha. Sacó de su morral unos fósforos, con cuya ayuda la antorcha regaló su fuerte luz. Ahora sí que podía verlo todo.
Efectivamente, no estaban sus provisiones. Pero, ¿qué traían de alimentos? Vino, pan, algunos dulces, miel, mucha miel, pastas, agua, arroz y un poco de carne. Y todas las otras cosas llevaban metales.
-Duendes… Gnomos… ¡Maldita sea!-fue lo único que se sintió capaz de murmurar Espe. Fue lo primero que brotó en su cabeza, en su atribulada mente y que había emanado de su boca en cosa de segundos. Sin lugar a dudas ese era el único problema que les faltaba por sortear.
Ya no cabían dudas, ahora lo veía todo fuerte y claro. Ahora entendía todo, ahora captaba el por qué. Ahora sabía por qué ese hombre había colocado aquellas monedas de oro en la bodega y esa nota. Con las monedas sería capaz de atraer a una tropa de duendes, pues ellos adoraban el oro y el dulzor, qué decir de hacer travesuras. Y luego la nota les indicaría que debían llevar hasta ahí las provisiones dejadas en “The Mermaid’s Bay”. Como ellos tenían cualidades sobrenaturales, entre ellas la invisibilidad y la rapidez extrema, habían regresado en cosa de nada y habían puesto en condiciones el Rosa Oscura de zarpar. Las jarcias se habían movido, las velas y la Jolly Roger se habían izado, nadie había visto por quién. ¿Quién más podría haber hecho eso? ¿Un polktergeist? ¡No, definitivamente no! Esos eran mucho ruido y pocos hechos.
Ahora habían desaparecido el vino, los dulces, el metal y la miel. Ellos adoraban esas cosas y el resto estaban refundidas vaya a saber uno donde, de seguro era una travesura.
Con la firme decisión de encontrar sus provisiones, so pretexto que morir de hambre no le agradaba en lo más mínimo, salió de la bodega.
Al pasar por la bodega de armas sintió un suave gimoteo, que como es de esperarse le paró los pelos, hasta los que no tenía. O eso era un alma en pena o una persona lloraba con todo su corazón. Si esa era la única opción que le quedaba, debía jugársela y, empujando la puerta, ingresó a la habitación.
No les mentiré, queridos lectores, grande fue la sorpresa que se llevó Esperanza al ver a Arturo llorando acurrucado contra uno de los rincones de la habitación con tanta fuerza como si alguien le hubiese partido el corazón.
-¿Arturo?-preguntó extrañada, aunque no le sorprendía que su amigo fuese lo suficientemente débil como para llorar así.
-¿Qué nos pasó, Espe?-inquirió él entre lágrimas.
-¿Eh?-.
-¿En qué minuto lo olvidamos?-preguntó el muchacho gimoteando.
-¿Olvidar qué?-preguntó ella tratando de hacer de tripas corazón.
-Que si uno se quedaba atrás, el otro también se quedaba atrás. Que estábamos juntos en esto. Que pasara lo que pasara debíamos estar unidos-argumentó él.
-No lo sé…-contestó ella acuclillándose frente a él-. Hoy te equivocaste, aunque igual Hopkins tiene que ver en el asunto. Sólo quiero que estés tranquilo.
-¿Qué vamos a hacer? Moriremos de hambre-.
-No. Sécate esas malditas lágrimas y sube a cubierta conmigo. Hay unas cuantas preguntas que Hopkins debe responderme y quiero que sea en tu presencia-dijo ella-. Acompáñame, ¿sí?-inquirió con una bonita sonrisa mientras que se ponía de pié.
Ambos subieron las escaleras a los trompicones. Arturo porque el llanto le había traído la fatal enemiga de la fiebre y Esperanza porque no quería admitir que tenía muy claro que no le iba a gustar nada lo que iba a oír de boca de su tripulante.
