EL VASO ROTO
Sully Prudhome (francés)
(1839 -1907)
Ese vaso en que mueren las verbenas,
a un golpe de abanico se trizó;
debió el golpe sutil rozarlo apenas,
pues ni el más leve ruido se sintió.
Más aquella ligera trizadura,
cundiendo día a día, fue fatal;
su marcha imperceptible fue segura
y lentamente circundó el cristal.
Por allí filtró el agua gota a gota,
y las flores sin jugo mueren ya;
ese daño impalpable nadie nota.
¡Por Dios, no lo toquéis, que roto está!
Así suele la mano más querida
con leve toque el corazón trizar,
y el corazón se parte, y ya perdida
ve la verbena de su amor pasar.
Júzgalo intacto el mundo, y él en tanto
la herida fina y honda, que no veis,
siente que cunde destilando llanto.
¡Por Dios, que roto está, no lo toquéis!
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Francisca era hija de don Aquilino Díaz de la Vega y doña Emilia Rodríguez, quienes se dedicaron con afán a su educación, simultáneamente tutores la instruían en idiomas, humanidades y música, a los quince años interpretaba el piano como una eximia concertista, disfrutaban de su virtuosismo solo los invitados que asistían a las tertulias organizadas por sus padres. Su única salida fuera de la casona familiar era el día Domingo para asistir a la misa de mediodía en la Iglesia de San Jerónimo y una breve caminata por el Paseo del Prado finalizado el acto litúrgico.
La severidad del padre ahuyentaba a los pretendientes que deseaban cortejarla, ninguno osaba acercársele, solo recibía un pequeño ramo de verbenas en su casa cada semana junto a una tarjeta escrita: "Para Francisca de N.G"
Don Aquilino preocupado por la falta de interés de los jóvenes por Francisca, recibía las verbenas y se las entregaba a su hija que ilusionada las ponía en un vaso de cristal sobre el buró de su dormitorio,imaginaba a su enamorado como un hombre gentil y romántico.
Norberto Gonzales esperó pacientemente que Francisca cumpliera los dieciocho años, él de veintiocho, trabajaba en los astilleros de Madrid, el día que decidió presentarse en la casa y pedir una entrevista con Don Aquilino, sabía que la mano de Francisca le sería otorgada, ella lo vio llegar desde su ventana de vitrales. Con el ramo de verbenas recibidas, antes de la visita, en una mano, y en la otra un abanico que mitigaba la turbación provocada por la inesperada situación, acomodaba las flores en un vaso con agua, un leve golpe con el abanico, que no percibió, trizó el recipiente de cristal.
El padre estaba angustiado, su hija no solo era hermosa también estaba preparada para ser una buena esposa, una gran dama, había sido presentada en sociedad como una mujer casadera entre familias de alta alcurnia y jóvenes herederos de los grandes empresarios de la época, además de la cuantiosa dote que recibiría el esposo, pero la soberbia arrogante de don Aquilino y su prepotente descortesía impedía a los jóvenes casaderos, solo por prudencia, acercarse a la bella joven.
Como lo imaginaba Norberto, Don Aquilino autorizó el cortejo por un período razonable ante la presencia de alguna mujer al servicio de la familia. Aunque en su imaginación Francisca esperaba prestancia y galanura, algo de lo que Norberto adolecía, aceptó gustosa ser la esposa de Norberto, saldría de la monotonía de su casa, de los paseos y las tertulias semanales.
La boda se realizó con pompa y boato, los recién casados viajaron a París en su luna de miel; para sorpresa de Francisca, ella se sintió feliz al lado de su esposo, él supo agradarla y hacerla sentir mujer y hermosa y más aún cuando en esos días de intimidad en la romántica ciudad, Norberto le comunicó su traslado a Chile, al puerto de Valparaíso, secreto guardado hasta después de consumar su matrimonio, de no haber sido así, Don Aquilino no habría permitido el enlace.
Cualquier buen escritor de oficio podría describir con emoción y palabras certeras el estado de angustia que invadió a don Aquilino con la noticia del viaje de su hija, cruzaría el Océano Atlántico hacia otro continente, yo que no lo soy, solo puedo describirlo como un gran y doloroso estupor.
Antes de la boda Norberto había adquirido una casa y la había hecho decorar con muebles de estilo neoclásico, cubiertas de mármol, aparadores de madera de cerezo macizo, pinturas, una de ellas el retrato de Francisca, pintado al óleo por un artista que copió una foto de Francisca, colgado al frente de un piano de cola Steinway, encargado directamente, por catálogo, a los Estados Unidos.
Los recién casados se afincaron en Cerro Alegre y comenzaron su rutina diaria, Norberto en el astillero y Francisca en el hogar, una cocinera, una mucama y un jardinero cumplían con el trabajo doméstico, Francisca disfrutaba de su nueva vida, del bordado, de la lectura, y de su relación con su esposo y las hermosas verbenas que regularmente le regalaba. Diez años de matrimonio, seis hijos, una mujer feliz.
Un día Norberto comunica a Francisca que debe viajar a Santiago, volvería en siete días, Francisca lo despide deseándole un buen viaje, él la besa paternalmente y sube al coche que lo trasladará a la Estación del tren.
Transcurrida la semana, más de un mes, un año, Francisca supo que Norberto nunca regresaría, recordó las noches en las que su esposo regresaba ya de madrugada al hogar. -Una situación inesperada- aludía Norberto como excusa, él mentía, asistía a las presentaciones de las Compañías de Cuplé que llegaban al puerto desde España. Alguien se lo dijo, Norberto había huido con una cupletista de quien se había enamorado.
Ella se vistió de negro y nunca más salió de su casa, los hijos no continuaron sus estudios y
comenzaron a trabajar, las niñas en el servicio doméstico, los varones en diferentes oficios, ella lavaba en su casa ropa ajena, vendió su piano, los cuadros, muebles y joyas, no derramó lágrimas, enmudeció, el golpe furtivo recibido, mató la verbena de su alma como el vaso trizado filtraba el agua que extinguía la lozanía de las verbenas.
Veinte años transcurrieron, sus hijos hicieron su vida y ella la que le quedaba; años después recibió un telegrama que le comunicaba el fallecimiento de Norberto en Madrid, se requería la presencia de los herederos para la entrega de sus bienes. No se interesó, tampoco los hijos, el vaso roto circundado por la trizadura estaba vacío entre los escombros de un ignoto peñasco bajo los violetas del cielo de una verbena marchita.
(Reto Ganadores II "Pon un cuento al poema"
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