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Son casi las doce en punto y el único sonido que hiere la noche es el lóbrego graznido de los cuervos que, posados sobre las ramas desnudas de los árboles, escrutan la oscuridad en espera del próximo festín.
Cuando los neumáticos del Cadillac hacen crujir la hierba, la bandada de aves de plumaje negro remonta el vuelo y describe círculos alrededor del extraño visitante. Dos minutos más tarde, una camioneta blanca de vidrios polarizados se desvía de la carretera para situarse junto al Cadillac del vendedor.
—Vengo de parte del Jefe —anuncia la voz grave y regia del hombre vestido de negro. No recibe respuesta. Alcanza a divisar, entre las sombras, un par de ojos penetrantes que lo examinan de pies a cabeza.
—Al Jefe le gustan los trabajos bien hechos, que no dejen rastros, ¿no es así? —Dice, al fin, un segundo hombre, vestido de gris, guantes blancos, zapatos lustrosos.
—Siempre ha aplaudido un buen trabajo. Ahora, entregue el paquete.
—De acuerdo.
El hombre de gris abre la cajuela del Cadillac Eldorado. Un bulto considerablemente pesado aguarda al fondo del compartimiento.
—Un metro sesenta centímetros. Contextura delgada, entre dieciséis, diecisiete años.
—¿Alguna otra cosa?
—Ojos azules y cabello rubio —agrega sonriente el vendedor. —Eso le costará unos billetes más.
—¿De cuánto estamos hablando? —Interrumpe el hombre de negro.
—Cuarenta mil euros.
—Nada mal, nada mal. Al Jefe le gustará haber hecho trato con ustedes. Pero, hay una cosa más que debo saber. ¿Es virgen?
— Y tiene un coñito fresquesito, como prometimos.
El hombre de negro ríe, el hombre de gris lo acompaña. Ambos toman un costado del pesado bulto, que no deja de retorcerse vanamente, y lo avientan al asiento trasero de la camioneta. Los cuervos siguen acechando, como es su costumbre.
El maletín de cuero, repleto de fajos de billetes, es entregado en las manos del vendedor quien, al querer cerciorarse de que la cantidad es la acordada, no se percata del revólver que le apunta a la cabeza.
—Al Jefe le gustan los trabajos bien hechos —dice con voz queda el comprador, —que no dejen rastros.
Se escucha un sonoro estallido, la bala de plomo atraviesa completamente el cráneo. El hombre de negro hace una mueca de disgusto; su traje, sus zapatos, su camisa bien planchada es salpicada de un rojo vivo que ha ensuciado las ventanas el automóvil. Toma de vuelta el maletín, sube a la camioneta y se pierde entre la niebla. Los cuervos descienden lentamente a su árbol y contemplan el cuerpo inerte del hombre de gris. Ahora solamente es cuestión de esperar.

Texto agregado el 21-11-2012, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-11-2012 cuervos, quise decir iwan-al-tarsh
22-11-2012 Te felicito, porque pese a la pista inicial de los cuervos no imaginé el final. Lo cual demuestra que manejaste bien la narración, que los cuercos son más inteligentes que yo o ambas cosas. iwan-al-tarsh
21-11-2012 Esos cuervos si que estan mal acostumbrados, muy buena la narración me gustó mucho Carmen-Valdes
 
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