Al llegar a cubierta el sol les dio en la cara, cegándolos un tanto. Esperanza, fuerte como siempre, se rehízo de inmediato y caminó seguida por Arturo hasta el puente de mando.
-¡Hey, tú, Hopkins!-le dijo al tripulante quién, mirando por la barandilla, dirigía el timón del barco.
-¡Vaya! ¿Os habés reconciliado?-preguntó en tono pícaro, un tono que a Esperanza le pareció muy confianzudo y a Arturo desagradable e inmoral.
-Sí, ¿algún problema?-sacó la voz Esperanza-. Pero no vinimos a decirte un cuento infantil, sino a hacerte unas cuantas preguntitas-replicó ella en tono sarcástico.
-Como mi capitana mande…-contestó él haciendo una burlesca y aparatosa reverencia.
¿Cuál fue la respuesta de Esperanza? Un monumental bofetón que se fue a estrellar contra la mejilla izquierda del trasandino.
-Atrévete a tratarme así si quieres otra de regalo-amenazó severamente.
-Esperanza, tranquila, debes tratar bien al prójimo-dijo Arturo afirmándola de la espalda.
La mirada asesina que le dedicó la muchacha fue más que suficiente para hacerlo sellar sus labios y soltarla.
-Dime, Hopkins, ¿es mi idea o en Gran Malvina hay muchos duendes?-preguntó con un retintín sarcástico.
-Son una plaga. En los cerros de las islas merodean muchísimos y si tienes suerte puedes ver más de alguno-contestó el tipo.
-Y supongo que nos hiciste un pequeño favorcito y subiste un regimiento de ellos a bordo del Rosa-completó ella.
-Para que ayudasen a zarpar-explicó Hopkins.
-Y los muy patudos se quedaron a bordo…-dijo ella.
-Son así-.
-Nos han invadido, esa es la situación. Nos robaron todas las provisiones. Sé que esos tunantes son unos malditos bromistas y que deben tener nuestras cosas refundidas quizás en el casco del barco, pero el punto es que necesitamos hacerlas aparecer-dijo ella.
-Simple, ¿has oído alguna vez hablar del “Ritual del Gnomo”?-preguntó Hopkins guiñándole a ambos un ojo pícaramente.
A esa misma hora pero a muchísimos kilómetros de distancia en dirección suroeste, en una ciudad llamada Talca, la puerta de la habitación de Rosario se abría dando paso a la madre de la mencionada muchacha.
La chica no se limitó a mirar a su progenitora pese a estar despierta. Era temprano, pero a pesar de todo debería haber estado preparándose para ir a la escuela. Pero, al parecer, no tenía ni el más mínimo ni remoto interés en ello, sólo le parecía importar estar eternamente allí, tumbada en la cama, mirando el techo de su cuarto en la semi penumbra mañanera mientras que una fina lágrima corría por su mejilla.
-¡Estás despierta!-exclamó su madre fingiendo una sonrisa aunque no le gustaba ver a su hija así.
-Ahá-dijo Ross mirando aún el techo.
-Ya avisé a la profesora que hoy no vas a ir a clases. Me dijo que estabas faltando mucho y que al reincorporarte tendrías muchas cosas que ver-anunció su madre tratando de hacerle la fiesta mientras que prendía la luz.
-Y qué si falto un día, ya tengo la mejor asistencia y las mejores notas del curso, ¿para qué más?-desafió dando al fin vuelta la cabeza para dejar ver sus ojos llorosos, llenos de lágrimas secas.
-A todos nos extraña, hija. Tan estudiosa y tan aplicada que fuiste en un momento, bueno siempre fuiste así, pero ahora no. Antes una hora atrás ya habrías estado en pié cateteando a tu hermana para que se levantase y corriendo a la ducha para darte un baño profundo y bajar a darte un tremendo desayuno-dijo la mujer sin disimular la sorpresa que sentía.
