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La tarde había nacido en penumbra y no había terminado de llover, cuando mi hermano Carlos consideró conveniente salir a pasear. Me era imposible tan sólo intentar convencerlo de lo contrario y tuve que acomodarme a la idea de que lo mejor sería acompañarlo a otro de sus dislates. Suficiente era la lluvia incesante y creí que nada podía ser peor en ese día.

Anduvimos de cuadra en cuadra enmudecidos. Yo porque abominaba de la lluvia y aquel barrio sucio de noche me causaba estragos intestinales; él, porque se abstraía como siempre en sus exóticos pensamientos. Todo era mejor así, sin embargo yo exigía mucho y en el momento en el que el cielo se hizo lo suficientemente oscuro para colmarme de cobardía, Carlos volvió a personarse con la idea más necia que pudo concebir.

Habíamos aterrizado en la esquina de la fábrica central de chocolates de la señora Adela, justo una cuadra antes de la avenida Secrima. Ahí, frente a nosotros, se vislumbraba un terreno cespitoso de la peor apariencia y cochinería. La hierba contaminada había logrado dimensiones espantosas, pero lo más horrendo volaba por encima de toda la mugre. Colosales ratas retozaban infatigables, como esperando famélicas a su presa indefensa.

¡Pasémonos corriendo ese potrero que se ve interesante! - rebuznó él.

Me negué rotundamente durante tal vez unos quince minutos, hasta que cometí la imprudencia de sucumbir ante su promesa de volver a casa en cuanto finalizáramos su disparate. Empecé a sentir factible la posibilidad de llegar mucho más pronto de lo que imaginaba. Preparé e invadí mi mente de pensamientos, escuché el "un dos tres" y salí como demente tras mi sueño de volver a casa.

Bastaron pocos segundos para que mi horror se hiciera palpable. Sentí entre mi pantalón, un bulto pesado que zigzagueaba frenéticamente. De inmediato imaginé a la rata hambrienta, venturosa al verse frente a mi carne desamparada. Intenté golpear despavorido a la inmunda mole, pero no conseguía atinarle con mis puños temblorosos. Me rendí...

Caí al suelo y quise dejar que hiciera conmigo lo suyo. Pero no se movió. Quedó la masa suspendida en mi pierna y fue entonces cuando decidí estirar mi brazo para examinar el extraño suceso. ¡Y la agarré! ¡La tuve entre mis manos!

Descubrí que aquel horrible monstruo se trataba de mi billetera que había resbalado tras la valiente travesía.

Texto agregado el 06-08-2004, y leído por 221 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-06-2005 sorprende el final, si señor... kayla
28-10-2004 Excelente cultivo del suspenso. En lo personal, hubiera esperado un desenlace menos explícito, con más fuerza y más parco, pero eso es tema del autor. Allá, tú, cuentero... En todo caso, el objetivo de sorprender queda más que alcanzado. Un saludo. mariog
04-10-2004 Muy bueno! Me asombró el final, soy mal pensada y pensé otra cosa. jaja marimar
18-08-2004 Bien Maicol, es un cuento que mantiene en vilo a quien lo lee... se te hace fácil asombrar a tus lectores. Te felicito con 5 estrellas.... mariafernanda
18-08-2004 vaya maicol , de verdad que me sorprendiste ,es un exelente cuento ,lleno de ritmo y sorpresa , te doy 5 basureros llenos adiosin!!! cjsdj
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