Dar un paso al costado. Eso fue lo que le sugirieron dar al maestro de las rabonas, al talento futbolístico que no hace casi nada era aclamado como el mejor técnico del más popular de los clubes: Colo Colo.

El fútbol, como casi todo en la vida, se basa en el permanente triunfo, en la -euforia y en la agonía. Todo es desechable, transable y comerciable y nada hace desconfiar más a alguien que ve todo lo feérico de su esencia, desde la óptica de la lógica y el razonamiento, que el triunfo constante. Y eso, porque, igual que en las guerras, los héroes se tiñen de sangre en la victoria, se alzan mártires y caudillos con la facilidad hebdomadaria que permite este deporte. Pero, cuando la derrota hace escarnio de los mismos que ayer se alzaban con la victoria, los despojos de la honra, de la invencibilidad y de la idolatría, se diseminan en derredor, cual despojos a expensas de las aves rapaces.

Hoy ha sido Borghi, el tipo desenfadado que cautivaba a los periodistas con su humor sarcástico, quien ha sido víctima de la veleidosa conducta de los dirigentes chilenos, tan proclives al exitismo que otorgan los triunfos y tan impacientes cuando los pastos victoriosos se truecan en ciénaga pantanosa.

Hago esta pequeña introducción para ceñirme a lo significativo que es dar un paso al costado, dejar el lugar que uno ocupó para que otro, acaso con la misma inseguridad en sus tripas, se haga cargo de la situación, oxigenando el lugar para evitar que las injurias y las inconformidades aún subyacentes vayan a hacer presa de él.

La vida es cambiante y cada cierto tiempo, dirigimos nuestra mirada hacia el horizonte para constatar que ningún fantasma se visualice a lo lejos, para inquietarnos en nuestra postura, amenazar nuestras convicciones y arrasar con nuestros talentos. Pisamos con paso firme, nos posicionamos en lo nuestro, pero siempre existe la preocupación de que el día de mañana, alguien o algo nos sugerirá que demos el paso al costado.

Para entonces, de nada valdrán nuestros razonamientos, nuestros descargos y las disculpas del caso. El mañana es una esperanza, pero conlleva el germen de la amenaza. No por nada, envejecemos día a día y existe un ejército de briosos jóvenes que intentarán desbancarlo todo, para proseguir con lo mismo que hicimos nosotros, sólo que con distinta visión.

Ahora, ¿cuántos de nosotros estamos dispuestos a cederle el lugar al que tarde o temprano llegará? El político persevera en su ambición, el cura en su santidad, el obrero en su perfeccionamiento, el galán en su apostura y la mujer en su seducción. En la naturaleza, nada de esto prolifera, todo es cambio y renovación, el árbol renueva sus hojas, sin que ninguna de ellas pretenda eternizarse en la rama, el pájaro es liberado a los aires, los cachorros a la llanura, el agua se evade en sus propios espejos para darle el paso a otros torrentes.

Al final, todos daremos un paso al costado, para que la vida nos despoje de todo y nos envíe a las sombras. Sin dilaciones ni prórrogas, ni siquiera en la tumba estaremos apernados al suelo. Todo cambia, hasta las sepulturas aunque no la ambición despiadada de los empresarios. ¿El Cielo? ¿El Infierno? He conocido cosas peores…