-Ya me aburrí de eso. Los estudios no tienen sentido si no hay con quien compartir la felicidad de ellos-confesó la muchacha.
-Tienes a tu papá, a la Luz y a mi-dijo la mujer cogiendo la mano derecha de su hija.
-Pero a cambio perdí a la Espe… han pasado meses sin saber nada de ella y de seguro ya está muerta, ella siempre me mantenía en pié. Y perdí a mi tío. Según ustedes, los médicos siguen diciendo que probablemente no va a despertar. Y ustedes saben cuánto yo lo quería-confesó la chica, rompiendo a llorar con mucha fuerza, aferrada a su madre.
De pronto sonó el timbre y un toquido acelerado se escuchó.
-¡Luz! ¡Anda a abrir!-dijo la mujer llamando a su hija mayor que a esas horas se suponía estaba tomando el desayuno.
La hermana de Ross abrió la pesada hoja de madera y acto seguido se sintió como se azotaba la joven en ella y unos pasos rápidos por la escalera.
-¡¿Qué pasa?!-exclamó la mamá de Luz y Rosario justo antes de que el tío de las muchachas ingresara a la habitación hecho una furia.
-Tú, traidora, me vas a explicar con lujo de detalles todo lo de tu amiga, porque supongo que te suena el nombre “Esperanza Rodríguez” o, mejor, añadámosle un “capitana”-dijo el hombre con retintín burlón dándole un bofetón a su otrora querida sobrina.
A la medianoche de ese mismo día, una decena de antorchas iluminó la bodega de provisiones del Rosa Oscura y en ella ingresaron Esperanza y Arturo, ambos seguidos por el señor Hopkins.
-Hopkins, ¿traes todo?-inquirió la muchacha.
-Por supuesto, mi capitana-contestó el trasandino.
-Bien, empecemos de una vez-señaló la joven.
Entonces los tres dejaron en una mesa una copita de vino, unos trocitos de chocolate separados entre sí y unas monedas de oro.
Luego cogieron tres antorchas que llevaban consigo y formando un círculo Esperanza sujetó con Arturo una que tenía una cinta verde, el color simbólico de la mitología nórdica, especialmente los duendes. Arturo y Hopkins sostuvieron una con un listón rojo, que simbolizaba la sangre, la cual estaba fervientemente dispuesta en aquel deseo. Por último, Hopkins y la capitana del Rosa Oscura afirmaron entre ambos una que tenía una cintita azul, el cielo, hasta donde querían llegar con sus voces aquella noche, hasta la morada de aquellos duendes traviesos.
-Duendes traviesos-comenzó Hopkins cuando los tres cerraron los ojos y unieron sus manos.
-Duendes traviesos-repitieron Esperanza y Arturo.
-Les pedimos humildemente que nos devuelvan nuestras provisiones-siguió el argentino.
-Les pedimos humildemente que nos devuelvan nuestras provisiones-repitieron los otros dos.
-Las cuales necesitamos muchísimo-prosiguió el malvinense.
-Las cuales necesitamos muchísimo-repitieron al unísono los chilenos.
-A cambio les dejamos vino, chocolate y monedas de oro-continuó el tripulante.
-A cambio les dejamos vino, chocolate y monedas de oro-.
-Que les serán de mayor provecho-dijo Hopkins.
-Que les serán de mayor provecho-.
-Esperamos sanear cualquier discordia entre nosotros y que quede en el pasado-dijo el marinero trasandino.
-Esperamos sanear cualquier discordia entre nosotros y que quede en el pasado-.
-Y que haya eterna paz entre nosotros y ustedes-continuó el marino.
-Y que haya eterna paz entre nosotros y ustedes-.
-Amén-concluyó Hopkins.
-Amén-concluyeron los tripulantes del Rosa Oscura.
Y abrieron los tres los ojos para apagar unas cuantas antorchas y volver a subir a cubierta esa noche estrellada de junio.
|