Un agujero negro luchaba contra una estrella blanca y fulgurante, y en esa lucha injusta, la aureola gigante, obscura, absorbía todo en su profunda agonía, a todas las luces, a todos los cuerpos, hasta a los sentimientos los sometía…
Pero a esta estrella condenada, diminuta con su fuerza se aferraba a las sabanas que la vio nacer y volar, aquel manto de la noche que la sostenía, y la volvía eterna, sucumbía, porque no se puede ser uno, sin dos, porque la gesta de toda armonía es el conjunto de la absoluta reciprocidad y esta estrella, con su brillo propio componía una obra sublime, en el infinito firmamento del universo.
Ahí permaneció congelada por siglos, luchando por su amor, hasta que el universo se quebró en millones de pedazos y cuando ya nada mas resistía, hasta la obscuridad desapareció.