Un aire revolucionario ya invadía varias regiones del país, llenando a los ciudadanos con un deseo de acabar para siempre con la dictadura. A pesar de que se ocultaba varios aspectos de la realidad, unos cuantos eran consientes de los torturados o desaparecidos que causaron la policía solo por sospechar de que fuesen opositores al régimen.
Una tarde, en ese ambiente de tensión e intriga, un joven llamado Pablo fue a visitar a Julio, su amigo. Tenía en sus manos una nota que se le había pasado para concretar la siguiente reunión de opositores al gobierno. Julio lo recibió y se dieron un apretón de manos para pasarse el mensaje.
- ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás, Pablo?- saludó Julio, fingiendo sorpresa.
- Y aquí voy, con mucho calor- le respondió Julio- pero pasa, vamos a tomar algo.
Julio dio una rápida mirada al vecino, que estaba regando las plantas. Sintió que los estaba observando, aunque parecía distraído con lo que hacía.
Esa tarde, Julio también recibió la visita de Sofía, una amiga. Sofía había traído a Luz, su hermanita de tres años, a quien la cuidaba como a un tesoro.
- ¡Hola Sofía! ¿Qué tal?- saludó Pablo a Sofía. Luego miró a la pequeña Luz con curiosidad.
- Hola. Ya te hablé de Lucecita- le dijo Sofía, señalando a su hermana- mis padres salieron, por eso la traje para que no estuviese sola en casa.
Pablo, Julio y Sofía se sentaron en el suelo, observando cada milímetro de las paredes y el techo para comprobar que no estuviesen siendo vigilados con micrófonos o cámaras.
- ¿Revisaste tu casa parte por parte?- le preguntó Pablo a Julio, luego de un minuto de silencio.
- Sí. Sofía también ayudó y no encontramos nada raro- respondió Julio.
- Tu vecino, el “amante de las flores”, me da miedo- dijo Sofía, en voz baja- la otra vez me pareció que me miraba de una manera extraña…
- Cuidado, que no se asuste- le dijo Pablo, mientras soltaba una pequeña risa que rompió con el hielo que se había formado en la sala.
- Por cierto, ¿Qué pasó con Amanda?- preguntó Pablo- hace mucho que no la vemos. Julio, ¿Aún siguen siendo novios?
- Sí, y lo seguiremos siendo aunque mi padre no quiera- afirmó Julio- hay días en que sueño que la han apresado y que la han torturado.
- ¡No digas eso! ¡Nunca!- le espetó Sofía- ¡Que Dios no lo quiera! Ella me cae bien y siempre rezo a la Virgencita para que la proteja.
- Los rezos no siempre resultan, Sofía- dijo Julio- aunque duela decirlo, siento que ya la han capturado. Solo así me explicaría el porqué no respondió a mis cartas.
La conversación fue interrumpida por Luz, que empezó a revolcarse en el suelo y a dar gritos desesperados. Sofía intentó calmarla, pero sin éxito. Pablo se acercó y puso su mano en la frente de la pequeña.
- ¡Tiene fiebre!- confirmó Pablo- ¡Debemos llevarla con mi papá, que es médico!
- ¡Pero si hace unos minutos estaba de lo más bien!- dijo Sofía, angustiada.
- Salgamos por la puerta trasera- sugirió Julio- ahí no nos verá nadie. ¡Ni siquiera el vecino florero!
Así lo hicieron. Fueron todos al consultorio del papá de Pablo que, por suerte, se encontraba sin ningún paciente y estaba libre para atenderlos.
El doctor analizó a la niña, le dio de tomar unas pastillas y, minutos después, la pequeña se calmó y se quedó dormida profundamente.
- Está engripada- dijo el doctor a Sofía- para un mejor diagnóstico, pase por aquí mañana. Anotaré su nombre en la agenda.
- Muchas gracias, doctor- dijo Sofía, que estaba al borde de las lágrimas.
- Descuida. Siempre estaré disponible para los amigos de Pablito.
Pablo se quedó con su padre a ayudarle con unos archivos. Julio y Sofía se fueron con Luz. A mitad de camino, Julio le dijo a Sofía que era mejor que regresara cada uno a su casa.
- ¿Estarás bien? ¿No necesitarás nada?- le preguntó Sofía.
- Descuida. Estaré bien. Ve a casa y cuida de Lucecita. Tus padres estarán por llegar.
- Tienes razón. Nos vemos.
Cuando Julio regresó a su casa, se llevó la sorpresa de que la cerradura de la puerta había sido forzada. El vecino florero se acercó a él y le dijo:
- Hace una hora entraron los policías. Descuida, ya se fueron.
- ¿Cómo sé que no me estarán acechando ahí adentro?
El vecino se encogió de hombros, sacudió su mano y se fue a su casa.
Julio entró, lentamente. Se percató de que no estuviese nadie acechando por detrás de la puerta.
Encontró los muebles salidos de lugar, frascos rotos y hojas por el suelo. Una corazonada le llevó hasta su pieza, donde encontró su cama desordenada y las ropas esparcidas encima de la misma.
Julio abrió el ropero, utilizó una pequeña llave que llevaba en el bolsillo para abrir el doble fondo del mueble y encontró, aliviado, que todavía seguían ahí las fotos y las cartas que estuvo intercambiando con varios amigos, que seguían planeando la mejor forma de derrocar al dictador sin necesidad de una guerra civil violenta.
El teléfono sonó. Era Sofía que, por aquella intuición femenina, lo llamó para asegurarse de que se encontraba bien.
- Entraron en mi casa- dijo Julio- revisaron todo.
- ¡Dios mío! ¿No te hicieron daño?
- Cuando llegué, ya se fueron. Si no fuese porque llevamos a Luz junto al papá de Pablo, seguro nos hubiesen capturado a todos.
- ¡Dios! ¡Qué calamidad! ¿Ves que los rezos sí funcionan? Me di cuenta de eso porque Luz se enfermó de improviso. Ella estaba sanita como siempre y Dios la enfermó para que la lleváramos al médico y así la policía no nos capture.
- En otro momento me reiría por tu ocurrencia. Pero ahora estoy muy asustado. Necesito aclarar las ideas. te llamo más tarde.
- Sí. Lo entiendo. Cuídate. Hablamos luego.
Cuando cortó, Julio sacó de su ropero la foto de Amanda. Estaba ahí, con su hermosa sonrisa que siempre le había caracterizado. La última vez que la vio, ella le dijo que iría a visitar a sus padres que vivían en un pueblo lejano. Desde esa vez, no supo más nada de ella. Ni una llamada. Ni un mensaje.
Incluso, se percató de que, desde que Amanda se fue, varios de sus amigos fueron rechazados de los servicios públicos e, incluso, a uno le despidieron de su trabajo sin justificación. Si Amanda fue capturada, con las torturas, habría confesado todo y, así, la policía empezó a realizar las debidas conexiones para abolir con ese grupo de opositores de una buena vez.
Fuese una obra del destino, una coincidencia o “una intervención de Dios”, Julio se percató de que, gracias a la pequeña Luz, se le brindó una oportunidad de no correr la misma suerte que Amanda. Por lo tanto, decidido a buscarla, empacó sus cosas y abandonó su hogar. No dejó ningún mensaje ni para Sofía, ni para Pablo, ni para ninguno de sus amigos. No quería involucrarlos ni perjudicar sus vidas. En el fondo, sabía que ellos se las arreglarían y seguirían con el propósito de derrocar al tirano para establecer definitivamente la Democracia en el país.
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